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La txosna de la discordia

El carácter habitual de la sociedad vasca (un crónico follón del que nadie puede aspirar a salir indemne) ha salpicado el inicio de las fiestas de Bilbao. El grupo municipal del PP se ha enzarzado en una agria polémica con el equipo de gobierno nacionalista, a cuenta de los criterios seguidos para establecer recintos festivos y autorizaciones de carpas y baretos. Al mismo tiempo, los hosteleros de ciertas zonas se han movilizado ante lo que consideran perjuicio para sus propios negocios y correlativos privilegios de las txosnas.Es decir que, siguiendo lo que suele ser costumbre entre nosotros, problemas políticos y corporativos a mansalva. El que escribe no puede (ni quiere) entrar en esas polémicas concretas, pero lo cierto es que el inicio de las fiestas ha venido acompañado de cierta polémica sociopolítica, polémica que, por otra parte, no ayuda a despejar el ambiente de nuestros tradicionales fantasmas colectivos. Aún así, muchos vamos a echar de menos esa extensión de la fiesta por todo el Ensanche, cuando un archipiélago de carpas y terrazas salpicaba las calles de esa parte de Bilbao. Si en los años ochenta se consolidó, vía Casco Viejo, un modelo popular y participativo de vivir la Aste Nagusia, los años noventa trajeron una segunda innovación, inconcebible en décadas pasadas: la txosna pija.

La txosna pija, como fenómeno antropológico característico de Bilbao, lleva camino, parece, de extinguirse. Habrá que ver el efecto que esto tendrá en la fiesta, pero mucho nos tememos que el Ensanche (como siempre ha pasado, no hay que olvidarlo, con los barrios de Bilbao) va a permanecer en buena parte al margen del festejo. El delicado equilibrio entre los intereses de unos (la juerga) y de otros (el sueño) siempre alumbrará distintas formas de conflicto, y mucho nos tememos que el año que viene todo esto no cogerá al personal desprevenido, sino que encenderá la polémica mucho antes del inicio de las fiestas.

Por lo demás, en la habitual trifulca política, sin duda muchas manos aspiran a sacar alguna suerte de tajada electoral. Algo parecido a las reclamaciones (justas o injustas) de los hosteleros, que ven por debajo de la fiesta una excelente oportunidad de aumentar ingresos. La risueña consideración de la fiesta como un espacio de solaz y esparcimiento hace aguas por todas partes, ya que los políticos no dejan de zaherirse ni los empresarios hosteleros de reclamar su parte del pastel. El poder y el dinero, siempre dando problemas, incluso a los que, tan modestamente, sólo aspiramos a beber.

Uno, tan ingenuo, en busca de algún lugar donde pasar el rato, y otros sólo pensando en aumentar la caja. Si el Ayuntamiento es un campo de batalla electoral, el bar, incluso en fiestas, es escenario de un auténtico drama literario, como detectó muy bien Charles Bukowsky, aquel talentoso borracho, en cuentos y novelas de obligada lectura.

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