"Lo mío es natural, más que técnico"
Su hermana dice que todo lo que le está ocurriendo ahora le viene porque nació de pie. La suerte, vaya. El caso es que María José Moreno, soprano granadina de nacimiento y madrileña de diario, se está convirtiendo en toda una experta en aplausos: "En el norte no interrumpen, aplauden al final y no se van si les ha gustado. En el sur aplauden con ritmo, como por seguiriyas", cuenta. Y, en Madrid, donde ha sido la gran triunfadora del montaje de La sonámbula, de Bellini, pese a estar en el segundo reparto en el papel de Amina, dice, "los aplausos suenan muy, pero que muy bien".Cree en la garra, en el instinto para la ópera, sobre todo ante los que le echan en cara que carece de técnica. "Lo mío es natural, más que técnico. No me importa que digan eso porque, por supuesto, para esto hay que nacer, aprender se aprende con el tiempo", dice. Y es que ella no se ruboriza al admitir que fue por primera vez a la ópera en 1995. Vio Lucia di Lamermoor en el teatro de la Zarzuela, donde dos años después se descubriera como gran promesa cantando La hija del regimiento. Ni tampoco duda en llevar a gala el haber tenido su primera gran oportunidad en el teatro Calderón, foro despreciado por un mundillo de melómanos un tanto exquisitos, que, según Moreno, "hablan mal de ese teatro y no han ido nunca".
Allí debutó con Rigoletto, de Verdi, y también hizo La bohème, de Puccini, y Elisir d'amore, de Donizetti. "Allí aprendí a preparar muy bien todo lo que hacía, porque no ensayábamos casi y no podíamos arriesgarnos a salir y hacer el ridículo", asegura. Además, Moreno recalca que era un teatro "en el que se daban oportunidades a gente joven que llegaba sin enchufes y a los que se contrataba el papel por sus cualidades".
Pero lo gordo para ella ha llegado en los tres últimos años. Si le hubiesen dicho cuando trabajaba en Túnez como secretaria para Dragados y Construcciones -haciendo una presa- que en el año 2000 iba a salir por la puerta grande del Real cual prima donna, en la confirmación de la alternativa de su voz de oro, hubiese pensado que su interlocutor había perdido los papeles.
Pero es así. No es un sueño. El otro día vio cómo Joan Sutherland, una de las grandes divas, la aplaudía a rabiar desde un palco del Real. El marido de la soprano australiana, Richard Bonynge, dirigía a Moreno con su batuta en una ópera que ella considera muy difícil de cantar. "Tiene una tesitura tremenda, notas muy graves, también sobre agudos, y mucha coloratura y recitativos complicados". Por eso, asegura, "me hizo mucha ilusión lo de la Sutherland; lo que más siento es no haberla podido saludar personalmente".
Tiene 33 años y empezó a cantar en serio a los 27. Desde entonces ha probado de todo -ópera, oratorios, zarzuela- y se ha hecho un macuto con 20 piezas del repertorio. Cree que tiene un secreto: "Mi obsesión por expresar, por comunicar la música y el texto, contar lo que canto, eso llega, y si además tienes un timbre de voz bonito, pues mejor", dice. Lo tiene. Bonito y contundente.
Va de negro, como una punki retro, y cuenta su vida con el orgullo del que ha probado todas las salsas. "Me aficioné a la música clásica con Radio 2. Mi padre, de niña, quiso que aprendiera solfeo, pero a mí me aburría". Fue el primer revés que le dio al destino, porque con los 20 ya cumplidos se arrancó la pereza y se comió en París alguna crêpe con la bacteria de la música dentro. "Empecé a asistir a conciertos en iglesias y de música de cámara y decidí entrar en un coro", cuenta del año que pasó en Francia aprendiendo un idioma que jamás imaginó que le fuera a servir para lo que hoy le sirve. Lo mismo que el italiano que pudo rascar en Túnez viendo la televisión, que hoy utiliza para entonar a Puccini, Bellini, Verdi y Donizetti. Luego volvió a Madrid y siguió con la afición. "Yo ya sabía que quería dedicarme a la música, vivir de esto, y seguí en otro coro, el Santo Tomás de Aquino". Se lo tomó más en serio e ingresó en la Escuela Superior de Canto de Madrid.
Así, sin darse cuenta, ha pasado de secretaria con contrato fijo a cantante pagada por obra. Y de ser una chica normal a ser aplaudida como una diosa, al menos por el público de Madrid, muy rácano en eso de pagar con palmas, y a no poder ir a sitios donde haya humo y también a hablar poco, "para cuidar la voz", dice.
Pero es feliz. Mucho. "Aprendo un montón, como nunca", afirma. Después de su paso por el conservatorio, todo ha sido superar pruebas y colarse, pasito a pasito, nota a nota, en todos lados, hasta llegar a donde empieza a estar como soprano lírica ligera. "Tengo claro que mi voz va bien para ese repertorio y he rechazado muchas cosas que no podía cantar ni loca", cuenta. Entre otras cosas, porque está bien asesorada por su maestro, Ramón Regidor, al que venera como a un padre postizo, sobre todo cuando ve cómo muchos profesores también se equivocan con alumnos suyos y él la está llevando por un camino correcto y, confiesa, "poco especializado". "Mi repertorio puede llegar a ser extenso y me encanta lo que hago, sobre todo Verdi, Mozart, Puccini y Strauss", asegura.
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