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Tribuna
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Crónica de una decepción

KOLDO UNCETA

Domingo, 10.30. Llego a casa tras comprar el pan y los periódicos del día. Nada más entrar me cuentan que han asesinado a Jose Luis Lopez de Lacalle en Andoain. Le han segado la vida junto al portal de su casa por atreverse a ejercer su libertad de expresión.

11.00. Intento ojear la prensa, pero mis pensamientos están en otro lugar. Me pego a la radio para conocer más detalles del asesinato. Oigo las opiniones de diferentes líderes políticos. Todos se muestran perplejos y condenan con rotundidad el crimen. Con alguna excepción, casi todos se centran en consideraciones de tipo ético, en la condena de la violencia, dejando en segundo plano las consideraciones de tipo político. Me pregunto cuanto tardarán, unos y otros, en volver a poner por delante otros intereses derivados de sus estrategias políticas.

13.15. Habla el lehendakari. Exalta la figura de Jose Luis de Lacalle. Transmite su solidaridad y la de la sociedad vasca a sus familiares y amigos. Con durísimos calificativos emplaza a ETA a desaparecer e insiste en que mientras haya violencia no hay posibilidad de hablar de normalización política. Llama a no utilizar la indignación de la sociedad para ahondar la división ente los vascos, emplazando a todo el mundo a estar a la altura de las circunstancias y a movilizarse de forma unitaria. En sus palabras se advierte ya los temores ante posibles divisiones como las habidas tras el asesinato de Buesa.

16.00. Me entero de que el PP y el PSE no secundan las concentraciones convocadas por el Gobierno. La tristeza y desolación por la muerte de Jose Luis se torna en rabia. Se repite la situación. De nuevo los ciudadanos nos quedamos huérfanos. Nuestros representantes nos han vuelto a dar la espalda, incapaces de consensuar una movilización en la que todos los vascos se sientan representados. Quienes les hemos confiado la tarea de conducir los destinos del país no pintamos nada para ellos. El asesinato va a ser, una vez más, utilizado políticamente.

20.00. Acudo a la concentración frente al ayuntamiento de mi localidad. No hay líderes políticos. Sólo ciudadanos que lentamente se van acercando hasta formar un nutrido grupo. No hay palabras. Tampoco pancartas. Sólo miradas de tristeza. Durante los 15 minutos que dura la concentración miro a los niños que juegan en la plaza, ajenos al drama que les espera cuando se hagan adultos. Pienso una vez más en que nuestra generación ha fracasado. Trato de reconfortarme en la complicidad con mis anónimos compañeros de concentración. Nadie nos da consignas. Varias miradas cruzadas sirven para disolvernos con el mismo silencio y tristeza con que nos habíamos juntado.

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Lunes, 22.00. Tras la manifestación unitaria que recorre las calles de Andoain, oigo a concejales de los distintos partidos que la actuación común ha sido posible porque en los pueblos se hace política de base, más en contacto con la gente, y menos dependiente de estrategias partidistas.

Epílogo: Quiero para este país, gente que haga política de base, que oiga la opinión de los ciudadanos, que utilice el sentido común. Gente que haga política desde la ética, y no que intente revestir de ropajes éticos estrategias políticas partidistas. Y siento que sobran políticos a los que no les importa que el país se rompa en dos, para así resaltar su media verdad frente a la otra media. Sobran políticos que, en aras de intereses particulares, están dispuestos a dejar a la intemperie a la gente que quiere rechazar de forma unitaria la violencia.

Todos reconocen la necesidad de construir juntos y sin exclusiones nuestro futuro. Pero, para ello, es imprescindible poder sufrir juntos el presente.

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