El diablo, probablemente

Casi tres años antes de El espectro, José Melchor Gomis estrenó en París El diablo en Sevilla, último título del compositor de Onteniente representado en nuestro país, casi en la noche de los tiempo, allá a mediados del XIX. El diablo permanece, a su manera, en la extraña historia que ayer vio la luz en el Teatro de la Zarzuela con honores de obra rescatada del olvido. Tiene mérito, mucho mérito la recuperación, y más todavía cuando se hace con un acertado reparto y con una puesta en escena en la que no se entra con facilidad, pero que sabe mantener una coherencia y, sobre todo, una adecuación burlesca con lo que se está contando.Pesa el exceso de la parte hablada frente a la musical en la primera parte, algo quizá inevitable para mantener los detalles de una historia en que uno de los protagonistas acaba bajando a los infiernos no para recuperar a su amada, como Orfeo, sino para exigir un recibo del pago del arrendamiento. Con ello, en cualquier caso, logra despejar los caminos del amor. Conviven en el libreto seres vivos y muertos. El tratamiento de farsa, de astracanada, acentúa un distanciamiento que cobra especial sentido en la segunda parte de la ópera. Este cuento gótico en clave de humor va aumentando su atractivo conforme va transcurriendo. La escena del cementerio, la del infierno con una ironía disparatada desde el vestuario y desde el bar, facilita el acercamiento del espectador, también porque la música a estas alturas ya se ha convertido en el eje de la representación. La acumulación de gags no siempre beneficia a la obra. Se homenajea a demasiadas cosas, muchas de ellas desde las referencias al cine. El distanciamiento de los diálogos franceses es discutible en muchos momentos, pero al final uno va quedando enganchado en la tela de araña que propone el director de escena Eric Vigié. No en todo momento entusiasma, aunque sí al menos refleja consistencia en lo que hace.

Los cantantes, los cuerpos estables -orquesta y coro-, cumplen con holgura sus cometidos. Destacan Rockwell Blake y Gregory Reinhardt, pero sobre todo el trabajo de equipo, con un seguro David Heusel en la dirección musical.

La música tiene interés, desde luego. Gomis posee oficio, fuerza, originalidad y personalidad a la hora de moverse en las leyes de la ópera cómica. El espectro no es, en mi opinión, para rasgarse las vestiduras de entusiasmo, pero su rescate ha valido la pena.