La altura
Los ciclistas ascenderán hoy tres puertos cuya cima está a más de 2.000 metros de altura. Y mañana, nada menos que el mítico Galibier (2.650 metros en su cima). No son los ochomiles del Himalaya, desde luego, pero a partir de 2.000 metros (e incluso a partir de 1.000 o 1.500 metros) la altura ya se empieza a notar encima de la bicicleta.El principal problema con el que se enfrenta el ser humano en altura es la hipoxia o disminución de la presión parcial de oxígeno (PO2) de la atmósfera, tanto mayor cuanto mayor sea la altura (es decir, cuanto menor sea la presión atmosférica). En efecto, la PO2 de la atmósfera que respiramos es la principal fuerza que introduce el oxígeno desde los pulmones hasta la sangre, a través de la cual circula después para ser utilizado por las células (sobre todo, por las fibras musculares en ejercicio). En la cima del Everest, por ejemplo, la PO2 es de tan sólo unos 50 milímetros de mercurio (mmHg): unas tres veces menor que a nivel del mar. Esto explica el enorme esfuerzo que representa para los alpinistas el ascender tan sólo unos pocos metros en estas atmósferas tan hipóxicas. Cuando mañana coronen el Galibier, la PO2 de la atmósfera que respiren los ciclistas será de unos 100 mmHg, en números redondos. Es decir, un 25% menos de la que hay a nivel del mar. Suficiente como para disminuir claramente la capacidad de trabajo físico.
Una de las respuestas más importantes y características del organismo expuesto a altura lo constituye el aumento de la ventilación pulmonar, cuyo objetivo es aumentar el contenido de oxígeno en los pulmones. Así, el ciclista nota que le cuesta más trabajo respirar. Siente que le falta el aire. Como consecuencia de este mayor trabajo de los músculos respiratorios (diafragma y músculos intercostales, sobre todo), éstos le roban sangre y oxígeno a los músculos encargados de las piernas. Primer problema.
Segundo problema: al pulmón del ciclista se le exige demasiado, y más en altura. De hecho, el intercambio de oxígeno entre los millones de pequeños sacos de aire (los alvéolos) que pueblan los pulmones y los vasos sanguíneos (capilares) que están en estrecho contacto con ellos y que tienen que llevar la sangre oxigenada de vuelta al corazón, puede estar limitado, incluso a nivel del mar. Y no digamos entonces en altura. Cuanto más entrenado está un deportista de resistencia, más sangre puede bombear su corazón a los pulmones en esfuerzos intensos (hasta 40 litros por minuto). Los vasos pulmonares son especialmente distensibles, y están preparados para recibir mucha sangre en cada minuto sin que por ello se rompan por la presión de la misma. Pero 40 litros quizás sean demasiados. Tanto que la sangre puede salirse de los capilares y encharcar (en el sentido literal de la palabra) los alvéolos pulmonares: es lo que se conoce como edema agudo de pulmón. Mal asunto: donde tenía que haber aire, y por lo tanto oxígeno (los alvéolos) ahora hay sangre, con lo que el intercambio de oxígeno en los pulmones se altera considerablemente. Conclusión: disminución del rendimiento, que, paradójicamente, es más significativa cuanto mejor sea el ciclista (es decir, cuanto más pueda exigirle a sus pulmones). Por ejemplo, a 2.000 metros el consumo máximo de oxígeno o VO2max (un parámetro que expresa la máxima capacidad del organismo de utilizar oxígeno) disminuye en un 7%. Y un 7% en deporte es mucho (¡las diferencias entre el ganador del Tour y el segundo no suelen ir más allá del 0,1% del tiempo total de la prueba!)
Más problemas con la altura. A través de esta ventilación aumentada, perdemos dióxido de carbono de la sangre, lo que obliga al riñón a expulsar bicarbonato. Esto impide que el organismo elimine (tampone) adecuadamente la acidosis láctica: se pierde capacidad de recuperación tras los típicos ataques o cambios de ritmo, y hay más dolor (más todavía) de piernas. Por último, el aire en altura suele ser más seco que más abajo: mayor riesgo de deshidratación.
Por todo ello, cuando mañana los ciclistas asciendan el Galibier a 20 kilómetros por hora, tendremos que admirarles todavía un poco más. Alguno no andará demasiado lejos de escupir sangre (proveniente de los alvéolos encharcados). No es exageración. De hecho, les ocurre a los caballos purasangre después de un ejercicio muy intenso.
Alejandro Lucía es fisiólogo de la UEM.
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