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A favor de la liberalización y por la competitividad

Uno de los tópicos que está casi cada día en boca de todos los comentaristas y tertulianos ya sean de radio o de televisión es el tema de la liberalización de la economía. También fue el tema en la última reunión de los jefes de gobierno de la Unión Europea en Lisboa con el objetivo de hacer nuestra economía más competitiva respecto a la economía americana. Y ante ello cabe una pregunta: ¿es que queda alguien en contra de la liberalización de la economía? Yo creo que a estas alturas ya no queda nadie. Puestos de acuerdo en lo esencial que es el principio de que es necesario liberalizar nuestra economía y con ello conseguir mayor competitividad, vayamos ahora a analizar cuales son los caminos.En la reunión antes citada, esa búsqueda de la competitividad se centró únicamente en la flexibilización del mercado laboral. Es un factor, pero sólo un factor más que hay que tener en cuenta. Hay otros y también deberían tenerse en cuenta en el momento de comparar las posibilidades de un futuro competitivo entre ambas economías.

Se me ocurren de entrada seis factores que podríamos analizar: costes de mano de obra, costes de energía, costes del transporte, costes de telecomunicaciones, costes financieros y costes burocráticos. No analizaré los costes de la mano de obra. Ya han hablado los sindicatos, el Gobierno y la patronal. Cada uno puede extraer sus conclusiones. Sólo apuntaré que la reducción de los costes de la mano de obra, incluido el despido, podría flexibilizarse si fuésemos capaces de encontrar solución a los otros cinco costes que son factores también importantes en la determinación del precio final.

En el factor energético se ha hecho un esfuerzo para conseguir una cierta reducción de esos costes. Esta reducción se ha centrado en el suministro a grandes industrias, siendo los menos favorecidos los consumos caseros y los de las pequeñas y medianas empresas. Pequeñas industrias o comercios e incluso en despachos los costes energéticos son un componente importante del gasto de la producción de esos servicios. Naturalmente pagamos la energía más cara de Europa y si queremos compararnos con EE UU, donde los precios de la energía varían no sólo por estados, sino incluso por condados, podemos llegar a diferencias tres veces superiores en el caso de pequeñas industrias españolas comparadas con pequeñas industrias estadounidenses. Reduciendo estos costes se puede conseguir mayor competitividad.

En el tema del transporte también los europeos somos anticompetitivos respecto a EE UU. Por ejemplo, en el transporte ferroviario de mercancías. En EE UU es mucho más barato que en el sistema europeo. Se hace con máquinas diesel fundamentalmente (sin controles ecológicos); centenares de vagones con un solo maquinista, sin rupturas continuas de carga, y atravesando poblaciones con un simple semáforo sin exigir pasos subterráneos que tienen un coste elevado tanto de construcción como de mantenimiento. En el transporte aéreo los costes son más reducidos en las tarifas aeroportuarias para mercancías y los costes de mantenimiento de los aeropuertos son mucho más baratos. En ambos casos las tarifas de transporte también son mucho más reducidas y el precio finales del producto se beneficia de esos bajos costes. Reduciendo éstos se puede ser más competitivo.

En los costes de las telecomunicaciones casi no es necesario añadir nada a lo que por todos es conocido. La factura de la telefonía convencional está en Europa a años luz de los costes de la telefonía estadounidense. En el mercado interior americano, respecto al mercado interior europeo, los costes en telecomunicaciones son como mínimo un cincuenta por ciento más reducidos. También, reduciendo esos costes se puede ser más competitivo.

En los costes financieros el mercado europeo se halla más alejado de la competitividad americana. Según un estudio de la London School, mientras en la Unión Europea sólo el 7% de los préstamos de las grandes entidades bancarias estabandestinados a pequeñas y medianas industrias, en EE UU el 70% de los préstamos empresariales iban dirigidos a pequeñas y medianas empresas. Se entiende que estos porcentajes no son sobre el volumen dinerario, sino sobre el número de operaciones. El drama que supone para las pequeñas y medianas empresas en Europa conseguir líneas de crédito para puntas de tesorería o para inversiones productivas es uno de los factores básicos de nuestra falta de competitividad. Y a los problemas para conseguir esa capacidad financiera deben unirse los costes que dichos créditos, ya sean a largo, medio o corto plazo, tienen para las pequeñas y medianas empresas. No así para las grandes corporaciones industriales, que siempre acostumbran a gozar de líneas preferenciales. También reduciendo estos costes se puede ser más competitivo.

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Y por último, los costes burocráticos que inciden de manera importante en el funcionamiento de nuestras empresas. Seguramente también en este caso las grandes empresas pueden camuflar estos costes en sus facturaciones con una incidencia porcentual mínima sobre su volumen de negocio. No así en las pequeñas y medianas empresa. Notarios, corredores de comercio, registradores de la propiedad, asesores jurídicos y fiscales, apoderados, figuras impositivas, impuestos de diversa índole y pelaje transforman la vida de una empresa en una carrera de obstáculos y en trabas importantes para su desarrollo y el cumplimiento de sus funciones de crear producto, crear puestos de trabajo, crear riqueza y ser competitivos. También reduciendo estos costes se puede ser más competitivo.

Para conseguir de verdad esa competitividad deben tenerse en cuenta el conjunto de los factores que inciden en la creación del precio del producto cuando llega al mercado.

Raimon Martínez Fraile es diputado por el PSC al Congreso.

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