"Soy el cebo para que la gente nos vea"
Son diez años los que lleva al frente de la Compañía Nacional de Danza. Y quiere seguir contando. "Mi contrato es indefinido", afirma, aunque matiza: "Eso no quiere decir que yo vaya a estar aquí hasta que quiera, sino que existe una confianza en mi gestión que no requiere renovaciones". Así que a Nacho Duato, de 43 años y el baile en la sangre, no parecen preocuparle demasiado los politiqueos ni los cambios de Gobierno; sus argumentos son incontestables. Es el hombre que ha modernizado este arte en España con sus montajes contemporáneos en el terreno oficial. Su clave mezcla trabajo constante y a pie de obra con una popularidad bien llevada, discreta. "Siempre lo digo, soy el cebo para que la gente acuda a vernos".La fórmula le sale bien, hasta ahora, y nadie le discute que desde que él tomó las riendas de su negociado, a los españoles, en este terreno y en el extranjero, se nos conoce por algo más que por el flamenco y el taconeo.
Duato acaba de terminar una gira por España -Madrid, Valencia y Las Palmas de Gran Canaria-, y actualmente recala por Alemania y Francia en ciudades como Hannover y Montpellier. Presenta nuevas coreografías, Arcangelo y Ofrenda de sombras, esta última inspirada en el pintor español de genio Diego Velázquez, ambas estrenadas hace tres semanas en el Teatro Real de Madrid, al tiempo que rueda también con lo que algunos críticos consideran su mejor trabajo hasta la fecha, Multiplicidad. Formas de silencio y vacío, una obra inspirada en la música de Johann Sebastian Bach y encargada por el festival de la ciudad germana de Weimar, que le colocan en la élite de los coreógrafos mundiales.
Para las dos primeras obras citadas ha contado con la colaboración del catalán Jordi Savall, uno de los músicos expertos en el barroco más importantes del mundo. "Es único, hemos tenido un entendimiento completo, Jordi es una persona íntegra y muy humilde, de madera noble, es como una viola de gamba", según le define Duato.
El danzante más famoso de España se presenta reteñido de rubio platino y peinado hacia delante, como un tribuno romano salido de Gladiator. También puede parecer una escultura renacentista que ha echado a andar si no fuera porque se mueve mucho y rumia un poco de lechuga, unos tomates y una pechuga de pollo a la plancha entre función y función, para merendar, a eso de las seis de la tarde. Impone. Conquista con su timidez de entrada, que luego deja a un lado para emitir juicios enteros y peinados de complejos.
Se cuida porque eso que anunció con tanto bombo y platillo hace tres años de que se retiraba como bailarín de los escenarios ha quedado en una chiquillada. "Al día siguiente de haber dicho eso y de haberme despedido, ya me había arrepentido. Me he dado cuenta de que no puedo estar en la compañía sin salir al escenario de alguna forma, me siento más parte de ella si soy bailarín, no puedo dirigir si no lo hago", confiesa para tranquilidad de sus fans, que acudieron a esa despedida como si fueran a un haraquiri. El berrinche de los incondicionales pasó pronto. "De hecho, al mes de haberlo dicho, bailé en Alemania. Me entró una locura, pero rectificar es de sabios. Ahora tengo las ideas muy claras y persevero; además, lo que monto para mí está hecho muy a mi medida, para mi edad, mi experiencia y mi cuerpo".
El caso es que Duato sigue esclavizado por su trabajo y sacándole gusto a la cosa, sobre todo en el terreno artístico. Porque en lo que se refiere a la gestión, el papeleo, las reuniones y las obligaciones del cargo se queja más. Pero ve lo suyo como una especie de cruzada medieval.
"Esta compañía es muy difícil de llevar. Su gestión no es precisamente un regalo", se queja. Aunque respaldo nunca le ha faltado, ni cuando gobernaban los socialistas ni ahora, con el Partido Popular. Eso sí, algo de pereza le entra cuando tiene que enfrentarse a cada nuevo cargo. "Lo malo es tenerles que volver a educar. Lo digo, claro, en el sentido de volverles a entusiasmar con lo que hacemos", aclara antes de que nadie se pueda espantar. Para Duato, de todas formas, los colores de un Gobierno no le achantan. "El dinero de la compañía es de todos los españoles, no es del PP, ni de los ministros de turno".
Se empeña como un titán en explicar lo duro que es su cometido. "La gente sabe muy poco de esto, de cómo se hace un ballet", explica. Trabaja con los bailarines de diez a cuatro y media de la tarde; el resto del día lo dedica a la administración pura y dura de lo que lleva entre manos; eso, cuando no está de gira. Cuando acaba, va a su casa y enchufa música de todo tipo para inspirarse. "Estás todo el día abierto a la inspiración. Trato de emocionarme con lo que quiero hacer. Luego, los movimientos salen de la música", cuenta. Es la gran clave. Leer la música. "Con una coreografía bien hecha, la música se escucha mejor, se comprende mejor", dice. Resulta que para él, ése es uno de los grandes cometidos de su arte. "El ballet debe hacernos ver la música, captarla, poner en movimiento lo que sentimos y lo que oímos a la vez".
Cuesta que el público en España entre con ganas de disfrutar a este tipo de espectáculos, según Duato. "El público español es frío, no aplaude fácilmente entre pieza y pieza o ante un pasaje que les emocione. Viene a los teatros como si entrara en misa, como si no pudiera exteriorizar ciertas cosas. No se siente cómodo, no entiende ciertos guiños que introduzco en mis coreografías y que fuera se captan con mucha facilidad".
Es uno de sus empeños, quitarle pompa a lo suyo, desacralizar, como ha intentado con Bach, algo por lo que le pide perdón al principio y al final del espectáculo al ritmo de las Variaciones Goldberg, una de las obras para teclado más sobrecogedoras de la historia de la música tocada de la mano y al compás de la sangre del pianista Glenn Gould. "Tenía claro que no quería bailar misas, lo mismo que no me gustaría coreografiar un réquiem, y eso que hay quien lo ha hecho", justifica. "Yo he creado Multiplicidad. Formas de silencio y vacío con mucho respeto. He cogido varias piezas y las he mezclado sobre todo teniendo en cuenta su sentido rítmico". Y sigue: "Todo se puede bailar. Aunque muchas de estas piezas son religiosas, se puede hacer. Si se baila en las bodas o se baila a la naturaleza, también se puede bailar a Dios perfectamente". Lo dice con el mismo convencimiento con que sentencia los motores fundamentales de su trabajo. "El amor y la muerte están en toda obra de arte, y quien lo niegue, miente, porque no se puede crear en contra de los sentimientos".
Babelia
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