B. B. King volvió a reinar
El último quejido de Lucille, la fiel y entrañable Gibson personalizada de B. B. King, marcó el acorde final del 35º Jazzaldia donostiarra. Una plaza de la Trinidad atestada de público entusiasmado (se habían retirado las sillas para permitir una mayor cabida, pero finalmente se agotó el papel en la taquilla y allí no cabía ni un alfiler) despidió alegre y calurosamente un certamen que este año ha estado marcado por las buenas vibraciones, las sorpresas constantes y el total respeto de su majestad la lluvia, que sólo ha hecho acto de presencia en momentos en los que no sonaba la música.Cuarenta y cinco conciertos (prácticamente la mitad gratuitos) han llenado un apretado programa que, gustos personales aparte, pasará al recuerdo por actuaciones tan apabullantes como la del propio B. B. King o las de Keith Jarrett, David Murray y Al Jarreau, y sorpresas tan agradables como el debú de Claudia Acuña o las mil caras de Uri Caine (seis conciertos totalmente distintos en cuatro días).
Hiram Bullock y B
B. King.Plaza de la Trinidad, San Sebastián. 26 de julio.
El éxito de esta fórmula, músico-residente mostrando todos sus diversos proyectos, ha animado a la dirección del Jazzaldia a instaurarla ya como definitiva. El director del festival, Miguel Martín, exteriorizando aún la satisfacción incontrolada por el alto nivel alcanzado en esta 35ª edición, hablaba ya del trompetista Dave Douglas, otro creador descaradamente polifacético, para el próximo año; una buena noticia si se confirma.
Antes de que B. B. King ejerciera de auténtico monarca del blues actual, un buen discípulo, Hiram Bullock, llenó la Trini de sonidos guitarrísticos de alto voltaje. Alejado de la futilidad de sus recientes producciones discográficas y con bastantes más kilos de peso encima, Bullock ofreció una lección de contundencia sonora. Un concierto con un cierto aire retro que entusiasmó a un público que estaba allí para ver a B. B. King pero que se apuntó rápidamente a los excesos guitarrísticos del siempre expansivo Bullock. Implacable con la guitarra y sobrado de voz, Hiram Bullock se balanceó entre el blues y el rhythm and blues, añadiendo, como quien no quiere la cosa, ligeros toques latinos o puramente rockeros.
Una magnífica actuación que elevó los ánimos del apretado y sudoroso personal y dejó el camino allanado para que el Rey pudiera ejercer como tal. B. B. King no desaprovechó la ocasión: San Sebastián volvió a postrarse a sus pies.
Repetir una vez más que B. B. King sigue siendo idéntico a sí mismo parece una obviedad, pero es tan cierta como que Lucille, su guitarra, sigue sin tener parangón. Posiblemente haya guitarristas de blues más rápidos, más técnicos o más elegantes, pero ninguno consigue llegarle a la suela del zapato a B. B. King en el terreno de la seducción. Su guitarreo sigue siendo impresionante, su voz tan rotunda como de costumbre y envidiable su capacidad para meterse al público en el bolsillo. Cuando, tras dos temas de su grupo, apareció en el escenario de la Trinidad parecía que todo San Sebastián se viniera abajo y no fue más que el principio de una curva ascendente.
Se suponía que B. B. King iba a presentar su último disco, Makin' love is good for you, pero el orondo guitarrista prefirió sumergirse en lo mejor y más conocido de su repertorio para ofrecer un concierto casi a la carta capaz de satisfacer a cualquiera de sus seguidores. Al final de su guitarra salía humo y la Trinidad parecía una olla a presión a punto de estallar.
Babelia
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