Fujimori jura como presidente de Perú en medio de una fuerte batalla campal en Lima
Lima era ayer una ciudad caótica, plagada de enfrentamientos entre policías y manifestantes y actos de vandalismo en varios puntos, mientras aviones militares sobrevolaban la ciudad. Cinco muertos, un centenar de heridos (seis de ellos de bala), decenas de detenidos y diez edificios en llamas constituía el resultado provisional de la violenta jornada en la que Alberto Fujimori juró como presidente de Perú para un tercer mandato consecutivo (2000-2005). La oposición hizo sentir tanto en el Congreso como en la calle el rechazo a un mandatario que se perpetúa en el poder tras unos comicios fraudulentos.
La celebración del 179º aniversario de la independencia al que el Gobierno pretendía dar un carácter histórico por coincidir con la investidura de Fujimori degeneró en una jornada de violencia. Diez edificios públicos fueron incendiados, entre ellos, el palacio de Justicia, la antigua sede del Ministerio de Educación y el estatal Banco de la Nación, donde se produjeron las víctimas mortales, según informó el fiscal de guardia. Anoche se habían recuperado tres cadáveres y se buscaban los restos mortales de otras dos personas, al parecer todos ellos víctimas de la explosión de varias bombonas de butano al ser alcanzadas por el fuego. El Ejecutivo acusó de los desmanes al líder de la oposición, Alejandro Toledo, -"nos quiere devolver al caos del pasado", decía la vicepresidenta del Congreso, María Jesús Espinoza-, mientras que el principal adversario de Fujimori responsabilizaba a la represión policial y hacía un llamamiento a sus seguidores a mantenerse firmes sin caer en provocaciones. "Hay un descontento, una marcada polarización, se ha militarizado Perú y eso, obviamente, exacerba los ánimos de aquellos que creen que les robaron su voto y han torcido su voluntad", dijo Toledo a una radio local.
Fujimori habló en el Congreso ante un coro de diputados fieles y la reducida representación diplomática de bajo nivel que estuvo presente en el acto de investidura. Los parlamentarios de la oposición se retiraron en bloque cuando Fujimori decía con voz firme: "Se inaugura un nuevo mandato presidencial conforme a la voluntad soberana del pueblo". A continuación, salieron a la calle gritando "Abajo la dictadura", "No a la represión", "El pueblo exige nuevas elecciones" y se unieron a los manifestantes que trataban de llegar a los accesos del Congreso y del palacio de Gobierno.
La jornada reflejó como nunca las dos realidades que vive Perú. Por una parte, la de idílica normalidad que trata de transmitir Fujimori, empeñado en mantenerse en el poder contra viento y marea, y la de la calle, donde crecientes sectores de la población están decididos a romper el silencio complaciente. En un Congreso convertido en un búnker por el impresionante despliegue policial en su exterior, Fujimori habló durante una hora de los grandes propósitos que tiene su Gobierno, entre ellos algunos que sonaban a delirio, como el de convertir la inhóspita puna andina, "donde sólo crece la desesperanza", en un vergel de pastos.
Sólo al final de su intervención el presidente reconoció que no todo es normal en Perú, al afirmar que "los comicios tuvieron algunas dificultades por la antidemocrática pretensión de desconocer el indiscutible apoyo de la más de la mitad de los electores a la propuesta de mi Gobierno". Dicho esto, Fujimori proclamó solemnemente: "Según me confirmó personalmente el representante de la OEA, no hubo fraude ni siquiera indicios de tal".
El líder de la oposición, que convocó en todo el país una multitudinaria marcha de protesta contra la reelección de Fujimori, estuvo al frente de las protestas desde la noche del jueves. En el céntrico paseo de la República habló ante decenas de miles de manifestantes, a los que anunció la formación de un Frente Democrático Nacional por la Unidad, que tiene como único objetivo aglutinar todas las fuerzas contra Fujimori. Al mismo tiempo, Toledo dio cuenta de la designación de un Gabinete en la sombra. Los manifestantes realizaron una vigilia nocturna del jueves al viernes, tras la cual intentaron avanzar hasta la plaza de Armas, donde se levanta el palacio de Gobierno. La policía les cerró el paso. Toledo también encabezó las manifestaciones de ayer, que trataban de confluir hacia la plaza de San Martín. Hubo a lo largo de la jornada desmanes de incontrolados que prendieron fuego a una decena edificios oficiales como el palacio de Justicia.
El reto de Toledo es ahora mantener viva la llama de la protesta popular y evitar que decaiga a partir de mañana. De momento, la Marcha de los Cuatro Suyos, en memoria de los puntos cardinales de imperio inca, consiguió reunir a cerca de 100.000 personas en Lima, en la mayor movilización registrada en la capital peruana. Tampoco hay precedentes en América Latina de una investidura de un jefe de Estado rodeada de una protesta de las dimensiones como la registrada ayer en esa ciudad.
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