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Sexo a la brava

La película porno era para consumo de hombres. Y una producción masculina casi total. Ahora, sin embargo, el fenómeno llamativo es el de escritoras y directoras de cine pornográfico. En Francia fue sobresaliente el fenómeno del año pasado con estrenos como A vendre, de Laetitia Masson; Post coitum, de Brigitte Roüan o, sobre todo, Romance, de Catherine Breillat, que también despertó interés entre los españoles y españolas, alertados por los 24 centímetros del pene de Rocco Sifredi.Ahora, meses después, vuelve la sensación a las revistas, los diarios, las radios y sites de Internet con el estreno en París de Baise-moi, una cinta de Virginie Despentes, autora de un escandaloso libro con igual título publicado hace seis años en Francia. Pero, ¿escandalizarse a estas alturas? La pintura pretende aún provocar de vez en cuando, como en la exposición Sensation de la colección Saatchi & Saatchi, mediante el empleo de vísceras, defecaciones o despojos. Y un cine marginal busca otro tanto, juntando culos y felaciones, los degüellos y las sodomías, las escenas gore de tortura, perversión y muerte.

El filme Baise-moi, de Virginie Despentes, es una conjugación de asesinatos y concupiscencias con dos elementos agregados más. Uno es que ese universo se ofrece como la película feminista Ultimate, donde las mujeres abandonan, por fin, su papel de víctimas y se convierten en impíos verdugos, asesinas natas al estilo de Stone o criaturas inspiradas en el Reservoir Dogs, de Tarantino. Mujeres que aniquilan o matan, incluso cuando besan, en represalia por la abyección viril. "La primera secuencia de violación es literalmente insoportable", confesó hace una semana Le Nouvel Observateur. A partir de ahí se despliega una carnicería obscena con esta segunda particularidad: no se sigue como en las películas porno convencionales la segmentación y los anacolutos, sino que, como pertenece al estilo de las porno-femeninas, se enlazan conversaciones y breves situaciones de comedia.

Las dos actrices protagonistas de Baise-moi, Rafaëla Anderson, de 24 años, y Karen Bach, de 27, son ex profesionales del hard core y practican, por tanto, el sexo sin simulaciones o dobles. Muestran sus pliegues y tegumentos hasta la extenuación, pero también, más allá de su cuerpo, enseñan su ánimo justiciero contra el macho abominable. Así, Karen Bach dice que Baise-moi es una revuelta contra el modo en que las mujeres han sido tratadas, aplastadas, ignoradas en nuestra sociedad... Para cumplir con la venganza, Virginie (la autora) ha creado dos chicas completamente locas cuyos actos son, evidentemente, odiosos y reprensibles... Pero lo que se siente es que las mujeres han pasado de la ternura al odio por desesperación".

He aquí, pues, casi todo mezclado a partir de un femenismo criminal hacia el que han derivado las exacerbaciones. En estos días, una madrileña, Beatriz Preciado, de 29 años, ha publicado, también en París, su Manifeste contra-sexuel, que promueve, si no el odio, la abolición de la diferenciación sexual y del matrimonio, pero también de las parejas de hecho y de cualquier neoconyugalismo, para sugerir otra relación cuerpo a cuerpo donde las "gravosas" referencias genitales desaparezcan y se tienda a la liberadora sexualización del cuerpo íntegro; es decir, todo el cuerpo expuesto, a la caricia, a la intervención, al objetivo, sin la traba discriminadora del sexo.

Las propuestas entre Despentes y Preciado son bien diferentes, pero es notable la coincidencia en el hastío y la exasperación. El sexo, tal como se encuentra dibujado todavía hoy, conduciría al tedio o la monotonía, e igual como si se actuara bajo la asfixia de una nada, se tratan de investigar nuevas marcas de placer o de amor inéditos. Antes el sexo era una codiciada golosina que esperaba ser saboreada. Ahora parece que el sabor ha logrado su punto de insipidez y sobre él debe intervenirse en busca de nuevos estímulos: fustigándolo, reaprendiéndolo; condimentando, a la brava, sus viejos signos.

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