Ayacucho, después de Sendero
"Yo he paseado por los territorios que supuestamente estaban liberados por Sendero Luminoso y no queda nada. Miles de sus militantes están en la cárcel. Prácticamente todo el comité central está preso o muerto", señala Carlos Iván de Gregori. Muchos de los antiguos senderistas han vuelto a la universidad. "Otros se han vuelto evangélicos, han pasado de una religión a otra, otros no quieren saber nada y otros siguen, pero en otra estructura del partido".En opinión de Jaime Urrutia, después de Sendero Luminoso ha habido como un lavado de cerebro colectivo. "Aquí la cultura de la prepotencia y de la no participación es de vieja data. De la jerarquía, la arbitrariedad, la impunidad... Un proverbio común en este país es: el que puede, puede, y el que no puede, aplaude. Si tienes plata, puedes. Si tienes poder, puedes. Aquí no funcionan la norma y las reglas".
La gente siente más confianza y más seguridad, pero no existe un olvido completo. En el mundo intelectual de Ayacucho la ideología de Sendero está presente, según cuentan las fuentes consultadas. "Sendero fue una alternativa para la gente. Generó un espíritu de cambio. De eso queda poco en el campo. Hoy la gente lee menos. Los mejores intelectuales de Ayacucho se marcharon. Unos, porque temían por su vida. Otros, para cambiarse de lugar", recuerda Carlos Condori.
El proyecto político de Sendero Luminoso se acabó. Todos los dirigentes, incluido el mítico presidente Gonzalo, cumplen cadena perpetua en varias cárceles del país. Sólo en remotas zonas selváticas queda un pequeño grupo residual, aislado e incapaz de articular una respuesta. Perfectamente controlados por el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), los senderistas irredentos actúan como bandoleros. Lejos quedan los días en que la organización proclamaba: "El partido es mil ojos y mil oídos". Una amplia red de informadores, muy ligados a los padres de los militantes, espiaban hasta al último de los ayacuchanos. Cuando detuvieron a Abimael Guzmán mucha gente no podía creerlo y esperaba su fuga en cualquier momento. Existía el convencimiento de que eso era posible y que el Estado y el Ejército eran vulnerables. Cualquiera era sobornable. Pero el mito se desmoronó con una sorprendente rapidez y dejó como legado una militarización de la política, es decir, la estrategia y la táctica de la guerra trasladadas a la política.
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