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Entrevista:TRES VUELTAS DE TUERCA (1968-1989-2000) / 2

Joan Josep Abó, Director general de Abadía Retuerta "La izquierda ha perdido porque ha sido cretina"

En la mesa, Abó prefiere de menú verbal los vinos y la comida. Es explicable: los vinos y la comida que ofrece merecen siempre comentarios muy dilatados, comentarios, por cierto, a los que libra con elegante disciplina de la prosa tánica del catador. Este mediodía está incómodo porque los Montrachet y Chambertin que ha traído al restaurante en una bolsa sacramental no son el centro de la conversación. Además, la carne de buey está buena en exceso y de ella también se habla en la mesa: Abó cree en el entendimiento entre vino y comida siempre, naturalmente, que el aporte sólido sea consciente de sus inevitables limitaciones.Pregunta. ¿Cuál fue su 68?

Respuesta. Tenía 21 años. Ya hacía cuatro que militaba en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, los comunistas catalanes). En ese año me detuvieron y me quitaron el pasaporte. Pero, vaya, ése fue, por encima de todo, el año de Annie.

P. ¿Lo detuvieron... brevemente?

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R. Me tuvieron una semana en comisaría. Tiempo suficiente para que me dieran alguna hostia. Y no sabían que militaba. Pero, vaya... Annie había venido a Barcelona a estudiar gemología. Ella era una muchacha de Agen, al lado de Burdeos. Nos conocimos en una reunión de amigos. Gracias a ella pude descubrir que el salmón no nacía ahumado. Fui pigmalionizado de una manera estupenda. E inmediatamente viajamos a París.

P. ¿En primavera?

R. La cogimos de lleno, sí señor. Yo pensaba que aquello iba a ser una revolución. Hasta que vi que el partido comunista pactaba con De Gaulle. Con ese pacto tuve una sensación contradictoria... París, en primavera y enamorado, es tan delicioso como asegura el tópico.

P. ¿Una sensación contradictoria?

R. Sí. No podía soportar que mi partido pactase con la derecha. Pero el problema es que yo, que era y sigo siendo muy francófilo, admiraba a De Gaulle. Francia, y la gente no suele saberlo, ha tenido hombres mucho más grandes de lo que, en teoría, el país podía dar.

P. ¿Por qué era de izquierdas?

R. Yo soy de Bossost, un pueblo de la Cerdaña. A mi abuelo lo llamaban el Largo Caballero. A mi padre, aunque era apolítico y de misa, los franquistas lo tuvieron tres años en un campo de concentración. Teníamos un bar, el bar del Centro, que era el de los emigrantes. Pronto me especialicé en ayudar a pasar gente y papeles al otro lado de la frontera. Y conocí a Pere Ardiaca, el dirigente comunista leridano, que me acompañó durante toda la vida. Luego me trasladé a Barcelona para estudiar Derecho con el propósito de ser abogado de los pobres. Todo se mantuvo más o menos estable hasta el 5 de enero de 1981.

P. ¿Su segunda vuelta de tuerca?

R. Dígalo como quiera. Ése fue el día en que el PSUC se partió. Salí del congreso del partido y me fui a ver a Fiorenza Cossotto, que cantaba en el Liceo. Me acuerdo porque fue el primer día que en el coro del Liceo cantaron mujeres. ¡Otro acontecimiento! Al día siguiente, con algunos compañeros fuimos al campo, a comer conejo y a beber Beaujolais. Todo triste y alegre.

P. Y cínico.

R. No, no era cinismo. Era la constatación tranquila de que habíamos hecho el ridículo y habíamos perdido. No digo unos y otros. Digo todos. La izquierda ha perdido en España y en Europa porque ha sido completamente cretina.

P. ¿Qué decía Pere Ardiaca?

R. Ardiaca decía con total convencimiento: "Nunca querremos bastante a la Unión Soviética".

P. ¿Y usted qué le contestaba?

R. Nada. Me chocaba, pero nada más. Yo era amigo de Pere Ardiaca. La amistad es importante en la vida. Yo habría votado a Pere Ardiaca hasta para la presidencia del Barça.

P. ¿Dejó el PSUC?

R. No. Yo sigo en el PSUC. Tengo mis cuotas al día. Seré el último en irme. Es mi vida. ¿Cómo voy a salirme de mi vida?

P. ¿Le encuentra algún otro sentido a su militancia?

R. Uno, tal vez. Aunque enrevesado. Yo creo que ya no se puede hacer nada colectivamente. Pero que todavía es importante lo que cada uno pueda hacer. Yo hago esto y hago otras cosas.

P. ¿En qué circunstancias personales se le cayó el muro?

R. Ya me dedicaba al negocio del vino. Annie, que está entre los 10 mejores olfatos de Francia, me había enseñado lo bastante. Creo que en 1989 seguía siendo más sabio que rico, pero me ganaba bien la vida como abogado y economista.

P. ¿Esperaba lo que pasó?

R. No lo sé. Es difícil contestar a preguntas de este tipo vinculadas con los grandes sucesos históricos que uno ha vivido. El amor propio y hasta el sentido común, tratándose de una convulsión tan vasta, te hacen decir que, claro, algo sospechabas. No sé... Yo había viajado, poco, pero había viajado por los países del Este. Cualquiera veía lo que pasaba allí. Ahora bien, cuando volvía a mi pueblo y me preguntaban yo decía que aquello era genial.

P. ¡Vaya!

R. ¿Qué quiere? Me lo preguntaban los viejos, gentes que habían vivido toda una vida de lucha y de trabajo obsesionados con el mito de la Unión Soviética. Que lo hiciera otro, el papel de aguafiestas. Por cierto, que en Bossost y en otros pueblos de la comarca el porcentaje de votantes comunistas era altísimo: teníamos más del 25%. Incluso llamó la atención de los jefes del partido. Tampoco quise desilusionarlos: votaban comunistas en razón del viejo y eficaz sistema caciquista.

P. En una versión inédita del sistema, supongo.

R. Yo, como abogado, les arreglaba los papeles de la jubilación, del seguro, de lo que fuera. Cuando tuvieron los papeles arreglados, todo volvió a la normalidad y la derecha empezó a ganar sin problemas. Es un ejemplo simbólico muy pequeñito, pero creo que de ilusiones como ésta ha malvivido la izquierda.

P. ¿Cómo se sale de la ilusión?

R. Aceptando todo lo que llevamos diciendo. Pero advirtiendo, también, que los niños mueren. Por tanto, hablemos de globalización, pero sabiendo que los niños mueren en el mundo.

P. Usted se dedica ahora a los negocios del placer. ¿Le da problemas eso sabiendo que los niños mueren en el mundo?

R. No.

P. ¿...?

R. No, no me duelen prendas. El otro día enterramos al arquitecto Enric Miralles. Éramos amigos. No hacía muchas semanas que nos habíamos bebido juntos un Chateau d'Yquem del 55, que era el año en que había nacido. Estoy muy feliz de habérmelo bebido con él.

P. Ese vino no puede repartirse. No se concibe sin la élite. Sin la desigualdad.

R. Sí.

P. ¿...?

R. Así estamos.

P. ¿Qué futuro tiene el placer?

R. Espléndido. Infinito. El problema del hombre será, cada vez más, controlar sus deseos. Porque, al fin y al cabo, la felicidad, en circunstancias normales, sólo es el control del deseo.

P. ¿El placer progresa? Quiero decir, por ejemplo: ¿el vino de hoy tiene más posibilidades de hacer feliz a un hombre que el vino del pasado?

R. Sin duda. Mire, en 1961 se conocían 10 componentes del vino. Hoy se conocen más de 100.000. Es muy improbable que ese conocimiento no ayude a hacer vinos mejores y a aumentar la satisfacción del que los bebe.

P. ¿Le parece falsa la oposición que algunos plantean entre tecnología y edén?

R. Sí, la tecnología es una gran aliada del placer. Siempre y cuando se eviten las estafas. En el mundo del vino las estafas son comunes y aumentan tan vertiginosamente como la capacidad de producir placer.

P. ¿Alguna especialmente llamativa?

R. El jarabe de palo que resulta de incumplir este mandamiento: no se puede pasar dos veces el vino por madera nueva.

P. Parece de Heráclito.

R. Puesto al día.

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