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Tribuna:LA SITUACIÓN DE LOS INMIGRANTES
Tribuna
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Pujol y la inmigración

Josep Ramoneda

Pujol es un político antiguo, de cuando la política tenía buena fama, que cree todavía en el debate público. Como todo gobernante rehuye en su parlamento las discusiones que le incomodan, pero esto forma parte de los defectos profesionales. Sin embargo, tiene sensibilidad para saber cuándo un problema es de tal enjundia que no se puede afrontar con la cultura de brocha gorda de los nuevos políticos. Por ejemplo, la inmigración. Mientras el PP lo afronta con la miopía del oportunista, que juega con la legislación según entiende que sopla el viento. Pujol considera que, si todavía tiene sentido la palabra política en la sondeocracia en que estamos encerrados, el tema de la inmigración exige un debate de fondo. Y va a Madrid a provocarlo. Podría ser una ocasión para que los candidatos socialistas rompieran el pudor y nos enseñaran cómo andan de ideas. Y estaría muy bien que el PP entrara en el debate, aunque esto me parece pedir un imposible porque después del 12-M, excepto sobre el País Vasco, que es un tema en el que Aznar parece gustarse tanto que se está pasando en el lucimiento, la tendencia es buscar siempre la distancia más corta entre la cabeza del presidente y el Boletín Oficial del Estado, sin entretenerse en disquisiciones que desde la mayoría absoluta son vistas como puras pérdidas de tiempo.Alejándose tanto del mito progresista que afirma la bondad natural del hombre, corrompida por las relaciones sociales, como de la desconfianza general con el que no posee, propia de la mentalidad de la derecha, Pujol pide una mirada realista sobre las cosas para actuar con la pedagogía democrática adecuada. Los políticos -de derecha y de izquierda- han fomentado el desprestigio de la política, en la práctica, con un uso arbitrario y secretista del poder que les ha distanciado enormemente de la ciudadanía, y en la ideología, cantando las excelencias de lo privado frente a lo público y presentando la privatización de los servicios públicos casi como la panacea contra todos los males. Desde este descrédito trabajado a pulso, ¿tienen alguna autoridad moral para hacer pedagogía?

Pujol ha señalado algunas temas que requieren que se hable francamente: "Los instintos básicos", ha dicho, de los ciudadanos, que sienten recelo de la inmigración, que aceptan que los inmigrantes vengan para hacer trabajos que la gente no quiere hacer, pero que cuando no sean necesarios se vayan. Las confusiones derivadas de cierto "complejo de culpabilidad de las sociedades receptoras", que hacen que en nombre de los derechos de los inmigrantes se olvide que estos también tienen deberes: respetar las leyes y las convenciones sociales de la sociedad a la que llegan. La necesidad de crear un marco favorable a la integración, lo que significa atender las condiciones -materiales y convivenciales- del inmigrante, es decir, atacar la marginación y la explotación por parte de algunos empresarios, y facilitar la reagrupación familiar.

El debate de la inmigración exige un marco de valores democráticos de referencia. Un principio: la igual dignidad de cualquier persona humana, independientemente de su origen y condición. Y una posición estratégica: la acción punitiva del Estado debe dirigirse prioritariamente sobre las mafias de traficantes y sobre los explotadores y no sobre los inmigrantes. Sin embargo, el énfasis en la distinción entre nacionales y extranjeros y el interés del Gobierno en conseguir la arbitrariedad policial para la política de fronteras hace pensar que la música del PP no se corresponde con esta canción.

Pujol pide debate. Por las actuaciones de su grupo, campeón del equilibrismo en la tramitación de la ley vigente, le juzgaremos, no sea que a la hora de la verdad las presiones populares en el Parlamento catalán le obliguen a pasar por la piedra de la mayoría absoluta. Sorprende que Pujol se apunte al argumento del efecto reclamo de la ley de Extranjería. No hay ninguna demostración empírica que lo confirme y, sin embargo, el Gobierno lo había convertido en verdad incluso antes de que la ley entrara en vigor. Esta ligereza de Pujol es quizás el atajo para justificar una revisión de la ley que no se corresponde con su discurso. Si, como él dice, para evitar que el inmigrante sea un marginado hay dos cosas fundamentales: el reconocimiento de sus derechos y las facilidades para el reagrupamiento familiar, ¿por qué se apunta a modificar la ley en sentido restrictivo si es en estos terrenos dónde ofrece avances más sustanciales? La exigencia de coherencia empieza por uno mismo. Sería una pena que la invitación al debate quedará rápidamente deslegitimada por polítiquerías de aritmética parlamentaria.

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