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Marcando el paso

En lugar de prepararse un desfile, todo indica que se prepara una bronca. Jordi Pujol, presidente de la Generalitat y primera autoridad del territorio, tiene la susceptibilidad a flor de piel y reprocha a quien corresponda haberse enterado de la parada militar por los periódicos. A partir de ahí, todo han sido mociones parlamentarias adversas a la celebración por parte de CiU, exhibiciones de falta de entusiasmo del Govern -a las que se han sumado o se sumarán otras fuerzas políticas, organizaciones juveniles, oenegés más o menos de plantilla, orfeones, sociedades excursionistas y tal vez comunidades abaciales, junto a otros florecimientos de la sociedad civil-, reclamaciones de precedencias protocolarias, discusiones sobre el itinerario, sobre el sentido del recorrido y sobre la composición de las unidades, además de desaciertos varios a cargo del Ministerio de Defensa e intervenciones entre el agravamiento y el agravio retrospectivo del incoercible Fraga y del brioso Anson, como si se tratara de volver a las andadas.Vayamos por partes. Se puede debatir si el Día de las Fuerzas Armadas debe celebrarse de modo itinerante en las cabeceras de las regiones militares, marítimas y aéreas o si debe sostenerse siempre en la capital del Estado. El programa de la festividad también es discutible. Pero, entre nosotros, no debe quedar el equívoco: esa celebración se estableció bajo los parámetros de la Constitución democrática que nos dimos en 1978. Estas Fuerzas Armadas forman parte de la Defensa en lugar de continuar formando parte de la Amenaza como Franco en su incompetencia sectaria las hubiera querido. Además, ya no se nutren con conscriptos, sino con voluntarios, y están prestando servicios beneméritos más allá de nuestras fronteras en honrosas misiones de paz. ¿Qué sentido tienen, entonces, esas palabras de Pujol según las cuales "los tanques son del Ministerio de Defensa; las calles, del Ayuntamiento, y en Barcelona, la policía tampoco es nuestra"? Craso error de apreciación. Los carros de combate son de todos los españoles, pagados por todos los contribuyentes catalanes también; las calles de Barcelona son de todos los vecinos, entre los que Pujol se cuenta, y de la policía nadie puede decir que es suya porque se debe al cumplimiento de la ley cualquiera que sea su dependencia orgánica.

Otra cosa son los desencuentros con las autoridades de Defensa y el desconcertante recurso a los edulcorantes. Resultaron incomprensibles las manifestaciones del ministro Federico Trillo anunciando que éste sería el último desfile sin contar con la Comisión de Defensa del Congreso. Otro tanto cabe decir del penoso regateo sobre el itinerario -¿alguien imagina un desfile en Madrid fuera del eje de la Castellana?-. ¿Quedarán las unidades militares, siempre encargadas de rendir honores en las grandes solemnidades, confinadas al extrarradio? En cuanto a los efectivos a desfilar, que se sepa, nadie había pensado en una exhibición de fuerza para amedrentar a la población, pero tampoco en un cortejo de majorettes lanzando confetis. Hay que releer El honor del guerrero, de Michael Iganatieff, y New and old wars, de Mary Kaldor, para atisbar lo que nos espera si se perdiera el rastro de las pautas fijadas al combatiente civilizado en uniforme y se continuara avanzando por el camino de la privatización de la violencia.

Como ha escrito un colega en el semanario El Economista, fue un proceso accidentado y con problemas, pero, al fin, los militares españoles establecieron unas relaciones de lealtad con sus compatriotas y quedaron al servicio de la defensa de sus libertades democráticas. Se trata, pues, de una fiesta, porque, como queda dicho, hay algo relevante que celebrar y esa celebración requiere hacerse en público, más allá de los recintos donde se cumple a diario la vida militar. Así sucede también con las procesiones religiosas, que abandonan los templos, o con las manifestaciones sindicales del 1º de mayo, que salen al exterior de las fábricas, o con las tamborradas, mas allá del salón de sesiones del ayuntamiento, o con los maratones y la fiesta de la bicicleta, que invaden el centro de las ciudades donde se convocan. Los nuevos Ejércitos, las nuevas Fuerzas Armadas a las órdenes del poder Constitucional, necesitan del afecto de sus conciudadanos porque ésa es una de las consideraciones esperables a una vida que incluye muchas renuncias y austeridades, que se basa en el cultivo de valores simbólicos como el honor mediante el cual ellos, los armados, quedan sometidos por su palabra a quienes no las portan.

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