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Tribuna
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El ojo vigilante

El Parlamento andaluz se ocupó el otro día de la creciente violencia juvenil mientras en la misma ciudad y casi a la misma hora el fiscal jefe de Sevilla alertaba sobre el aumento general de la violencia: una violencia que surge por las cuestiones más banales, dijo el fiscal. La violencia de los jóvenes pertenece al mismo mundo que la violencia de sus mayores, pero los parlamentarios andaluces parecen entender que pertenece al mundo del espectáculo (cine, televisión, periódicos y videojuegos) o es una consecuencia de ese mundo, y han recordado la necesidad de vigilar los espectáculos y sus consecuencias. No debemos difundir valores negativos, ni convertir al criminal en héroe. Debe ser controlada la programación de las televisiones.El mal puede tener efectos mutantes y provocar la aparición de un ojo vigilante y policía. Hay que agradecer la pasión de los parlamentarios de todos los partidos por la salud moral del ciudadano, pero no creo que sea necesario este ojo vigilante y policial: el Código Penal ya salvaguarda la salud moral del ciudadano. Son libros poco leídos, los Códigos, a pesar de que rigen nuestra vida, y es un atolondramiento inexplicable no tener a mano, junto a nuestros libros esenciales, el Código Penal y el Civil: nadie usa una máquina sin conocer el prospecto de instrucciones, y los Códigos regulan nuestra relación con el mundo. Y suelen ser lectura agradecida además: el célebre y hoy masivamente desconocido Stendhal usaba como manual de estilo el Código Civil, que consultaba a diario.

Nuestro Código Penal castiga la apología del delito a través de la imprenta, la radiodifusión o cualquier otro medio de eficacia semejante: es decir, la exposición de ideas o doctrinas que ensalcen el crimen o enaltezcan a su autor. El Código Penal se ocupa también de la calumnia y la injuria, de la protección a las religiones (contra quienes ofendan gravemente los sentimientos religiosos, e incluso contra quienes ofendan la falta de sentimientos religiosos), de los ultrajes a España y sus signos, su Ejército, su Rey y sus autoridades. El Código Penal es bastante: hasta podría ser terrible en manos de un dictador o un partido-dictador.

Así que los partidarios de la vigilancia moral deberían estar tranquilos frente a los peligros incontrolables del periodismo y el arte en general: deberían confiar en la ley y en la eficiencia de los fiscales, abogados del pueblo. O, si confían poco, pueden recurrir a la denuncia personal y directa contra los propagandistas del delito, siempre que su conciencia así lo exija. Pero me preocupa oír a los parlamentarios andaluces pedir vigilancia y autocensura para el mundo de la imprenta y las imágenes en general. Hablar directamente de censura sería una provocación hoy, pero quién sabe si en el futuro la censura no vuelve a ser éticamente elegante, como en el pasado, no hace mucho.

Ya sé que no es lo mismo, que los censores antiguos estaban absolutamente equivocados y nosotros tenemos razón, pues no es lo mismo acallar el crimen e imponer la verdad, como hacemos nosotros, que acallar la verdad e imponer el crimen, como siempre hacen los que no son nosotros.

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