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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paso a paso

Bajo la mano de hierro de Hassan II, Marruecos parecía inmune al resurgimiento del islamismo que ha marcado a otros países norteafricanos. También en esto, la situación podría estar cambiando con el nuevo monarca. Lo anticipaba en marzo una espectacular exhibición islamista al congregar en Casablanca a medio millón de personas que se oponían a dar mayores derechos a las mujeres, como pretende el joven rey Mohamed VI.La decisión de dejar libre al jefe islamista Abdesalam Yasin, tras 10 años de arresto domiciliario, marca un punto de inflexión en este terreno. El islamismo marroquí está dividido entre una alianza de pequeños grupos que coopera con el régimen y un movimiento mucho mayor y radical, Justicia y Caridad, cuyo líder espiritual es Yasin, que pide que el rey reine, pero no gobierne. Yasin, de 72 años, dirigió en noviembre un largo y respetuoso memorándum a Mohamed VI en el que, tras criticar ferozmente el modelo político de su padre, instaba al heredero a utilizar su riqueza para pagar la deuda externa marroquí e iniciar una era de justicia.

Mohamed VI ha insinuado desde su llegada al trono un talante político alejado del despotismo de su progenitor. Echó al odiado superministro Basri, brazo ejecutor de la represión, ha permitido la vuelta a Marruecos de notables disidentes o perseguidos (Abraham Serfaty o la familia Ben Barka) y está marcando una aproximación diferente al conflicto del Sáhara. A la vez cultiva con esmero a las Fuerzas Armadas y coloca en puestos clave a amigos de su generación a los que conoce bien.

Pero el rey corre contra el reloj en su intento de reformar el sistema. La imparable corrupción y el deterioro social marroquí -un país de paro masivo, con un analfabetismo que llega al 50%, de población muy joven y en el que varios millones sobreviven con 150 o 200 pesetas diarias- juegan contra los dos grandes y desgastados partidos tradicionales (Istiqlal y USFP) y a favor de las no probadas fuerzas islamistas. Justicia y Caridad asegura estar dispuesta a ir al Parlamento si antes se hacen cambios constitucionales que den poder a las instituciones.

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En el contexto de los inmensos desafíos que afronta el monarca, decisiones como liberar a Yasin o apostar por mayores derechos para las mujeres tienen su riesgo. El menor no es, vista la experiencia de países vecinos, que el islamismo más integrista acabe haciendo descarrilar el tren de las reformas. Los calculados gestos de Mohamed VI, sin embargo, abundan en la idea de que ha elegido inteligentemente la vía opuesta a la de su padre: intentar hacer a su país más libre, aun a costa de hacerlo más vulnerable.

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