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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Grupo pionero

En el primer discurso que un mandatario extranjero dirige a los parlamentarios alemanes en su recién estrenado Bundestag, el antiguo Reichstag de Berlín, el presidente francés, Jacques Chirac, ha expuesto su visión radical para impulsar la construcción política de Europa: que un "grupo pionero" de países, "reunidos en torno a Francia y Alemania", abra nuevos caminos a la integración, con el eje franco-alemán como motor de la construcción europea. Chirac ha vestido con un nuevo vocabulario la idea de Delors y otros, incluido el propio ministro alemán Joschka Fischer. Propone crear una vanguardia que a través de las llamadas cooperaciones reforzadas vaya impulsando este proceso de integración mediante la creación de "un secretariado encargado de velar por la coherencia de las posiciones y de las políticas de los miembros del grupo", lo que podría situar este paso incluso al margen de los actuales tratados.Es, en parte, la respuesta francesa a la idea de federación europea lanzada por Fischer, sumamente discutida en Francia. La iniciativa de Chirac llega a cuatro días de que Francia asuma la presidencia del Consejo de la UE en un momento difícil y con un discurso europeísta que no está exento de contradicciones, pues París sigue defendiendo a ultranza el mantenimiento del Estado nación como pilar político esencial, presente y futuro, de la Unión Europea. Tal postura no le ha impedido propugnar que para 2002 se elabore una Constitución europea, aunque acabe teniendo otro nombre, sobre la que "estarán llamados a pronunciarse" los Gobiernos y los pueblos. Tras esa etapa de transición, según la visión de Chirac, la UE deberá estabilizarse "en sus instituciones y sus fronteras".

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Pero aunque haya una gran distancia entre el europeísmo alemán -que ve en la UE su posibilidad de desarrollo- y el soberanismo francés, el eje París-Berlín, como motor de la construcción europea, se está recomponiendo a marchas forzadas, con propuestas concretas para que desborde hacia un intenso diálogo entre sociedades y economías. Aunque no han llegado al grado de complicidad que lograron ambas naciones con Mitterrand y Kohl, los dos grandes despiertan finalmente de un prolongado letargo. No quieren que otros les coman el terreno, especialmente un Reino Unido cuya eventual entrada en el euro está cada día más en el aire y que en la Europa ya existente, de varias velocidades en el ámbito económico y monetario, se está quedando en la calle más lenta.

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París y Berlín tienen razones fundadas para temer una cierta disolución de la integración en una Europa ampliada. En una Unión Europea llamada a doblar el número actual de 15 miembros, la integración política sólo se logrará si hay un grupo impulsor, en el que deben estar Francia y Alemania, aunque no sólo ellos. Para España, esta apasionante situación plantea un reto de alcance histórico. El Gobierno de Aznar se ha distanciado del eje franco-alemán, en favor de una visión más atlantista y menos integracionista. Pero España aún puede estar en este grupo pionero que Alemania y Francia están dispuestas a constituir, les sigan o no.

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