"La brevedad no es un término de la retórica, sino de la buena educación"
Mempo Giardinelli, periodista y escritor argentino, que obtuvo el Premio Rómulo Gallegos en 1993 con su novela El santo oficio de la memoria y en 1976 se exilió en México huyendo de la dictadura, ha conversado con el autor guatemalteco Augusto Monterroso.Mempo Giardinelli. ¿Por qué razón te disgustan las entrevistas, siendo, como eres, tan buen conversador? Alguna vez has declarado que la entrevista es un género literario. ¿Querrías explicarlo?
Augusto Monterroso. No me disgustan de manera especial. Se vuelven problema cuando en determinado momento (digamos en ocasión de un premio, o de la aparición de un nuevo libro, etcétera) se multiplican y uno forzosamente se vuelve repetitivo de periódico en periódico. En efecto, una vez las califiqué como el único género literario que ha inventado nuestra época; pero una revista literaria francesa se rió de mí, aunque no explicó por qué mi afirmación fuera falsa, tal vez porque no se le había ocurrido a ella. Pensando en ese género nuevo, publiqué un libro mío con ellas, no con entrevistas que yo hubiera hecho, sino que me habían hecho a mí. Entonces algunos críticos plantearon lo de la autoría, si el libro pertenecía a los entrevistadores o al entrevistado. Supuse que pensaban en las entrevistas de principios de siglo, en las que el entrevistador exponía sus ideas, o las ideas que creía tener, y se explayaba además escribiendo la figura de su víctima, su psicología, si se presentó en bata, si tenía ojeras; y su entorno: qué cuadros había en la sala, las alfombras y las cortinas. Hoy habla el entrevistado y a nadie le importa si su semblante es de enfermo o de preocupación por la situación del mundo.
M.G.Define, por favor, el cuento breve y brevísimo, que es uno de los géneros que más reconocimiento te han granjeado.
A.M.Es cierto; he publicado cuentos breves y brevísimos, para bien y para mal. Para mal: mucha gente se imagina que es lo único que hago, y si lee uno de esos cuentos da por leído todo lo demás. Para bien: no han faltado críticos que vean en ellos cierta originalidad y me den una palmadita. Brevísimos, de una línea, he publicado únicamente dos, y uno de ellos, El dinosaurio, pasa ya hasta por novela; en cuanto al otro, Fecundidad, acaba de aparecer en inglés ¡como ensayo! en The Oxford Book of Latin American Essays. ¿Qué pensarán los lectores de este libro que nunca han leído nada mío cuando vean que mi ensayo es de una línea? Bueno, yo dejo que las cosas sucedan. Hace tiempo, nuestro amigo Ignacio Solares, hablando de un libro mío, se refirió a "la brevedad como condena". Y quizá eso sea. En todo caso, suena bien, pero no es para tanto, aunque en aquel tiempo se ajustaba algo a la verdad. En realidad, he publicado cuentos de muchas páginas, y ensayos y una novela de muchas más.
M.G.También has trabajado el ensayo, claro. ¿Cuál de ambos géneros te gusta más y por qué?
A.M.El ensayo a la manera de Montaigne, Hazzlitt, Lamb o Reyes es una de las grandes bendiciones de la literatura: la libertad total, el gozo de decir las mayores verdades sin el compromiso de demostrarlo, la oportunidad de criticar a tus semejantes sin herirlos ni desear que cambien. ¿Cómo no amarlo? Hace muchos años, Ricardo Baeza publicó una recopilación de ensayos ingleses con una introducción de Bioy Casares que es en sí misma un ensayo a la altura de lo recopilado. Un puro goce. Sin embargo, pasan los años y el público español y latinoamericano oye decir ensayo e indefectiblemente piensa en trabajos académicos aburridos, y entonces lo rechaza y se pierde de un género enriquecedor a la vez que divertido. ¿Cómo deberíamos llamar al ensayo, cómo rebautizarlo para que esto no suceda? Bueno, el que lo bautizó como tal merece que se siga llamando así por siempre.M.G.De hecho, en tu obra se observa una mezcla de géneros, no tanto porque los hayas practicado casi todos, sino porque en tus abordajes son más bien lúdicos. ¿Es así? ¿Por qué?
A.M.Sí; hay algo de eso. Siempre me ha gustado experimentar con los géneros y con las formas; pero supongo que en mí la mezcla de géneros habrá sido algunas veces inconsciente, o azarosa, no un propósito. Hacer de un cuento algo parecido a un ensayo o viceversa (Borges lo hizo con toda deliberación) habrá obedecido en mí a necesidades del momento, a requerimientos expresivos, cuando no a descaradas maneras de salir de un atolladero. Textos míos han sido publicados en otros idiomas como poemas en prosa. Desde que alguien descubrió que las reglas han sido hechas para ser rotas, todo puede suceder. Por otra parte, el deseo de experimentar puede llevar a un autor a fracasos que, si es listo, convierte en triunfos. Depende del valor que tengas para tirar cosas a la basura, o no. Cuando un trabajo le salía muy mal a mis alumnos yo los conminaba a que, regresando a su casa, lo quemaran, pero no sin antes sacar una copia y guardarla. ¿Abordajes lúdicos? Tal vez. Pero es bien sabido que en lo lúdico hay que poner mucha seriedad.
M.G.Muchas veces has hablado del miedo. ¿Realmente lo vences por medio del humor y la ironía? ¿Cómo funciona eso? ¿Puedo pensar que para ti la brevedad es autodefensa, escudo?
A.M.Sí; he hablado del miedo a escribir; pero esa palabra, así, sola, suena como muy grandiosa si uno no sabe que se trata más bien de dudas, o de inseguridad a la hora de hacerlo; en cuanto al miedo, también me lo da la gente, sea en forma de una persona o de varias que formen un público; o cualquier lector. Sobre todo, existe en mí el temor a publicar, cuando pienso que ya hay muchos libros y mucha basura como para aumentarla, y por eso mis libros son tan escasos y están tan llenos de hojas en blanco, o llenos de vacíos, para usar un bonito oxímoron.
M.G.¿Es importante la unidad temática en los libros? Por ejemplo, pienso en tus fábulas y en La letra e.
A.M.En alguna ocasión escribí que un libro es como una caja en la cual pueden meterse textos de diversos géneros y con los más diversos temas, en contra de la idea general de que un libro de cuentos o ensayos debe constituir una férrea unidad. Por lo menos dos de los míos constituyen lo que entonces dio en llamarse libros misceláneos, y han sido más o menos bien acogidos por la crítica. Pero eso no quiere decir que las excepciones deban convertirse en regla. Casi en el sentido de lo que hablábamos antes, para mí era una necesidad, y la seguirá siendo, porque, tendiendo a no repetirme y, por tanto, a escribir cosas muy diversas entre cuentos, fábulas, ensayos, diarios o memorias, necesitaba esa salida de la caja con toda clase de cosas. Bueno, jugué así y creo que lo voy a seguir haciendo mientras encuentre alguna indulgencia.
M.G.La antisolemnidad y el recurso de la moralidad en las fábulas me parece que funcionan como una amoralidad, o más bien como una burla a la tradicional moralidad burguesa. ¿Siempre lo has hecho conscientemente o fue saliendo? Sobre todo me importaría que te refirieras a aquella preciosa idea que alguna vez dijiste de que te parece irrenunciable irritar a los lectores.
A.M.Hubo un tiempo en México en que en ciertos círculos literarios y artísticos en general se habló mucho contra la solemnidad, como algo opuesto al humor, y yo salí defendiendo la solemnidad en contra de lo verdaderamente atacable: la "falsa solemnidad". Entre otros argumentos, aduje que Cristo nunca se rió y era un gran solemne, pero que sus ideas podían ser indestructibles, y que la falsa solemnidad debía o podía combatirse no con la risa, que puede ser boba, sino con la excentricidad (como la de algunos ingleses) algo verdaderamente liberador; con la excentricidad, que suele ser seria y hasta solemne. En cuanto a la moralidad, obviamente no la dejé entrar en mis fábulas. A nadie le interesan los consejos o las amonestaciones metidos en ningún género literario. En cuanto a irritar a los lectores poniéndolos en la picota, es muy difícil, y más si uno recuerda a Horacio, quien dijo que nadie se ve a sí mismo en una sátira, y aun aplaude, suponiendo que se trata de su vecino.
M.G.Me consta que fuiste un buen amigo de Juan Rulfo, y se sabe lo que él te quería y admiraba. ¿Hablabas de literatura con él? ¿Tu amistad fue extraliteraria? ¿Fue una amistad parrandera en alguna época?
A.M.Efectivamente, con Rulfo tuve una larga y fraternal amistad, desde mucho antes de que publicara sus libros, vale decir, desde cuando ambos éramos aprendices de escritores. No; no hablábamos mucho de literatura porque nuestros gustos y nuestras lecturas eran muy diferentes. Mientras yo leía a Plutarco o a Góngora él leía novelas de autores escandinavos que yo no podía seguir, ocupado como estaba con Cervantes, Flaubert, Gogol, Swift o Melville. Pero en cambio hablábamos de la materia prima de que están hechos los cuentos y las novelas: la gente, que le interesaba sobremanera, y hablaba siempre de ella, a veces con ternura, pero por lo general, con cierta acritud. Sí; hubo también bastante alcohol compartido, la verdad que no mucho más que con otros amigos; pero con él, no en forma de parranda bulliciosa y multitudinaria, sino más bien un tanto taciturna, en conversaciones personales que se prolongaban hasta altas horas de la noche.
M.G.¿Qué es lo que más valoras en la prosa? ¿Qué prefieres: concisión o precisión?
A.M.La claridad, la firmeza, la precisión (que viene a ser lo mismo que la concisión), de lo que no se desprende necesariamente la brevedad. Considero la brevedad no como un término de la retórica, sino de la buena educación. Uno no debe ocupar mucho la atención de la gente, ni recargar su memoria con detalles inútiles. Pero en esto puede haber también un engaño, y el escritor no sabrá nunca cuánto tiempo ocupará la mente de una persona con un cuento muy breve o con una paradoja. A mí me ocurre que le he dedicado más tiempo de mi vida mental (y hasta emocional) a un aforismo de Nietzsche o a una frase de Quevedo en el Marco Bruto que a las largas disquisiciones de otros escritores. Más obra maestra me parece el Viaje sentimental que el Tristram Shandy de Sterne.
M.G.Eres un autodidacto, y hemos hablado de que eso plantea cierto complejo. Cuéntame cómo venciste, o cómo luchaste, y acaso luchas, contra eso.
A.M.De muy joven llevé eso como una carga negativa; pero con el tiempo me di cuenta de que todo escritor es autodidacto. Suponiendo que lo llegue a tener, ¿qué escritor echa mano de su título para darse cuenta de que la mesera del café, o una prostituta, puede enseñarle más de la vida que lo que estudió en el colegio? En cuanto al idioma, se aprende aguzando el oído en la calle, y bastante en el autobús, según el libro que vayas leyendo.
Babelia
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