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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ibarretxe-Egibar: ni un milímetro

Lo peor de lo que está pasando son los atentados de ETA, y lo segundo peor, los debates absurdos a que la ofensiva terrorista está dando lugar entre las fuerzas democráticas. Si Euskal Herritarrok (EH) tuviera la menor intención de dejar de apoyar a ETA ya nos habríamos enterado. Pero lo que dicen sus portavoces es, por ejemplo, que la Ertzaintza debe dejar de detener a los terroristas implicándose en "operaciones a las órdenes de políticos o jueces de Madrid contra vascos".Es absurdo, por tanto, mantener, como hizo ayer Ibarretxe, que no hay que excluir a nadie del diálogo y, al mismo tiempo, que una de las condiciones para ser admitido en el mismo es el rechazo de la violencia. Ya se sabe que EH no la rechaza, sino que la considera un medio legítimo de coaccionar a la población; luego esa formación no podrá integrarse en ningún foro democrático de diálogo, incluyendo el propuesto por el lehendakari. Es ridículo seguir dándole vueltas a si EH debería -en condicional- estar o no estar presente.

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El desmarque de Iñaki Anasagasti y otros dirigentes nacionalistas desencadenó la semana pasada una dinámica hacia la recuperación de la unidad democrática contra ETA. Mayor Oreja respondió retirando el veto al PNV para el diálogo, y el portavoz del Gobierno vasco, admitiendo el principio de un foro que sólo excluyera a quienes justifican la violencia. Demasiado para Egibar, que inició la contramarcha añadiendo como requisito la aceptación del llamado ámbito vasco de decisión: un principio nacionalista que podría ser objeto de debate, pero nunca condición para el mismo, porque es evidente que no todos los vascos consideran a Euskal Herria el marco prioritario, y mucho menos el único, para decidir sobre su futuro. A su vez, la andanada de Egibar dio a la dirección del PP argumentos para exigir una retirada formal de Lizarra como condición para restablecer el diálogo con los nacionalistas.

Se esperaba que el lehendakari, una instancia en principio por encima de los partidos, reencontrara ayer el hilo de la concordia. Pero si Egibar no retrocede ni un milímetro, Ibarretxe fue incapaz de desmarcarse ni esa distancia de la doctrina marcada por el portavoz del PNV. Todo lo contrario. Se remitió a su propuesta del mes pasado, anterior a la actual ofensiva de ETA y a los movimientos que la misma provocó en el nacionalismo ante la evidencia del fracaso de Lizarra. Su declaración indica que carece de la más mínima autonomía respecto a su partido; por si hubiera dudas, fue acompañada por la difusión de un comunicado del PNV en el que se subraya -parece un sarcasmo- su adhesión a la propuesta de paz del lehendakari, que ya rechazaron en su día socialistas y populares.

Aquella propuesta, que no fue remitida al PP, era un intento de hacer compatible el mantenimiento de la estrategia de unidad abertzale en torno al programa soberanista con la recuperación del consenso con al menos los socialistas. Aparte de lo irreal del planteamiento, ETA se encargó de dinamitarlo asesinando, horas después de que la Asamblea del PNV ratificase ese doble objetivo, a un concejal del PP en Málaga. Ha sido la ofensiva de ETA entonces iniciada lo que ha convencido a significados dirigentes nacionalistas de la necesidad de aterrizar de las fantasías de Lizarra. Ni ETA estaba dispuesta a retirarse, por grandes que fueran las concesiones que le ofreciera Egibar, ni EH a hacer una política que obligase a ETA a disolverse.

ETA mata en parte por inercia, pero, también por inercia, los dirigentes nacionalistas más comprometidos con la embarcada de Lizarra siguen haciendo como que no se han enterado del fracaso de esa vía. Tal vez porque después de haber llevado a su partido a aprobar por unanimidad el abandono de la tradición autonomista y democratacristiana, intuyen que la rectificación sólo sería posible con su retirada del escenario. Como se comprometieron a hacer si fracasaban. La única esperanza es que Anasagasti sea capaz de plantear en su entrevista con Mayor lo que se deduce de su reflexión por escrito sobre ese fracaso.

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