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Suerte, alcalde

Juan José Millás

Ahora que el Tribunal de Cuentas va a investigar al fin si Álvarez del Manzano malversó nuestro dinero solo o en compañía de su querida Eulalia, es preciso reivindicar para él, como para todo el mundo, la presunción de inocencia. Quizá no sea culpable, pues, de haber realizado viajes privados como si fueran institucionales. Ni de haber pagado con dinero público los billetes de avión de su señora. Ni de haber comprado un televisor para el hogar del jubilado de un pueblo donde se estaba construyendo una casa de verano. Ni de haber pasado una especie de pensión a su costurera de toda la vida. Ni de haberse pavoneado con dinero municipal en las mesas petitorias presididas por su mujer. Ni de haber entregado una pasta a cofradías malagueñas que a usted y a mí ni nos van ni nos vienen. Ni de donar dinero que no es suyo a instituciones religiosas de las que es devoto.Presunción de inocencia, en fin, para el alcalde de Madrid como para todo el mundo. Pues aun en el caso de que fuera hallado culpable podría alegar multitud de atenuantes. Quizá ha sido el medio familiar en el que se ha desarrollado quien le ha hecho así. Muchas veces condenamos a las personas sin tener en cuenta su extracción social, su origen.

Sin embargo, el medio en el que uno crece tiene una influencia determinante en la personalidad del individuo. Hay gente que a los seis años se ve empujada a robar un mendrugo para comer y gente que no ha pasado un solo domingo sin tomar el vermut después de la misa de doce. Ese vermut marca tanto o más que el reformatorio. Y caes en él sin darte cuenta. Empiezas cogiéndole afición a los jesuitas y terminas sacando el dinero de donde sea para dar un donativo.

Los periódicos no dejan de ilustrarnos sobre los males de la adición a las drogas. Cuando uno está bajo el síndrome de abstinencia, es capaz de golpear a su madre en la cabeza con la batidora para robarle las cinco mil pesetas de la dosis. Acciones que nos horrorizarían en situaciones normales, se llevan a cabo sin pestañear cuando el mono aprieta. Supongamos que procedes de un barrio acomodado, en el que durante toda tu vida has visto a la gente dar dinero a las cofradías a cambio de la salvación del alma. Supongamos que con esa educación a cuestas, sales de tomar el vermut de las doce, un poco tocado por los vapores del alcohol y del incienso, y que tropiezas con una mesa petitoria.

Más aún, imaginemos que en el centro de esa mesa se encuentra tu mujer, por la que estás loco desde niño, con un mantón de Manila y una peineta. Pues lo normal, si no eres rico, es que saques el dinero de donde sea, incluso de las arcas del Ayuntamiento, para aliviar el mono de la donación. Álvarez del Manzano no es rico. Ya nos ha explicado más de una vez que no tiene dinero para pagar los viajes de su mujer, de la que es devoto, como es devoto del vermut, de las cofradías, de las costureras, de los hogares del jubilado de los pueblos en los que se hace casas de verano... Quizá no podemos exigirle más sacrificios de los que el puesto en sí conlleva.

Después de todo, si pensamos en el medio del que procede y en su bagaje cultural, es casi milagroso que haya llegado a dirigir los destinos de una de las capitales más importantes de Europa. No sólo hay que pensar en lo que uno ha conquistado en la vida, sino el sitio desde el que se ha llevado a cabo esa conquista. Quiere decirse que fuerza de voluntad no le falta, por lo que aun en el caso de que el Tribunal de Cuentas lo encontrara culpable de haber desviado algunos fondos públicos hacia vicios privados, habría que tener en cuenta su propósito de enmienda. Ya devolvió de hecho 215.000 pesetas de un viaje que hizo a Mallorca para asistir a la boda de una sobrina. Y eso que la gente no le invita por José María, sino por alcalde. Quieres dar una alegría a la familia, hacerles el regalo de tu presencia, y acabas en los tribunales.

No sólo hay que tener en cuenta la presunción de inocencia, pues, sino las circunstancias atenuantes, que en el caso de Álvarez del Manzano serían numerosísimas. Lo fácil desde luego es condenar ese uso indebido aparente de fondos públicos, pero quién esta libre de tener un hijo así. Das a los hijos lo mejor de ti mismo y de repente te salen alcaldes de Madrid y se llenan de necesidades que no pueden satisfacer con un sueldo modesto. En este caso, como en otros, conviene poner el acento en la prevención más que en el castigo. Cuidado con la misa de doce, y con el vermut posterior. Y no se casen ustedes con presidentas de mesas petitorias. Suerte, alcalde.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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