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Romanos y olé

Éste es el argumento: el capataz de un gigantesco rancho culmina una campaña contra los cuatreros y los indios y consolida los límites del territorio. Allí mismo, la muerte de su jefe, el más influyente y poderoso ganadero de la región, hace que sea sucedido por su hijo, un joven débil y vengativo. El capataz recela de la muerte del viejo y el hijo le retira el mando y ordena a unos secuaces que lo maten. Consigue escapar y vuelve penosamente a su casa, que encuentra arrasada y a su mujer e hijo ahorcados. Agotado, es atrapado por un grupo de bandidos y se ve obligado a unirse a ellos. Mientras tanto, en la capital, el hijo del viejo ganadero ha convertido la ciudad en un nido de juego y corrupción. El capataz, hábil con un arma en las manos, conseguirá ganar uno tras otro los concursos de tiro que se organizan en la ciudad. Su fama de buen tirador hace que un grupo de ciudadanos amantes de la ley y el orden intenten convencerle para que acepte el cargo de sheriff y se enfrente al tirano, pero él sólo piensa en su venganza. Hasta que las circunstancias de obligan a considerar la oferta. En este momento es atrapado por los secuaces del tirano y éste le reta a un duelo singular en la calle central en presencia de todos los ciudadanos; pero antes le hiere arteramente en un brazo. En el duelo final, el capataz logra desenfundar al tiempo que su enemigo y ambos caen muertos. Entonces el capataz se va al cielo, donde le esperan su mujer y su hijo mientras todos entonan en la tierra un comprensivo mea culpa.Excepto el ridículo final, lo demás es esa película del Oeste que ustedes tienen en la punta de la lengua y no les sale. Y es verdad, no les sale porque no es del Oeste, es de romanos y se llama Gladiator y lo mismo podía haber ocurrido en cualquier otro tiempo; a los productores, distribuidores y espectadores les debe parecer lo mismo; posiblemente consideran que nada ha existido antes de ellos y, por lo tanto, no necesitan apoyarse más que en sí mismos. Pero no voy a hacerme el historiador ofendido, porque ni soy historiador ni estoy ofendido. Lo que me desagrada de las películas es que estén mal hechas.

La desidia comienza en lo que he dicho antes, el desprecio por una historia y su entorno, y culmina en la clase de películas de las cuales puede uno decir que el guión es eso que hay entre medias de los efectos especiales, como se dice de las películas pasadas por la televisión que la película es eso que ponen entre los bloques de anuncios. Aquí el espectador es deslumbrado en primer lugar con una batalla que no se sabe si es de la época romana o de la guerra de las galaxias y deslumbrado queda para el resto (es decir, sin poder ver, y digo ver, no mirar). Deslumbrado y desprovisto de juicio alguno, pues a esta atemporalidad se une la inverosimilitud de la historia. Nadie pide fidelidad histórica, tan sólo la justa para apoyar la credibilidad de una película que ha elegido Roma y no la guerra civil norteamericana o una expedición a Marte para sustentar la narración. No estoy exigiendo la historicidad del filme sino su credibilidad. Ésta no es una película del género fantástico, sino del género increíble. No es fantástica, como Las aventuras del barón Munchaussen o La amenaza fantasma, sino interminablemente roma y repetitiva. Hoy en día a la gente no se la deslumbra con imaginación sino con realismo tecnológico y celofán visual y sonoro. A la credibilidad que la zurzan. ¿A quién le hace falta para pasar el rato y comer palomitas? A este paso al cine sólo le exigiremos que aparezcan figuras en movimiento en la pantalla.

Por ahí se camina hacia el analfabetismo, pero allá cada cual y peor para todos. Sólo una nota histórica para terminar: a todo español al que le guste Gladiator le queda terminantemente prohibido irritarse con los toreros y bailaoras que salen en el cine americano representando a España y olé.

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