Los viejos cineastas Altman y Oliveira aportan las dos primeras películas vivas
Bien acogida 'Monos para Becky', de Joaquim Jordà, y una superficial visión sobre Sade
ENVIADO ESPECIALOcurre últimamente con alguna frecuencia en los festivales esta paradoja: son los viejos cineastas quienes aportan el cine más fresco y ágil, mientras sus colegas jóvenes traen las películas artríticas, de esas que se sostienen ortopédicamente. Ayer, el viejo americano Robert Altman, con El doctor T. y las mujeres, y el viejísimo portugués Manoel de Oliveira, con Palabra y utopía, recuperaron ayer el alto nivel alcanzado por la Mostra en su inauguración anteayer por otro viejo americano, Clint Eastwood, con Cowboys del espacio. Junto a ellos, un veterano español, Joaquim Jordà, convenció con Monos para Becky en el rincón cinéfilo de la sala Volti.
Robert Altman sigue beneficiándose y beneficiándonos de la plena posesión de su plenitud. Después de su preciosa y tierna comedia sureña La fortuna de Cookie, que remedió el patinazo de Prêt-a-porter, nos ha regalado una áspera pero divertidísima comedia tejana, El doctor T. y las mujeres, en la que recupera la compleja composición coral de El juego de Hollywood casi al pie de la letra. Es una fórmula narrativa y un modelo de discurso cinematográfico inventado por él, y eso le da derecho a imitarse a sí mismo, ya que Altman es inimitable por otro.Aquí, además, Altman la emprende a palos con algo que le molesta visceralmente, el mundo de nuevos ricos de la alta burguesía de Dallas, y esto afila la navaja de su cámara hasta tal punto que algunos de sus tajos dentro de la aldea tejana tienen los destellos inconfundibles del acero jacobino, son pura guillotina. Aquí se despachó ayer a su gusto contra el gobernador de Tejas, ese tal Bush al que literalmente Altman considera un "deficiente mental y estúpido peligroso". Y añadió que "si este sujeto gana en noviembre las elecciones presidenciales me exilaré de Estados Unidos".
Algo de esta radicalidad política late bajo el trepidante y gozoso ritmo del retrato coral de Altman al mundo del ginecólogo Richard Gere y su corte de histéricas damas tejanas. El golpe de síntesis de un mundillo social verídico que brota de la iracunda, sarcástica y envenenada mirada que Atlman arroja sobre esta gente, divertida de puro irrisoria, es un seco puñetazo de talento como forma de desprecio. Y este viejo cineasta, que se confiesa un empedernido enamorado de las mujeres, saca de su morral de artista errante algunos restos de su misoginia juvenil y la usa aquí para no dejar títere con cabeza en las antesalas perfumadas del poder en un trozo de su tierra gobernado con gente que odia y que le divierte reducir a escarnio.
De las antípodas estéticas de Altman procede Palabra y utopía, una hermosa e inteligentísima obra de gran severidad didáctica de Manoel de Oliveira, que a los noventa y tantos años sigue con la cabeza atestada de luz y de transparencia.
El filme tiene un evidente exceso de metraje, cosa que tendría fácil solución, pues es una de esas obras que puede ser peinada sin peligro de adulteración de lo esencial de ellas, de lo que tienen de cine indispensable, que es la visualización de la palabra del sacerdote jesuita del siglo XVII Antonio Vieira, al que Fernando Pessoa considera el máximo creador del idioma portugués moderno; y la musicalidad asombrosa de la composición de un poema pedagógico que alberga interiormente instantes primorosos, ráfagas de onda cultura, de exquisito buen gusto y de vigorosa sabiduría cinematográfica. Cine, como el de Altman, no perecedero.
Cine perecedero, en cambio, es Uttara, una película irrelevante, un juego de drama preciosista lleno de guiños tal vez comprensibles en India, pero que, vistos desde aquí, se entienden mal y esto les hace parecer, sin serlo, misteriosos.
En cambio, el Sade de Daniel Auteil, dirigido por el nada eminente Benoît Jacquot, se entiende a la perfección y eso es lo malo. Todo resulta clarísimo como una mañana primaveral en la vida de uno de los más oscuros escritores de los que hay noticia, pues Sade es mostrado con una superficialidad molesta, casi hiriente, y para mayor inri, con happy end incluido para uno de los personajes más pesimistas que existen.
Babelia
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