La leyenda de Pfeiffer y Harrison Ford, bajo mínimos
Interesantes películas del franco-chileno Raúl Ruiz y del japonés Takeshi Kitano
ENVIADO ESPECIALHa dirigido el opulento engendro What lies beneath Rober Zemeckis, que ya se mostró como un experto abrillantador de superficies en Forrest Gump, Contacto, Retorno al futuro y otras llamadas huecas al cine fantasioso y predigerido, que tiene y se merece un lugar en el consumo de celuloide pero que carece de sentido en un festival de este alcance en una muestra de arte cinematográfico, y menos en la más cotizada hora de proyección en su escaparate de lujo. What lies beneath convocará sin duda a mucha gente por decreto de las dos estrellas que la protagonizan, pero su rentabilidad no podrá ocultar su mediocridad, que a veces roza la pura y simple estupidez.
Dice Zemeckis, oscuramente consciente de la vulgaridad de su película, "que no todos podemos ofrecer tanto como ofrecen los maestros del género de suspense como Alfred Hitchcock: el gran desafío y el gran placer que crea un filme de este tipo radica en que el público no prevea lo que va a ocurrir, en que no averigüe por adelantado cómo acabará". Si es sincero, si no hace también trampas con las palabras además de con las imágenes, Zemeckis ha perdido ese desafío de que habla, porque hacia la mitad de su película todo es en ella tan fácil de prever que no hay que romperse los sesos para tocar con las yemas de los ojos la evidencia de adónde conduce, sobre todo si se tiene en cuenta que la trama se alarga penosamente en un final estiradísimo, hinchado hasta los bordes del tedio.
Impotencia
¿Y qué hacen en esa burbuja de vacío Harrison Ford y Michelle Pfeiffer? No se sabe. La película se verá por culpa de ellos, pero no se entiende que gente de su prestigio y su talla profesional, actores-estrella de excepcionales dotes, se metan dentro de un tan lamentable ejercicio de impotencia que, para colmo, está lastrado por una colección de homenajes casi plagiario a otras películas como Sospecha, La ventana indiscreta, Psicosis, Sola en la oscuridad, Las diabólicas y otras -éstas sí vivas, turbadoras y serias- cristalizaciones del modelo genérico del cine de suspense.El cine que cuenta lo trajeron aquí ayer el japonés Takeshi Kitano, con Brother, y el chileno afincado en Francia Raúl Ruiz, con su Comedia de la inocencia. Dice de esta comedia su director -y guionista adaptador de la novela de Massimo Bomtempelli El hijo de dos madres- que "es una película sobre la infancia de Don Juan, un niño que se dice a sí mismo que no tiene una sola madre, sino muchas. Un filme fantástico, inexplicable, cuyos intérpretes son mágicos por su capacidad para hacer el relato al mismo tiempo simple y ambiguo, mientras el niño los observa y se crea una situación equiparable a un suspense vertiginoso". Nada que añadir a esta lúcida y exacta definición hecha por Ruiz de su película.Takeshi Kitano prometió volver, tras el precioso descanso lírico que se tomó en Kikujiru, a las esencias negras y trágicas de su cine habitual. Lo ha hecho en Brother, donde vuelve a incorporar a un terrible pistolero yakuza, un frío y matemático ángel exterminador, un samurái del asfalto que observa las seculares leyes de su sangriento oficio de guerrero profesional con una aterradora violencia ascética -misteriosamente engarzada a un turbador aliento de solidaridad y fraternidad- que define a Kitano como creador de uno de los personajes trágicos por excelencia del cine de ahora. La película, sin embargo, peca de exceso de actos violentos, que se agolpan unos con otros y a veces no alcanzan la distancia recíproca y la nitidez formal que necesitan y que Kitano les ha dado en otras obras suyas más redondas que ésta, como las magistrales Sonatine y Hana-bi. Pero, pese a sus profundos desequilibrios, hay ideas en Brother dignas de su ideador.
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