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Tribuna:LA POLÉMICA DEL MEDPARK
Tribuna
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Más allá del cainismo

¿Puede analizarse el episodio del Medpark, entre la Generalitat y la Universidad de Alicante desde la óptica del pragmatismo? Me temo que no, el episodio va de tragedia mediterránea, de pintura negra goyesca. Los garrotazos de aquellos bárbaros, son ahora frufrú de juzgados y declaraciones recíprocamente descalificadoras. Al final Goya los pintaba hundidos en el barro, metáfora de un pueblo sin futuro. Sin caer en la trampa de igualar agresor y víctima, Zaplana y Pedreño arropados en sus respectivas mayorías absolutas, han conseguido un sólo resultado: la ineficiencia. Como telón de fondo, la pachorra culpable de la sociedad civil; una política universitaria inexistente; el director general del gremio consumiendo su abundante sentido común; y los jóvenes tecnólogos valencianos emigrando fuera de la Comunidad. Aún a riesgo de ser políticamente incorrecto, hay que profundizar en lo que hay más allá de este cainismo alicantino, trufado de torpezas.Al rector no le faltan heridas que lamerse. Fue víctima de una cacicada, a la que incluso se le puso nombre de poeta y de hombre bueno, que nunca pisó una Facultad. Desde aquella desgraciada decisión, nuestro sistema universitario no levanta cabeza. En esta comunidad autónoma, las universidades y el Consell después de 20 años de democracia, siguen sin tener resuelta la articulación de la autonomía universitaria respecto al poder político y del libre mercado. Esta ambigüedad es devastadora para la Universidad, que por sus raíces históricas, está a priori entre las menos dotadas para adaptarse y sobrevivir en una sociedad globalizada.

Desgraciadamente aquí se ha instalado un esquema bananero, provinciano, de atroz simplicidad. En el sur, la Miguel Hernández es del PP y la de Alicante enemiga. En Valencia, la Politécnica es afín; la de Estudi General, desafecta. Por paranoico que parezca, esta línea de separación está grabada, día a día, en los presupuestos oficiales, sean éstos convenios con la Administración autonómica, creación de centros en el borde de la legalidad o adjudicaciones de ayudas del Impiva. Desgraciadamente, las descalificaciones y los recursos judiciales siguen siendo una constante de la crónica universitaria. Valga la cita de Lincoln, para esta situación: "Una casa dividida contra sí misma no puede perdurar". Pedreño, inteligente como es, sabe que su universidad, como la mayor parte de la cincuentena que vegeta por esta piel de toro, tiene poco futuro si no evoluciona. Y, en consecuencia, ha preparado un proyecto como el Medpark (al parecer con lagunas administrativas), como "una de las formas más efectivas de afrontar un futuro universitario en el que la calidad, la formación continuada y la transferencia de tecnología alcancen un rol fundamental..., apostar seriamente por el futuro, en la línea que lo hacen las universidades más competitivas y de los países más avanzados".

Su argumento es sólido, quizás demasiado ambicioso, si medimos la real capacidad de su universidad. Pero desgraciadamente, parece mal planteado. Al menos, no se entiende que escriba cosas como: "... Nos pidieron, a través de los medios de comunicación y al inicio de la campaña electoral, que 'no utilizáramos políticamente el parque científico", cuando de lo que se está hablando es de cambios estructurales en la universidad. Estas veleidades se pagan y es cazado al vuelo por Zaplana: "Está tratando de abarcar un ámbito de notoriedad que no le corresponde en la escena política". Resultado final, mediocridad. Ni la Miguel Hernández atrae alumnos, ni la de Alicante puede llevar adelante su proyecto.

Ante el deterioro de la situación, ni siquiera interesa quitar ni dar razones, sólo pedir urgentemente, cordura, diálogo y generosidad para enfrentar el futuro. Afortunadamente conocemos dos hechos: a) Zaplana se siente engañado por quienes le animaron en su movimiento a favor de la secesión de Elche. b) Pedreño sabe que la batalla no es sólo de su universidad y que puede que no sea él, el mejor interlocutor para este debate, a pesar de la finura de sus diagnósticos. No se espera que ambos lo reconozcan, sólo que sus respectivos entornos, actúen en consecuencia, bajo el principio "con malicia para ninguno, con generosidad para todos". Si la discusión no gana en altura intelectual y no rebaja su agresividad, lo que estamos viviendo será una premonición de lo que nos podemos encontrar, cuando el ministerio abra las universidades al distrito único, y muchos jóvenes valencianos, con posibles, decidan formarse fuera sin que nadie tenga interés en venir a una Comunidad sin un proyecto universitario atrayente.

Gregorio Martín es catedrático y director del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia.

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