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Escorpión

LUIS DANIEL IZPIZUACuando ustedes me lean, estaré ya lejos de aquí. Seguramente pasaré por Clusone, donde podré apreciar el fresco de la Danza Macabra en el Oratorio dei Disciplini. Allí, un esqueleto coronado se alza sobre un sarcófago, flanqueado por dos esqueletos armados: con un arco uno, con un arma de fuego el otro. Alrededor, grandes y menos grandes se arrodillan en actitud de orar y ofrendar sus dones. Es el triunfo de la muerte. En uno de los ángulos del sarcófago, un pequeño escorpión. Lo llamativo: esa presencia armada de la muerte, que ha abandonado su habitual guadaña simbólica por instrumentos más mortíferos. La muerte biológica, el tiempo que todo lo puede, ha encontrado un aliado impagable en el ingenio humano: una epidemia que no desmerece de otras terribles contemporáneas del fresco de Clusone. Y no podré evitar ciertas asociaciones. Otros años, uno se iba a disfrutar de sus vacaciones con la seguridad de que no iba a tener que esforzarse en olvidar su tierra, siempre convulsa. Este año, uno se va con el temor de que no van a dejarle despejar la cabeza con preocupaciones más tranquilas, más placenteras.

No quiero olvidar el asesinato de Francisco Casanova, pero por proximidad emotiva me hallo aún bajo el efecto del asesinato de José María Korta. No porque fuera uno de los nuestros, sino, en todo caso, porque era uno de los míos, si la covecindad permite ese tratamiento. Decía Jon Juaristi que "también" a José María Korta le habían asesinado por ser español en esta operación de limpieza étnica emprendida por ETA. Se ha subrayado mucho estos días la condición de abertzale del empresario asesinado. Demasiado, en mi opinión. No tengo ninguna duda de que lo fuera, pero esa apelación insistente a su abertzalismo resulta sintomática de muchas cosas. En primer lugar, de ese estupor ante lo inverosímil, que podía estar ímplícito en el "era uno de los nuestros" de Román Sudupe, nuestro diputado general. El salvoconducto abertzale había fallado: ¿cómo se puede asesinar a un abertzale? Cuando asesinaron al concejal Iruretagoiena en Zarautz, el estupor tomó forma en la invocación a que era euskaldun. Korta era, además, abertzale. ¿Qué es lo que hay que ser en adelante para estar a salvo de los asesinos?

Sin embargo, quiero romper una lanza a favor de Román Sudupe. Y quiero creer que en esa emotividad con la que se han querido justificar sus palabras había también razones de peso. Quiero creer que en esas palabras había un grito político dirigido a sus correligionarios: ¡es hora de reaccionar! Lo que trato de leer, y creo que acierto, en las palabras de Sudupe es una llamada de atención para ciegos, un revulsivo para quienes creen que es válida su estrategia porque están a salvo. También a nosotros nos matan quiere decir que basta ya de esa posición acomodaticia que está llevando al país al desastre. Pero Sudupe lo debe decir más alto y con mayor claridad para que sus palabras estén libres de equívocos. Korta era abertzale y le han asesinado. El estupor de la familia nacionalista ante este crimen corre el riesgo de cubrirse con el velo de la equivocación o del error, ese velo que calma las conciencias para épocas de bonanza. Pero no hay error.

Porque nos asalta otra sospecha ante la insistencia machacona en el abertzalismo de José Mari. Es la sospecha sobre el estigma que sella a los cadáveres. Los crímenes de ETA se presentan así como sentencias que juzgan el buen o mal hacer de sus asesinados. Las víctimas de ETA siempre son sospechosas, y lo son porque la población ha asumido la índole justiciera de la organización armada. De ahí quizá la insistencia en recalcar el abertzalismo de Korta, en recalcar que era bueno. ¿Y qué si no fuera abertzale? Ésa es la respuesta que tenemos que aprender a dar frente al crimen. Pues a este respecto Jon Juaristi tiene razón cuando dice que ETA quiere crear una "raza política" que esté libre de las marcas del enemigo español. En este sentido, José María Korta no era lo bastante abertzale para sus asesinos. Sólo lo es quien está en su órbita. Y quiero recordar las palabras de Oier Korta al defender a su tío en el Ayuntamiento de Zestoa: "Era de esta tierra, abertzale". Si abertzale quiere decir simplemente ser de esta tierra, no tengo nada que objetar. Si, por el contrario, y como tanta gente lo ha interiorizado, esas palabras significan que ser de esta tierra exige ser abertzale, tengo que decir que nos hallamos ante el escorpión que devora a los muertos. Insaciable, su exigencia siempre nos arrastrará a su punzón.

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