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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ortodoxia griega

Una pugna singular y de alto voltaje político se desarrolla en Grecia entre la Iglesia ortodoxa oficial y el Gobierno centroizquierdista de Costas Simitis. La disputa carecería probablemente de sentido en cualquier otro país de la Union Europea, a la que Grecia pertenece, puesto que su punto central es la introducción de un nuevo documento nacional de identidad sin referencia a la religión de su titular. La semana pasada hubo una manifestación multitudinaria en Salónica contra la decisión gubernamental. Ayer, la jerarquía ortodoxa, con el primado Christódulos a la cabeza, llevó la protesta a Atenas, con 1.500 autobuses de alquiler para trasladar a los devotos desde cualquier punto del país, en un pulso abierto con el Gobierno.Para simplificar y evitar discriminaciones entre sus ciudadanos, la UE establece documentos de identidad sin datos innecesarios. La creencia religiosa del titular es, obviamente, el menos relevante de todos. Pero en el caso griego se da una mezcla altamente inflamable. Uno de sus ingredientes es que la Iglesia ortodoxa, a la que pertenece por bautismo casi el 100% de la población, se considera a sí misma guardiana última de la identidad nacional, por su papel durante casi cinco siglos de dominación turca. Otro, que su jefe, el arzobispo Christódulos, no sólo es un populista sobrado de retórica nacionalista, dirigida fundamentalmente contra la Unión Europea y Turquía, sino quizá el personaje más popular de Grecia, desde luego, muy por delante del primer ministro.

Las diatribas del primado griego contra los "bárbaros del este" (turcos), su vaticinio sobre la "destrucción y perdición" de Grecia si se somete al control de la UE o su teoría conspiratoria sobre la colusión de los poderes mundiales en contra del helenismo, no importarían demasiado de no ser porque la religión ortodoxa es la oficial del Estado griego. Un tímido intento del reformista Simitis para cambiar la Constitución y separar Iglesia y Estado se disolvió en cuanto quedó claro que incluso muchos diputados socialistas votarían en contra.

A Grecia, que el año próximo ingresa en la Unión Monetaria Europea y tiene por delante el reto de los Juegos Olímpicos del 2004, sigue sin resultarle fácil el acomodo de sus raíces con la pertenencia a organizaciones como la UE o la OTAN. Pero el redoble de los tambores nacionalistas o el recurso a las banderas bizantinas no ayudará a resolver esa crisis de identidad. El proeuropeo Simitis debe profundizar las reformas y ser capaz de mostrar a sus conciudadanos que tienen más que ganar con la integración europea que con el recurso fácil a la demagogia nacional-religiosa.

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