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Cuenta atrás para el libro electrónico

Su inventor es un físico norteamericano de currículo prodigioso, un tipo guapo, alto y sólido, con aspecto de jugador de fútbol americano y que carece casi absolutamente de sentido del humor, según se ha podido ver estos días en el congreso de editores celebrado en Buenos Aires.Un dato crucial, ése de la ausencia de humor, porque Joseph Jacobson llegó solo con su mochila, sus disquetes y su jerga inextricable para explicar, muy serio, a los atribulados libreros de toda la vida cómo serán los libros dentro de dos años. No todos los libros, desde luego, porque el genio de E-Ink Corp (la empresa que desarrolla la tinta electrónica desde 1997) ha prometido en Buenos Aires que en unos meses tendrá ultimado un prototipo de libro electrónico de... una o dos páginas. Según añadió Jacobson, el libro será parecido al de toda la vida (incluso se podrá encuadernar en piel, o forrarlo con ironfix), pero se imprimirá con un nuevo método, la ya famosa tinta electrónica, el milagro del que todo el mundo habla y que nadie ha visto nunca.

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Bueno, casi nadie. Jacobson enseñó en Buenos Aires diapositivas mediante el aspecto de esta tinta virginal y mágica a la vez, que aparecerá, se borrará y recargará a la orden del lector humano-electrónico, al estilo de aquellas pizarrillas llenas de arena que estuvieron de moda entre los niños hace tiempo.

De hecho, parece que la impresión se realiza desde unas bolitas microscópicas, unas gotas de gel de un diámetro que más o menos es la mitad del grosor de una hoja de papel. Según mostró Jacobson, cada esferilla lleva dentro un pigmento de color azul y unas partículas blancas, que viajan por finísimos alambres metidos en los papeles, también electrónicos, bajo los mandatos de un microchip situado en el lomo. La tinta se hará visible en unas hojas muy especiales, llamadas por Jacobson "papel de radio": aún no se sabe si serán de un plástico parecido al papel o de un papel parecido al plástico.

Todo es bastante confuso en este momento del partido, pero lo que está más que claro es que hay ya 75 compañías (entre ellas, Anaya) financiando la investigación de este producto que parece llamado a revolucionar la edición. Según se explicó en Buenos Aires, el gran problema del programa e-ink o Último libro es que el coste del producto resulta ahora veinte veces más caro que el del libro tradicional (200 dólares contra 2). Para que sea rentable, hay que ampliar la capacidad del libro, de modo que donde ahora cabe una sola obra quepan 100 o 2.000: "De momento, el prototipo que sacaremos en unos meses tendrá una o dos páginas", dice Jacobson, "pero estoy seguro de que en un poco más de tiempo llegaremos a cientos, y luego, a una biblioteca entera".

Jacobson no explicó cómo diablos se comprometerá alguien a comprarse 100 libros de golpe, pero cree que, cuando el libro se fabrique, su impresionante técnica de hardware de impresión tendrá muchas aplicaciones distintas. Toda una experiencia, dice Jacobson, o tal vez sólo una copia futurista de la lectura clásica, tanto en lo que respecta a la visión, negro (o azul) sobre blanco, como en el orden de las páginas.

No. Jacobson sabe que la imaginación del público va ya mucho más deprisa que el mercado, y que su invento tendrá que ser, como el CD-Rom que parece destinado a destruir, capaz de reproducir gráficos, sonidos e imágenes en movimiento. (Por cierto, que al ser preguntado por si el consorcio del Massachussets Institute of Technology está haciendo algún tipo de estudio para averiguar el efecto sobre los ojos de este nuevo tipo de lectura, Jacobson respondió con una media sonrisa y un lacónico "no").

Cuando la conversación deriva hacia las diferencias entre su sistema y la actual competencia, el rocket book (pequeñas pantallas que leen textos digitales), o el e-book (pantallas enrollables y portátiles), Jacobson destaca la distinción de su invento: "Nuestro sistema pone el énfasis en el ahorro de energía y en la producción a gran escala, lo que permitirá publicar libros muy baratos. Queremos llegar a todos los niños de la Tierra, y la pregunta crucial es cómo almacenar la información para que sea posible".

Pero otras preguntas saltan rápidamente a la cabeza. ¿Qué contenidos decidirá (el consorcio o quien sea) incluir en esos libros baratos y recargables? ¿Qué ventajas ofrece un artefacto que dura 10 años sobre un libro común? ¿Quién velará por los copyrights del Último libro? Jacobson no ve problema. "No soy un experto en derechos, pero lo cierto es que no hay herramientas que nos defiendan contra un pirata de hardware. Lo importante es que el público desea inmediatez y calidad, y eso es lo que nosotros le daremos. Si quiero una resolución de baja calidad de la obra completa de Shakespeare, me la bajo de la web. Si quiero una edición fantástica, con libros de estudiosos sobre esa obra incluidos, pago un plus. Estamos trabajando ya con editores de educación, y están entusiasmados porque el sistema permitirá ofrecer servicios adicionales, desde planes de estudio a herramientas interactivas, en un formato reducido. Pero, en fin, no creo que el e-book acabe con la lectura tradicional, igual que el e-commerce no terminará con las compras de persona a persona".

¿Y no destrozará la tinta electrónica, la edición por demanda y demás moderneces, la experiencia romántica del lector que va a una tienda y se topa con la sorpresa que lo seduce? Tampoco, dice Jacobson. "Estamos tratando de que sea posible encontrar lo inesperado, dar con lo que no buscábamos". Lo que parece evidente es que la tinta electrónica es el futuro. Nos guste más o menos, correrán ríos de e-ink.

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