Los centros superiores facturan 30.000 millones a las empresas Las facultades se convierten en compañías de prestación de servicios de I+D
Las facultades se han lanzado a la búsqueda de clientes. Las relaciones entre las universidades españolas y las empresas privadas o administraciones públicas se plasmaron en 1999 en 14.000 contratos que supusieron unos ingresos para las primeras de 30.000 millones de pesetas. Los laboratorios universitarios han diversificado su investigación para convertirse en centros de prestación de servicios de I+D para muchas empresas con escasa capacidad investigadora.
No se trata ahora de grandes inventos que acaban en la oficina de patentes, sino de solucionar la papeleta a cientos de empresas sin medios para montar sus propios laboratorios o a grandes compañías que no pueden permitirse desperdiciar su tiempo y dinero en investigaciones de escasa aplicación práctica inmediata o cuyos resultados tardarían demasiado tiempo en aparecer. En España, con alrededor de un 50% de pequeñas y medianas empresas (pymes, con menos de 50 trabajadores), son éstas las que más acuden a las Oficinas de Transferencia de Tecnología (OTRI) en busca, sobre todo, de mejoras tecnológicas que permitan la expansión o una mejor gestión de su negocio. Con frecuencia buscan además laboratorios capaces de innovar, es decir, de crear tecnología y fabricar productos.La facturación por estos servicios externos aumenta año tras año: en 1997, la red nacional de OTRI gestionó 12.500 contratos y 23.000 millones de pesetas. Dos años después, en 1999, aumentó a 30.000 millones, lo que supone un incremento de un 30%, y a 14.000 contratos, un 12% más. Las cifras, sin embargo, son pequeñas comparadas con los montos globales y demuestran que aún hay un largo camino por recorrer: los 23.000 millones de 1997 representaban poco más del 10% del gasto universitario español en I+D aquel año (220.000 millones según la Fundación COTEC).
Pero no son sólo firmas privadas las que solucionan sus problemas en los departamentos universitarios. Casi una tercera parte de las investigaciones para la calle de la universidad tienen como receptores a las administraciones públicas que no cuentan con ninguna posibilidad de investigar.
Los contratos más suculentos son los firmados con las grandes empresas. Además, son las que más gustan a las universidades desde el punto de vista técnico, ya que el término medio de un contrato con una pyme suele ser menor al año y con objetivos menos ambiciosos que el de las grandes firmas, que se decantan por relaciones más largas e interesantes.
Prestigio y beneficios
Este método de colaboración convierte a las dos partes en socios tecnológicos y suele reportar mucho prestigio y beneficios a las universidades: suponen, además de ingresos, el trabajo codo con codo entre investigadores universitarios -profesores y estudiantes- y los de las empresas. Una buena simbiosis. Además, los centros docentes se dan a conocer, siempre útiles para establecer nuevos contactos. A cambio, las empresas dejan bien establecido que son ellas las que establecen los campos de investigación y las propietarias de cualquier resultado de los trabajos. También suelen obligar a la otra parte a una absoluta confidencialidad.
La Universidad de Málaga, por ejemplo, ha firmado en los últimos dos meses varios acuerdos de este tipo. Suscribió uno con Nokia que obligará a la empresa finlandesa a desembolsar 1.000 millones de pesetas en dos años. En el acuerdo, investigadores de ambas entidades desarrollarán aplicaciones para la telefonía móvil de tercera generación. Airtel, por ejemplo, también trabajará en Málaga sufragando, con 350 millones, en cinco años, trabajos de telefonía móvil. En ambos casos, eso sí, son las firmas las que deciden qué investigar y buscar. Todas las universidades españolas, en mayor o menor medida, han suscrito contratos de este tipo en los últimos años.
'Informe Bricall'
Uno de los "objetivos prioritarios" del informe Bricall (el análisis de la situación universitaria encargado por los rectores a Josep Maria Bricall y hecho público el pasado marzo) era la creación de empresas para explotar la investigación universitaria. Ésta es, sin duda, la parte menos desarrollada. Son pocas las universidades que han decidido que, además de descubrir, pueden fabricar. Es el salto que falta para lo que se ha dado en llamar innovación: el I+D no pasa de desarrollar prototipos; con la innovación se avanza hasta el final y se construyen objetos reales. Es el caso, por ejemplo, del audífono presentado por la universidad malagueña hace pocas semanas. Patentado bajo su titularidad, el centro creó una fundación sin ánimo de lucro para fabricar el audífono. La comercialización sí la han dejado en manos externas.
Otra experiencia nueva aunque aún muy verde en España (procedente del Sylicon Valley californiano) es la aparición de spin offs, empresas que surgen con ayudas de las propias instituciones universitarias. Generalmente, estas empresas reciben un impulso económico a través de organizaciones públicas de capital riesgo y otras ayudas en forma de infraestructura y comunicaciones. A partir de ahí, tienen dos o tres años para despegar.
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