Peste de corrida
Anda ya la feria con media estocada en la agujas y quiere echarse junto a las tablas para acabar de una vez. Llevamos un montón de corridas y la feria se tambalea, herida de muerte y con pobre balance de sólo un rejoneador y un novillero a hombros por la puerta grande. Padecemos una feria mustia, alicaída y dengue. Y cuando andamos sumergidos en estos abismos, de repente nos toca la corrida horrorosa. Peste de corrida.Por lo pronto, salieron los dos primeros toros con no mucha presencia y con pintones pendientes de desarrollo. Los dos, justitos de fuerza. Al primero, al que le pusieron un par de varas sin exagerar, Cepeda lo toreó con una suavidad que no entusiasmó a nadie, porque el torete iba y venía un sí es o no es atontado. Se empeñaba Cepeda en darle pases y el animalito se quedaba corto, un tanto sonámbulo. Nada que hacer, por supuesto.
Camacho / Cepeda, Leal, Bautista Toros de María del Carmen Camacho (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inválido), de discreta presencia, pobres de cara, flojos y sosos
3º y 5º, ásperos. 4º, de Guardiola Domínguez, inválido. Sobreros: de Guardiola Domínguez, devuelto por inválido; 6º, de Peñajara, bien armado y brusco. Fernando Cepeda: estocada y descabello (algunas palmas); media estocada, rueda de peones y se echa el toro (silencio). Uceda Leal: pinchazo, estocada trasera, rueda de peones y dobla el toro (silencio); pinchazo hondo, rueda de peones, estocada y descabello (escasa petición y ovación y salida al tercio). Juan Bautista: dos pinchazos, estocada corta, rueda de peones y se echa el toro (silencio); metisaca, estocada trasera y descabello (algunas palmas). Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 22ª corrida de abono. Lleno.
Le dieron un picotazo al segundo y, en su momento, salió Uceda Leal a darle su ración de derechazos. Se veía al madrileño con deseos de hacer un toreo largo y de dominio, pero al toro le costaba un esfuerzo tomar la muleta. Allí debió terminar Uceda su empeño, para intentar otra lidia más apropiada. Pero, no. Se puso tozudo, empeñado en darle pases hasta que el toro decidió no pasar más por el aro y se puso peligroso.
El tercero recorrió el anillo perdiendo las manos en cada rodal. Terminó pegándose una costalada y el del palco no tuvo más remedio que enviarlo al corral. En lugar del sobrero le echaron a Bautista el sexto, un torito que no humillaba, que pegaba arreones y que llegó a desarmar a su oponente. A pesar de ello, el francés consiguió llevarlo toreado en algunas ocasiones.
Y, en esto, llegaron los elementos. Empezaron a caer primero unas gotitas de agua, tímidas, con recato, como si les diera vergüenza mojarnos el cogote. Después, la llovizna y, de repente, el aguacero, el diluvio, la torrentera. Desbandada en los tendidos, enarboladura de paraguas y trasiego trajinero de chubasqueros. El ruedo se corvirtió en un océano y a él fueron saliendo, con aire de nadadores olímpicos, los tres toros restantes.
Al cuarto, un ejemplar de Guardiola, mejor armado que sus congéneres de Camacho, le atizaron fuerte en varas y terminó cayéndose o resbalando, vaya usted a saber. De pronto, decidió sentarse un ratito en el suelo. Nada pudo hacer Cepeda con el inválido.
Salió el quinto, con cara de echar de menos una barquichuela para atravesar el ruedo. El cielo nos dio la sorpresa de parar el chorreo de la lluvia y Uceda se quitó las zapatillas y salió, muy decidido, a plantarle cara. Aguantó Uceda los cabezazos y las brusquedades del toro en una faena muy entonada, abundante de enganchones, claro está, pero también con algún muletazo templado y de buen ver. No le dieron una oreja pedida por la minoría vocinglera y escandalosa de siempre. Otra minoría, tampoco le dejó dar la vuelta al ruedo. La gran mayoría restante permanecía silenciosa e indiferente.
Seguro que le daba todo igual. Estaban hartos de una corrida larga, aburrida, incómoda, horrorosa. Peste de corrida.
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