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Domingo roto

La mañana del domingo iba transcurriendo mientras realizaba algunas de las actividades que tenemos la suerte de poder hacer en este nuestro País Vasco, actividades imposibles de realizar en la Sarajevo asediada, en la Grozni masacrada o en la Sierra Leona que estos días tiñe de sangre el azul de los cascos de la ONU. Había empezado la mañana, tras el desayuno, acarreando sacos de pienso hasta la pequeña pero provechosa huerta que mis suegros trabajan con mimo y que nos provee de verduras, legumbres, huevos y (sí, lo confieso) deliciosa carne de cabrito. Había comprado los periódicos, abultados de suplementos y coleccionables, anticipando ya el placer de sentarme a leerlos tras la comida saboreando un Macallan, liturgia sin la que la tarde del domingo no es tal. Empezaba a diseñar mentalmente una columna sobre la quiebra de las trayectorias profesionales en las actuales condiciones de capitalismo flexibilizador, uno de esos temas que, por tenerlos muy trabajados, me permiten tomarme un respiro entre conflicto vasco y conflicto vasco. El lunes tenía que viajar a la Universidad Complutense de Madrid para formar parte de un tribunal de doctorado, así que también pensaba dedicar un tiempo a redactar unas páginas sobre la tesis en cuestión, una excelente investigación sobre las consecuencias para las trabajadores y los trabajadores de los cambios experimentados en los últimos años por la compañía Telefónica, en especial a partir de su villalongización.Pero, mientras la mañana del domingo se iba desplegando indolentemente, ETA había asesinado en Andoain a José Luis López de la Calle. Volvía a su domicilio tras comprar los periódicos y tomarse un café en un bar cercano, actividades imposibles de realizar en una situación de guerra como las sufridas por Sarajevo, Grozni o Sierra Leona. Posiblemente volvía a su casa dándole vueltas en la cabeza al contenido de su próxima columna periodística. Al matar a López de la Calle, murió el domingo.

Quién secuestra, tortura, asesina y entierra pretendiendo combatir el terrorismo de ETA no tiene nada que ver con quien combate a ETA mediante la ley o mediante la palabra. Quién amenaza o asesina pretendiendo así construir Euskal Herria no tiene nada que ver con quien construye la nación con la ley y con la palabra. Lo he dicho y lo he escrito antes: cualquier ideología puede servir para legitimar el terrorismo y la violencia. Llevamos siglos asesinando en nombre de la Libertad, la Seguridad Nacional, la Revolución, el Socialismo, la Patria, la Democracia, Dios o la Paz. Y en cada momento histórico, junto a personas que en nombre de esas ideas animaban a la carnicería, otras personas, con las mismas ideas, condenaban la violencia de quienes aparentemente enarbolaban sus mismas banderas. Cuando ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco el entonces lehendakari José Antonio Ardanza afirmó solemnemente que de ETA no nos separan sólo los medios, sino también los fines. Así es. La Euskal Herria soberana en la que piensan los nacionalistas democráticos y aquella en la que sueña la izquierda abertzale no son la misma. Por eso no está superado el esquema político que diferencia entre demócratas y violentos. En absoluto. Es un esquema simple, sin duda, como todo esquema. Pero hay una diferencia fundamental entre quienes practican, apoyan, justifican o comprenden la violencia y quienes la sufren o la condenan. ¿Cómo explicar si no las periódicas crisis de la izquierda abertzale (la anteúltima, con la salida de Batzarre) tras determinadas acciones de ETA? Otra cosa distinta es que ese mismo esquema quiera trasladarse al terreno de la sociedad, cosa afortunadamente imposible.

En fin. Se rompió el domingo. Se rompió cuando ETA asesinó a un hombre que realizaba algunas de las actividades que, afortunadamente, podemos hacer en este País Vasco nuestro: pasear, tomar un café en un bar, comprar los periódicos, publicar sus opiniones... ¿O no podemos hacer públicas nuestras opiniones?

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