Gaia: una ciencia y no una religión
Estos días tiene lugar en Valencia el congreso internacional Gaia 2000, del cual ya se ha hecho eco la prensa. Aparte de los especialistas de renombre mundial acerca de esta interesante hipótesis, está con nosotros su creador, James Lovelock, que hizo una interesante presentación del estado actual de su teoría.El hilo conductor de las sesiones es el propio de Lovelock, el creador de Gaia. Su modo de hacer ciencia tiene poco que ver con la manera impuesta por Newton hace más de dos siglos, aquella que pretende resolver los problemas científicos planteados por una realidad cualquiera: el funcionamiento de un organismo, de un ecosistema, etc., mediante el estudio de sus partes por separado. Ello conduce a perder de vista que dichas partes aisladas obran de un modo muy diferente que cuando están juntas. Así, el hidrógeno y el oxígeno, que están en estado gaseoso a temperatura ordinaria, se combinan para dar el agua, que a la misma temperatura es un líquido, con propiedades muy distintas que las de ambos elementos por separado, que no las poseen. Se trata de las propiedades emergentes. Ello nos vuelve a decir que el todo no es la simple suma de las partes, y que no puede reducirse a éstas. Es por esto que el paradigma metodológico instaurado por Newton para el estudio de la naturaleza tiene carácter reduccionista. La postura de GAIA adopta la perspectiva contraria a ese reduccionismo. Es una postura sistemista. Un sistema es un conjunto de partes que interaccionan entre sí, lo cual es la causa de que surjan esas nuevas características que denominamos propiedades emergentes.
Todo sistema está formado por partes que son, a su vez, sistemas. Son los subsistemas. Gaia considera esencialmente dos grandes subsistemas: por una parte, la Tierra, en lo referente a su atmósfera, hidrosfera y la parte más externa de su corteza, y por otra, la vida. Ambos sistemas han evolucionado uno al lado del otro; ahora bien, por depender mutuamente, no lo han hecho de un modo independiente. Cada uno de los subsistemas ha transmitido mensajes al otro (de un modo más preciso, podríamos hablar de transmisión de información), lo cual lo obligaría a dar algún tipo de respuesta, que a su vez se constituirá en mensaje para el primero.
Los primeros organismos fotosintéticos fueron bacterias. Ellas dieron origen a una verdadera polución atmosférica, ya que introdujeron un gas que no estaba: el oxígeno. Ello tuvo lugar hace muchísimos millones de años. Hoy día, no sólo existen bacterias fotosintéticas. La fotosíntesis es una función que también es propia de las plantas. Los animales necesitan el oxígeno para su metabolismo; es decir, la polución inicial fue aprovechada para el origen evolutivo de los animales. Sin embargo, el oxígeno fue tóxico al principio y la vida dio origen a mecanismos metabolizantes. ¿Cuál es el efecto de la adición de oxígeno a la atmósfera? Es el enfriamiento progresivo, así como la pérdida de humedad. El punto final podría ser una época glacial, como las varias que ha pasado la Tierra a través de su historia. Ahora bien, la fotosíntesis elimina el anhídrido carbónico de la atmósfera. El exceso de este gas conduciría al conocido efecto invernadero, cuya consecuencia es el progresivo aumento de la temperatura atmosférica, con aumento de la humedad. De este modo, excesos de este gas, u otros que conducen al efecto invernadero, causados por la actividad de la propia Tierra, tendrían respuesta en la vida, y viceversa, ésta influiría en un aspecto puramente físico como es la composición de la atmósfera.
La vida, desde el punto de vista Gaia, se la concibe como un factor con importante capacidad de regulación de esa parte más externa de la Tierra. Un ejemplo muy interesante sería el de los fósiles. Los fósiles constituyen el archivo de la historia de la vida sobre la Tierra, algo que nuestros museos, como el de Ciencias Naturales de Valencia, dependiente del Ayuntamiento de Valencia, o el de Geología de la Universidad de Valencia, nos muestran. Ese archivo, o registro paleontológico, tiene mucho que ver con Gaia. Los productos de la vida son introducidos en la corteza terrestre, pueden volver a ser utilizados por la vida -el hombre usa el carbón y el petróleo, que no dejan de ser fósiles- y, por último, la vida muchas veces regula la formación del archivo: así, la producción de resina, algo que se deriva de la evolución de las plantas, dio lugar al ámbar. Los insectos, animales que muy difícilmente fosilizan, quedan incluidos en él de una manera muy perfecta, algo que en otras condiciones es muy infrecuente.
Ahora bien ¿la acción de la vida hasta qué punto la beneficia? Es una de las cuestiones que han surgido en la primera jornada de este congreso. Además ¿es el hombre aquel ser que se halla en el centro de la biosfera y que todo parece preparado para recibirle? Primero Copernico desplazó la Tierra, y con ello al hombre, del centro del Universo. Luego Darwin vio en él una simple derivación respecto de los otros animales. En tal sentido, Gaia como reguladora pudo haber surgido por azar, como ha sugerido uno de los conferenciantes. En una época en que el hombre manipula enormes cantidades de materia y energía, algo inaudito para las otras especies, la hipótesis Gaia puede ser un importante instrumento para saber dónde estamos realmente.
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