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Soberanistas frente a federalistas.

Los años noventa, con el Tratado de Maastricht (1991) y el de Amsterdam (1997), se han revelado decisivos para la integración de Europa. De la etapa relativamente fácil de ir eliminando obstáculos hemos saltado a una mucho más difícil de construir una entidad política supraestatal nueva. Para que la ampliación -el gran reto ahora planteado- pueda hacerse con un mínimo de rigor, la Conferencia Intergubernamental tiene que solucionar los temas que, precisamente por su enorme dificultad, el Tratado de Amsterdam ha dejado abiertos: número de comisarios; principio de mayoría cualificada en el Consejo de Europa, con el consiguiente voto ponderado de cada Estado miembro, y número de diputados que corresponda a cada país en el Parlamento Europeo, así como, eventualmente, ampliar sus competencias. El que la reforma haya sido aplazada una y otra vez indica que estas cuestiones de procedimiento son muy intrincadas, pero de su adecuada solución depende el que la UE pueda o no funcionar. En cuanto al PE, está ya decidido que no podrá pasar de 700 miembros, pero no el método a emplear para elegirlos: con el actual se superaría esta cifra en cuanto ingresen Polonia, la República Checa y Hungría. Existe acuerdo, incluso por parte del Reino Unido, de que el Parlamento Europeo se elija por el sistema proporcional.Si se mantuviera el procedimiento actual para nombrar a los comisarios, el resultado sería una comisión multitudinaria que obligaría, para dar a cada cual alguna competencia, a una excesiva división de las tareas. Por ello, Francia ha favorecido en un principio una Comisión fuerte de unos 10 miembros. Ahora bien, la mera posibilidad de que hubiera Estados miembros sin tener un comisario es jurídicamente pensable, pero políticamente inaceptable. La solución previsible pasa por que los grandes cedan -ahora tienen dos- y cada país miembro tenga un comisario, con lo que su número no sería mucho más alto que el actual. Solución que está pactada para el caso de que se consiga un acuerdo sobre el voto ponderado.

Europa no puede funcionar manteniendo a la larga el principio de unanimidad en el Consejo Europeo, el verdadero poder ejecutivo y legislativo de la Unión. Paul-Henri Spaak ya decía "que la fórmula de la unanimidad es la fórmula de la impotencia". No me cabe la menor duda de que a la larga el voto mayoritario cualificado terminará por imponerse. Lo que ya no estoy tan seguro es de que este asunto tan peliagudo quede resuelto hasta final de año. Estados tan diferentes en población y riqueza no pueden tener el mismo peso a la hora de votar, pero no es nada fácil encontrar criterios para otorgar una cantidad de votos a cada país. Desde luego, no basta el tamaño de la población. La influencia real de un país depende también de otros factores: renta nacional, renta per cápita, tipo de actividades productivas, así como históricas y culturales. Resultará muy difícil asumir que Alemania, con 80 millones, tenga mayor peso que el grupo de los cerca de 60 millones cada uno que forman Reino Unido, Italia y Francia. Holanda tiene 14 millones; Bélgica, 9, con rentas no muy diferentes, pero intenten dar a los holandeses más peso que a los belgas, y verán la que se arma. España, con casi 40, aspira a entrar en el grupo de los grandes, aunque Polonia tenga igual población, pero una renta más baja. Difícilmente asentiremos a tener el mismo voto. Lo que ya no se podrá es estar con los grandes y recibir ayudas de los fondos estructurales y de cohesión.

El voto ponderado es la cuestión crucial de que depende el equilibrio de la Unión. El resultado final tiene que estar calculado de tal forma que una alianza de los pequeños no pueda imponerse sobre los grandes, pero tampoco de los grandes sobre los pequeños, los ricos sobre los más pobres, los del Norte sobre los del Sur, los del Oeste sobre el Este o a la inversa. Se comprende que no se avance en este campo, máxime cuando lo que hay pueda resultar equilibrado, por la distinta evolución de los países y de las regiones, deje de serlo en poco tiempo. He aquí el problema más arduo que precondiciona nuestro futuro, ante el que se enfrentan los "soberanistas", consecuentes defensores del principio de unanimidad, implícito en el de soberanía, a los federalistas, cuyo primer paso decisivo es implantar el de mayoría cualificada.

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