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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Plan Colombia

El presidente norteamericano, Bill Clinton, realizó el miércoles una visita al país hoy más castigado de Latinoamérica para intentar dar impulso y credibilidad al llamado Plan Colombia. Dicho plan prevé una masiva ayuda económica y militar al Gobierno de Bogotá para fortalecerlo en su lucha contra el narcotráfico y la guerrilla. La brevedad de la visita de Clinton, de tan sólo nueve horas, se debió obviamente a motivos de seguridad y no hace justicia a la relevancia que el plan puede tener para Colombia y para las relaciones interamericanas en general.El rechazo a la visita de Clinton por parte de las guerrillas y gran parte de la oposición era previsible. Y, por desgracia, la muerte de 20 personas en incidentes y enfrentamientos durante manifestaciones contra la misma no suponen una sorpresa ni un balance especialmente sangriento en la tragedia cotidiana colombiana. Pero las reservas a este plan de ayuda financiera y militar y la presencia de asesores militares bajo las órdenes de un general norteamericano no proceden sólo de aquellos que combaten al Gobierno, se dedican al narcotráfico o hacen ambas cosas a la vez.

En Cartagena de Indias, Clinton y el presidente Pastrana se esforzaron por convencer a colombianos y latinoamericanos en general de que no existe riesgo de "vietnamización" ni de "ofensiva imperial gringa", como dice la guerrilla. Pero hay que cuestionar su poder de convicción. En la cumbre suramericana que comenzó ayer en Brasilia eran manifiestos los temores a una escalada y extensión del conflicto colombiano.

El tiempo dirá si este plan contra el narcotráfico es mejor que otros anteriores, siempre fracasados. Cierto es que, en la situación actual de Colombia, toda iniciativa es tan peligrosa como no tomar ninguna. La descomposición del Estado y la sociedad tras 40 años de guerra insurreccional, y con un narcotráfico cada vez más poderoso, rico e influyente, ha convertido a este país en un drama continuo y una amenaza para la estabilidad de toda la región.

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Pero, aunque Pastrana lo niegue, el Plan Colombia se acerca mucho a lo que, desde ciertas sensibilidades latinoamericanas, se podría calificar de intervención exterior. La mejor hipótesis de éxito del plan está en que el reforzamiento militar e institucional del Estado, combinado con ayudas para la liquidación de cultivos de coca, debiliten decisivamente a unas guerrillas que se financian en gran parte con el narcotráfico. Obligarlas así a negociar un acuerdo de paz sobre las bases de un Estado de derecho sería un éxito histórico.

Lamentablemente, hay otras hipótesis no menos probables. Una es que el refuerzo de la posición militar del Ejército traiga consigo una intensificación de la guerra, las negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla se desvirtúen totalmente, se incremente drásticamente el número de desplazados y refugiados y el conflicto en el sur del país acabe afectando a países vecinos.

Nadie puede, por lo demás, garantizar que no vaya a haber víctimas entre los cientos de militares norteamericanos, lo que provocaría una intervención mayor. La inquietud en la región es manifiesta. Los vecinos de Colombia ya han anunciado un incremento de la presencia militar en sus fronteras. El narcotráfico es un peligro para la democracia de todos los Estados latinoamericanos. Washington lo considera una cuestión de seguridad nacional, que, eso sí, le resulta menos difícil acometer en el exterior que en el consumo de cocaína en EE UU. Pero en todo caso, el Plan Colombia conlleva riesgos muy serios.

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