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Política / Violencia

IMANOL ZUBERO

Otro domingo sangriento. ETA ha asesinado en Durango a Jesús María Pedrosa, concejal del PP. De nuevo las viejas preguntas: ¿por qué? ¿hasta cuándo? ¿cómo pararlo? De nuevo las viejas respuestas mezclando violencia y política: no hacer ni decir determinadas cosas mientras ETA siga matando; hacer y decir determinadas cosas para que ETA deje de matar.

Supongamos por un momento que la violencia de ETA no tenga solución, aunque sí tenga fin. Supongamos que no sea posible acabar con la violencia de ETA, aún cuando esa violencia se acabe algún día. No es una hipótesis descabellada: hay quien ha teorizado sobre esta posibilidad, ya sea en términos de relevo generacional, ya advirtiendo del riesgo de "grapización" o de conversión mafiosa de la organización armada. Por mi parte, siempre he considerado que la violencia de ETA no tiene su origen y su sostén en ningún problema político, sino en una determinada visión de la realidad, por lo que sólo terminará si previamente cambia la visión de la realidad que la sustenta. Pero las visiones de la realidad son premisas, supuestos implícitos acerca del mundo, las personas, la sociedad; son una forma de causación, la base a partir de la cual se buscan los "por qué" de las cosas. De ahí que las visiones no dependan de los hechos: pueden mantenerse a pesar y hasta en contra de los hechos, por lo que la transformación de la realidad puede no afectarlas en absoluto.

Si esto fuera así, cualquier propuesta política para acabar con esa violencia, sin importar el contenido de la propuesta, sólo sería combustible que alimente la acción de ETA. Si la solución es policial, porque la represión (aunque sea en el uso de la violencia legítima, mucho más sí la violencia usada por el Estado es ilegítima) alimentaría la espiral de la violencia. Si la solución es política, porque el uso de la violencia se vería recompensado, lo que dejaría siempre abierta la puerta de seguir utilizándola para alcanzar un objetivo más. En cualquier caso, si esta fuera la situación, ¿significaría que porque la violencia continúe existiendo no es posible abordar democráticamente entre los ciudadanos vascos pacíficos toda una serie de cuestiones sobre la organización de nuestra vida en común? Al vincular política y violencia, ¿se está queriendo decir que hay cosas que podemos y debemos hacer, pero no las haremos mientras haya violencia, reservándolas como elemento de negociación? ¿se está queriendo decir que hay cosas que no podemos ni debemos hacer, pero podríamos hacerlas si cesa la violencia? De ahí la necesidad de desvincular violencia y política: no hacer nada que no se quiera hacer porque exista violencia, pero no dejar de hacer nada que se quiera hacer porque exista violencia. No se trata de mirar para otro lado en una imposible táctica de avestruz, sino de mirar también para otros lados y, sobre todo, de mirar desde otros lados. Se trata de mirar la realidad no sólo desde la política, sino también desde la ética cívica, cada vez más contaminada por el realismo sucio del cortoplacismo político. ¿La prueba? Miremos el estado actual de la movilización social.

Así pues, hablar de todo lo que se quiera, pero porque se quiere (porque se puede querer en libertad) y porque se piensa en la ciudadanía, no porque se piensa en ETA y en su excrecencia, HB. A pesar de los pesares, la sociedad vasca avanza por una autovía mientras ETA y la actual izquierda abertzale circulan, en el mejor de los casos, en paralelo por una vía de servicio. Mezclar ambas rutas es, inevitablemente, cortocircuitar el ritmo autónomo de la sociedad. Pues aunque es cierto que no sólo ETA sabe matar (ahí están las víctimas aún agraviadas de los GAL, y antes que ellas las del mismo perro fascista con los distintos collares de la Triple A, el Batallón Vasco Español, Anti Terrorismo ETA, etc.), no es menos cierto que ETA sólo sabe matar. Lo acaba de demostrar, una vez más, en Durango.

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