_
_
_
_
_

Un bosque de donantes

Naiara Galarraga Gortázar

No había pisado jamás una universidad, pero decidió entregarle su cuerpo. "No soy una persona con carrera, pero le sigo dando preferencia a la ciencia frente a los gusanos", le dijo al catedrático de Anatomía Francisco Doñate un ama de casa. Decenas de estudiantes de Medicina descubren cada rincón del cuerpo humano gracias a donantes como ella.María del Carmen Vilá y Germán Zambrana estaban hurgando en Internet cuando una peculiar convocatoria les llamó la atención. La Universidad del País Vasco (UPV) buscaba quién diseñara un monumento para albergar de manera definitiva las cenizas de quienes han donado su cuerpo a la Facultad de Medicina.

Las cenizas están en 50 urnas almacenadas en el despacho del catedrático de Anatomía Francisco Doñate porque la universidad no se podía permitir comprar nichos ni disponía de un lugar concreto donde enterrarlas. Algunas están repartidas por las baldas, al lado de los libros académicos, y otras, guardadas en armarios.

Para formar estudiantes

A Doñate le parecía "horrible" que estas personas que en vida decidieron donar su cuerpo a la ciencia acabaran sus días en una fosa común. Estaba empeñado en que la universidad creara un lugar de descanso y homenaje a quienes han venido contribuyendo -y quienes lo harán en el futuro- a formar a los estudiantes de Medicina y Odontología.

Conseguir que la universidad aceptase crear un lugar específico donde enterrar los restos humanos ha sido una tarea de varios años. Antes hubo que conseguir un horno crematorio donde incinerar los cadáveres. Debía ser un horno pirolítico que incinerara también los gases de formol, que son tóxicos. Nueve años pasaron desde que empezó a reclamarlo hasta que la universidad lo compró, en 1989. Los cadáveres de aquellos años de espera aguardaron en la facultad la llegada del horno. Con tiempo y paciencia, Doñate los fue incinerando, colocándolos en urnas (cada una con su nombre) que trasladaba a su despacho a falta de un lugar mejor.

Una vez convertidos en cenizas, Doñate se puso en contacto con las familias. Hubo quien quiso que sus cenizas fueran aventadas, y así se hizo; quien quería conservarlas, y en no pocos casos querían que quedaran para siempre en la universidad en un lugar específico. Hace diez años empezó Doñate a pedir un lugar similar al que sólo existe, que él sepa, en la Universidad británica de Cambridge. Los donantes vivos superaban las 800 personas.

Vilá y Zambrana, o lo que es lo mismo, el estudio de arquitectura Zade Vilá Asociados, se sintieron inmediatamente seducidos por un concurso que les pareció "muy atractivo y diferente". No les gusta, explica Vilá, la denominación de panteón, ni monumento funerario, ni mausoleo. Prefieren llamarlo "lugar". A secas. Lo importante era que estuviese "abierto al cielo". Hace un año largo, la junta de gobierno aprobó gastarse unos 20 millones en la obra. Tremenda sorpresa la que se llevó el catedrático, quien pedía un millón. Convocó un concurso de ideas.

El lugar se asemejará a un bosque al aire libre. Unos 20 troncos de acero muy altos, de hasta 20 metros (como seis pisos), albergarán las urnas. Unas placas con los nombres de cada donante indicarán exactamente su lugar de descanso definitivo. Visto desde el aire, el conjunto dibujará unas manos. Vilá explica que a ellos les hubiera encantado que el lugar tuviera vistas al mar. Pero no ha podido ser. El campus de Leioa está tierra adentro, en las afueras de Bilbao. Aún está por decir dónde exactamente se levantará este bosque de ánimas, pero el catedrático Doñate y los arquitectos ya le han echado el ojo a un enorme solar justo al lado de Medicina.

Su proyecto fue el elegido entre los 42 presentados. Una concurrencia que ni los más optimistas de la universidad pública vasca esperaban. El premio era de un millón de pesetas.

Tampoco esperaba el profesor Doñate que hubiese tanto altruista. Nunca han faltado donantes. Al fondo del despacho de este catedrático, un ajado póster plastificado del cuadro Lección de anatomía, de Rembrant, recuerda al visitante que sin cadáveres con los que practicar jamás habría médicos.

Voluntarios de toda condición

N. G Bilbao

En la facultad se utilizan unos seis o siete cadáveres cada curso, uno por cada ocho alumnos. Los voluntarios que donan su cuerpo son de toda condición. Religiosos, navegantes, algún ama de casa, profesionales, oficinistas, incluso familias enteras. De todo hay entre los donantes. Los cuerpos para las prácticas ya no son de indigentes, eso era hace décadas. Son hombres y mujeres, de todas las edades, aunque ciertamente predominan los ancianos. No tienen por qué estar sanos, aunque sí es requisito no padecer ninguna enfermedad infecciosa.

Cada donante suscribe una escritura privada con la UPV. Los únicos requisitos son aceptar donar los órganos -"por si pueden dar vida a otra persona"- y aceptar que su cuerpo sea incinerado. Esto último es imprescindible, porque, para poder practicar, los cuerpos deben estar embalsamados.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_