El último prisionero de la II Guerra Mundial regresa a su hogar después de 56 años en Rusia
El anciano silencioso que permanece sentado en el patio del hospital psiquiátrico de Kotelnich, a 700 kilómetros de Moscú, mientras sus manos poderosas aprietan el mango de la escoba que acaba de fabricar con una tabla de madera, se llama Andras Tamas o, tal vez, Tamas Andras, porque nadie está seguro de cuál es el apellido. Llegó a Kotelnich desde un campo de concentración en 1947. Sus papeles decían que era un húngaro de Rumania. Nacido en 1925. Prisionero de guerra. Psicópata. No habla ruso.Karl Moravchik, un oficial de policía, se sienta junto a él y le ofrece algo que el viejo no ha tenido en 53 años: una conversación. El anciano tartamudea. Murmura. Se ríe. Pronuncia el nombre de una ciudad húngara, Nyiregyhaza. Una panadería. Un edificio de cuatro plantas junto a una iglesia. Las botas de invierno que le dieron para ir a luchar a Rusia. Y hoy, dice algo nuevo: un nombre húngaro, Istvan. Una clave, quizás. "Habla a su manera", dice Moravchik. "Con sílabas sueltas. Yo digo algo y él lo repite, pero cada vez que hablamos va mejorando". Lo que nadie sabe es si estos fragmentos son producto de la memoria o de la fantasía. Parte de una vida perdida en medio siglo de aislamiento silencioso y que empieza a reconstruirse.
"Los soviets le pusieron a trabajar. Solían decir: a los psicópatas metedlos en algún sitio donde no podamos verlos", explica el médico jefe del hospital, Yuri Petukhov. "Practicaban lo que ellos llamaban rehabilitación. Les ponían a trabajar en carpintería, fontanería, arreglando carreteras, tejados. Todo ha cambiado en la última década. Ahora tenemos auténticas técnicas de rehabilitación que preparan a la gente para la vida real".
Para el doctor Petukhov, tratar a Tamas significaba averiguar su verdadera identidad. Escribió a la Cruz Roja húngara, que contactó con la Embajada húngara en Moscú, y a través de ésta Petukhov encontró a Moravchik, un policía que había nacido en Eslovaquia, de padres húngaros.
El médico le invitó al hospital y Moravchik se presentó a Tamas hablándole en húngaro. El paciente permaneció en silencio. "No hubo ninguna reacción", explica el policía, "así que intenté que se comunicara en su propio lenguaje".
Entonces Tamas, cuya pierna tuvo que ser amputada en 1996, señaló su muñón: "He perdido mi pierna. Haré lo que quieras, responderé a todas tus preguntas si me devuelves mi pierna".
Las charlas del policía y Tamas se fueron haciendo más largas, mientras el paciente iba recobrando el idioma olvidado. Hasta que el caso llegó a oídos de Andreas Veer, director del Instituto de Psiquiatría húngaro, que visitó el hospital y, conjuntamente con Petukhov, llegó a la decisión de que lo mejor para Tamas era volver a Hungría, donde tendría más posibilidades de superar su enfermedad mental. La Embajada húngara lleva más de dos años trabajando en el caso, porque Tamas carece de cualquier tipo de documentación, pero los problemas legales están siendo solucionados y el traslado ya sólo tardará unas semanas.
Tamas también parece querer regresar. Le dice algo a Moravich, que se vuelve para traducir: "En Hungría se darán cuenta de que he perdido mi pierna. Me darán una pierna nueva y entonces lo contaré todo".
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