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53º FESTIVAL DE CANNES

Lars von Trier inventa en un brote de genio un asombroso y arrollador drama musical

El cineasta danés desvela a la cantante islandesa Björk como una portentosa actriz

ENVIADO ESPECIALHabía mucha curiosidad ante Dancer in the dark. Luego la curiosidad se hizo asombro. ¿Cómo compaginar la militancia de Lars von Trier en movimientos de subversión antiformalista con la rigidez formalista del cine musical puro? La respuesta del filme es rotunda: con un golpe de genio que da lugar a una prodigiosa fusión de contrarios. La libertad plena estalla dentro de un molde clásico de alta pureza; y la triste pero gozosa película musical de Trier es, más que interpretada, vivida por la cantante islandesa Björk, que se deja literalmente el alma en ella.

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"Trabajar con Björk ha sido terriblemente doloroso"

Después de Rompiendo las olas, Los idiotas y otras formidables y arriesgadísimas aventuras formales precedentes, el artista total que es Lars von Trier va aún más lejos y afronta en Dancer in the dark el desafío sin precedentes de construir una tragedia pura siguiendo las leyes, las muy rigurosas formas codificadas, del cine musical creado por el Hollywood clásico.Son dos los modelos formales de este gran cine musical convocados por Lars von Trier como fuente de la modernidad de su película. Lo dice el propio cineasta de esta manera: "El filme es en realidad una versión musical de Rompiendo las olas. Las dos obras se parecen mucho, son muy cercanas la una a la otra. Y el personaje Selma, que interpreta Björk, es una prolongación de la ingenuidad de Karen en Los idiotas y de Bess en Rompiendo las olas. Tiene la misma gran energía emocional que ésta. La película aborda una forma extrema del melodrama, pero lo hace a la manera de una comedia musical, que reposa sobre convenciones y deja ver el latido de la vida por debajo de estructuras formales estilizadas".

Lars von Trier casi lo ha dicho todo, en estas pocas palabras, acerca del enorme, inabarcable, genial filme que acaba de darnos. La conexión que establece entre melodrama y comedia musical es de una sutil y muy poco frecuente inteligencia: ambos, en efecto, son géneros hermanos, hijos de la música. De la comedia musical esto se sabe, es casi obvio; pero no tanto, en cambio, del melodrama, ante el que todavía hay quien no se ha enterado de su obvia condición de melo y de drama, es decir, de drama musical, lo que le convierte en la réplica grave y dolorosa de la alegre ligereza de la comedia musical. Pero, en realidad, uno y otra son las dos caras, con distinta mueca, de la misma moneda, de la misma musicalidad cinematográfica; y Trier lo hace explícito con nitidez en esta arrolladora película.

El cineasta danés nos propone esta vez entrar sin barreras de protección en el calvario íntimo de la infelicidad de una mujer; sufrir con ella sus miserias, dolernos con sus dolores, rompernos con sus quebrantos. Y, sin embargo, nos invita también a disfrutar del esplendor de la libertad en la angostura de esa oscura desdicha. Es un milagro, pero lo logra. La asombrosa Selma creada por la cantante islandesa Björk es una de las criaturas más estremecedoras que ha dado el cine reciente. Y nos seduce, crea en nosotros la emoción de la solidaridad absoluta. En esta desventurada mujer anidan una forma extrema de opresión y forma igualmente extrema de libertad; y Björk transmite esa tremenda dualidad con tanta energía que su imagen, mínima y sin embargo poderosísima, casi roza la violencia.

Su compañera de reparto, Catherine Deneuve, que da una réplica archiprofesional de gran altura y generosidad al vendaval intuitivo de la cantante convertida en actriz, cuenta así el milagro: "Björk se identificó de tal manera con el personaje de Selma que tuvo problemas al asumirlo con tanta intensidad. Ella no interpreta, ella es". Exacto, la enorme pequeña mujer atraviesa la pantalla y su presencia no se contempla, se vive. El genio de Trier parece así haber encontrado una réplica a su altura en el inesperado genio de esta no actriz intuida por él.

En Dancer in the dark, Trier arranca a rodar con la cámara libérrima y nerviosa de las películas adscritas al movimiento Dogma, un impulso liberador de convenciones que él ejemplifica y lidera. Pero, a medida que la película se adentra en sí misma, el cineasta serena la cámara, y ésta queda dominada poco a poco para que pueda dar exactitud y minuciosidad de relojería cinematográfica a algunos números musicales necesitados de un rodaje de alta precisión como el del puente del ferrocarril y, sobre todo, los tres pequeños brotes de música soñada que, casi encadenados, cierran el solemne, estremecedor, casi aterrador y, sin embargo, confortador desenlace de la tragedia. La dinámica de ésta invita a Trier a traicionar los mandatos de Dogma, y no lo duda: mata una idea para dar vida a una persona, esa mínima pero inmensa Björk cuya entrega total a su personaje tiene ya, apenas recién nacida, el sabor y la fuerza consoladora de las viejas leyendas inmortales del cine.

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