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VERANO DE FESTIVALES

El viento desluce el estreno de 'Così fan tutte' en el Festival de Aix-en-Provence

Confusa dirección escénica de Chen Shi-zheng y brava actuación de las voces femeninas

El orden orquestal

Dorabella, Fiordiligi y Don Alfonso, personajes de Così fan tutte, expresan el deseo de paz climatológica en el viaje a ninguna parte de Ferrando y Guglielmo, con el terzettino 'Soave sia el vento'. En Aix-en-Provence, una sonrisa generalizada se apoderó de los espectadores en ese momento, pues el viento que soplaba en el teatro al aire libre del Arzobispado, más que suave era violento, tal y como habían anunciado los partes meteorológicos, y llevaba camino de convertirse en vendaval. El viento, y el frío consiguiente, marcaron la première del esperado Così, con René Jacobs y Chen Shi-zheng.La idea escénica era, como mínimo, audaz. Debutaba en la dirección operística occidental Chen Shi-zheng, cuya puesta en escena de El pabellón de las peonías, ópera kunju de Tang Xianzu estrenada en 1598 y con una duración de 18 horas, había fascinado en el último Festival de Otoño de París, y también a su paso por Nueva York o Milán, gracias a una ambientación refinada y realista con el agua, las plantas flotantes, los patos y la reconstrucción ambiental como bazas de un acercamiento poético. Para añdir atractivo a la propuesta de Shi-zheng se hacía cargo de los decorados y trajes Peter Pabst, ligado, especialmente desde 1980, a Pina Bausch, para la que ha realizado 17 escenografías.

Los largos periodos de ensayos no desembocaron en un espectáculo visual e intelectualmente estimulante, y mucho menos coherente. Hubo confusión, mucha confusión, en la mezcla de signos de Oriente y Occidente con abanicos, nenúfares, campari, jabalíes, barquitos de papel y champaña. Fue superfluo el ritual de modos orientales y falsamente ingenioso un humor occidental invadiendo el terreno de lo grotesco. La acumulación de efectos era farragosa e incluso pretenciosa. Los juncos, el tronco azul, el jardín con su riachuelo, el sauce, los puentecillos de diferentes épocas y las flores rojas o el arroz extendidos sobre el suelo invitaban a pensar en un paisaje oriental, pero los conflictos interiores de los personajes estaban ausentes, con unos hombres presentados como estúpidos e infantiles y unas mujeres débiles y sensuales, descalzas siempre, y con tan poca ropa encima que inducían a la piedad dado lo desapacible del tiempo atmosférico.

Fueron precisamente estas mujeres las heroínas vocales de la noche, muertas de frío y muy vivas de arte, sometidas a cantar tumbadas boca abajo o boca arriba desde su primera escena, sin tiempo de calentar ni la voz ni mucho menos los cuerpos. Y en esa situación sacaron un coraje conmovedor: la candiense Alexandra Deshorties, componiendo una Fiordiligi llena de carácter, musical hasta los poros, con valentía en la zona alta y seguridad en la grave, respirando teatro en cada gesto y en cada movimiento; la argentina Graciela Oddone, una Despina popular, rebosante de coraje y temperamento; la rumana Liliana Nikiteanu, una Dorabella más afectada quizá que sus compañeras por la presión climatológica, pero en todo caso entregada, dúctil, expresiva. Tres mujeres para enamorar a base de corazón y de resistencia. Los hombres estuvieron más desdibujados y eso que, todo hay que decirlo, estaban más abrigados. Lo más notable fue el aria Un aura amorosa, cantada por Jeremy Ovenden, tenor de voz bella y pequeña. Stephan Genz pasó prácticamente inadvertido y Pietro Spagnoli estuvo correcto, aunque sin disimular su batalla contra el viento.

René Jacobs hizo lo que pudo para mantener el orden orquestal. Las partituras del admirable grupo Concerto Köln estaban bien sostenidas por pinzas, pero el fiero viento podía a veces hasta con los atriles. Destacó Nicolau de Figueiredo, acompañando los recitativos al pianoforte. La versión de Jacobs fue correcta, pero en momentos rozó la simplicidad y no llegó a tener esa gama de matices que se desprende de su disco con esta ópera, por el que ha sido distinguido como Músico del Año en Alemania y Francia. Jacobs se volcó en las voces y ahí estuvo admirable, pero la orquesta sonó a cuentagotas como mozartiana, cortante en la continuidad del discurso aunque, eso sí, evidenciando claridad. Ilusionado y más que aceptable el coro de la Academia Europea de la Música.El público se envolvió con mantas o se puso las almohadillas como improvisadas camisas. Aplaudió a los cantantes, a la orquesta y a su director. La división de opiniones se reservó para el equipo escénico, con más abucheos que aplausos.

El teatro del arzobispo

El espacio central del Festival de Aix-en-Provence es el teatro del Arzobispado, un agradable patio al aire libre con capacidad para 1.289 espectadores, renovado para la edición de 1998, en que se cumplían 50 años de existencia de esta importante manifestación artística, a la que se incorporaba como director Stéphane Lissner. Una de las obsesiones del que pudo ser y no fue conductor del Real ha sido la ampliación de espacios y, así, desde el comienzo de su mandato, añadió al festival el Hôtel Maynier d'Oppède y el auditorio de la Ciudad del Libro, con una capacidad limitada a 300 espectadores cada uno.En 1999 se incorporó al festival el espacio al aire libre Le Grand Saint-Jean, una especie de masía campestre a 10 kilómetros de Aix, con capacidad para 939 personas. Allí se celebran en esta edición la mayoría de los conciertos y La cenerentola, de Rossini, en una versión para 13 instrumentistas del compositor británico Jonathan Dove. La última incorporación, este mismo año, es un espacio cubierto de 433 plazas: el recoleto y dieciochesco teatro Jeu de Paume, un lugar ideal para Monteverdi.

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