La CIA y ETA
He paseado durante estos días por algunas calles de Euskadi y he contemplado el árbol de una Guernica silenciosa. Apenas he visto algún vehículo que no tuviera matrícula vasca. Junto al Ebro, en los pueblecitos que van de Haro a Fuenmayor, puede observar un fenómeno simétrico: a las puertas de las pequeñas bodegas no había, como otros veranos, coches de Bilbao, Vitoria o San Sebastián, cargando el fresco vino de cosechero. La invisible frontera del miedo se ha instalado a través de la Sonsierra riojana rompiendo las líneas rectas de unos viñedos que producen el mismo vino.El miedo como frontera. El vericueto de la memoria se inicia, a través de Mario Vargas Llosa, en La fiesta del Chivo. En la trastienda de la novela está presente la figura de Jesús de Galíndez, el dirigente del PNV secuestrado por los agentes de Trujillo en Nueva York para ser torturado y asesinado por los esbirros del dictador en la República Dominicana. Diez años atrás, Manuel Vázquez Montalbán noveló esta sobrecogedora historia, imposible de comprender sin el papel activo de los servicios de inteligencia norteamericanos y sus intereses geopolíticos a mediados de los años cincuenta. Galíndez era el representante del Gobierno vasco en el exilio ante el Departamento de Estado norteamericano y su desaparición, en 1956, fue otra prueba del algodón de un cambio que se había consagrado tres años antes con los acuerdos entre Franco y Eisenhower por los que se instalaban las bases militares yanquis en España.
Hoy, tras haber ganado la guerra fría, vemos al presidente norteamericano, Bill Clinton, recorriendo el mundo y sus conflictos, ayer en Colombia con Andrés Pastrana, anteayer en El Cairo con Hosni Mubarak,...La semana que viene recibirá en Nueva York a Yasir Arafat y a Ehud Barak, en un intento de desbloquear lo que no pudo acordarse durante el mes de julio en las negociaciones de Camp David. Sería la rúbrica a un mandato en el que, entre otras victorias exteriores, el presidente norteamericano ha podido apuntarse el protagonismo en el impulso de los acuerdos de Stormont que abrieron el proceso de paz en Irlanda del Norte.
Y hasta Al Fayed se permite reclamar por vía judicial a la CIA sus informes sobre una supuesta conspiración de los servicios secretos británicos que condujo al accidente en el que perdieron la vida su hijo y la princesa Diana. La presencia de la agencia en todos los conflictos del planeta o es real o se le supone. ¿Y en Euskadi? ¿Es verosímil que el gendarme mundial no despliegue, cuando menos, sus antenas en ese pequeño territorio a caballo entre dos estados de la Unión Europea?, ¿que no sepa nada de lo que ocurre en ese país cuya política gira en torno a una banda armada que cuenta con el apoyo de uno de cada cinco de sus habitantes?
Hace diez años, cuando ya casi habían pasado otros diez del golpe de estado del 23-F, pregunté a Adolfo Suárez sobre el papel de la CIA en aquella rebelión militar, sus conexiones con el CESID y la enigmática frase pronunciada aquella noche por el entonces secretario de Estado, el general Alexander Haig: "Son asuntos internos de otro país". Hacía muchos años que había dejado la Moncloa y la democracia se daba por consolidada, pero su respuesta no pudo ser más cauta: tendrían que pasar muchos años antes de que se pudiera hablar de ese tema. Hoy apenas manejamos hipótesis. En cuanto al conflicto vasco, ni eso.
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