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Una obra de misericordia: visitar a los enfermos

Hay niños que corren entre risas por los largos pasillos y mujeres morenas de pelo largo y negro, embarazadas y graves, que les gritan inútilmente. Hay muchachos morenos, el cabello brillante, vestidos de domingo: camisa blanca, abierta sobre el pecho, o negra, abotonada hasta el cuello. Y hombres con el sombrero bien calado, bigote canoso y un cierto aire solemne. Hay gritos. Y huele a sudor y encierro. Hay un niño que mama ausente a todo mientras su madre llama a Jonatán que venga, que le mata.En la sala de espera, junto a la escalera, en el Gregorio Marañón nadie sabe cómo, hay un montón de gente que espera, que se cambia con otros parientes los pases. Esos dos pases por enfermo y día, tan insuficientes para ver al amigo, al pariente que ha sido operado, que espera, que ha tenido un niño. Más de 50.000 partos y cesáreas se realizan en los centros sanitarios madrileños cada año.

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Con que la gente va a ver, a felicitar, a interesarse, a condolorse con alguno del medio millón largo de enfermos que han pasado por los hospitales.

En la puerta hay dos vigilantes. Serios y adustos, paran a quien no lleve el pase. Se muestran inflexibles, conscientes de su mando.

-Es que he venido del pueblo, ¿sabe usted?, y tengo que irme mañana. A ver si puede...

Pero no puede. Es inútil rogar. Pelo en el corazón tienen los vigilantes. No siempre, porque ante ellos llega un hombre con alzacuellos. Sonríe untuoso y dice algo a los guardias, que, serviles, le ceden el paso.

-Cucha el cura. ¿Y a él por qué le dejan pasar?

El guardia no responde a la mujer de largas faldas. Otro hombre tercia en la conversación.

-Pues éste es un país laico, ¿eh? Ni curas ni nada. Somos todos iguales.

Hace el vigilante como si no hubiera oído. Y murmura bajito:

-Mucho listo es lo que hay.

Siempre hay trucos para todo. Hay quien se conoce una entrada por urgencias, en las que, a veces, no hay nadie vigilando. O se espera al familiar que baje la dichosa tarjeta y pueda uno subir unos minutos. Una vez arriba no pasa nada. Nadie te dirá que te vayas. Nadie se extrañará de las diez, de las doce personas que llenan la habitación con tres camas. Nadie se preguntará qué hacen grupos enteros charlando junto a las escaleras, niños de pecho, chavales correteando entre enfermos y enfermeras.

En la puerta la gente lamenta no tener dinero, no poder ir al centro privado en el que las visitas están siempre permitidas.

-Como si no pagáramos esto. Porque usted cobra de lo que a mí me quitan de la nómina, para que se entere.

El guardia, ni caso.

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