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FERIA DE ABRIL

Morante, herido en pleno triunfo

Morante sufrió una cogida tremenda. Fue apenas iniciar su faena al sexto toro, segundo sobrero de la tarde. Esa faena era crucial pues le podía abrir la puerta del Príncipe. Y salió a por todas.Salió con la muleta plegada en la izquierda -lo que en la tierra de María Santísima llaman er cartucho de pescao-, citó, se arrancó veloz el toro y la desplegó para darle el natural. Siguió otro, ceñidísimo, espeluznante, juntas las zapatillas; y cuando instrumentaba el tercero, el toro le cogió de mala manera, le volteó en lo alto y, caído el torero, aún hizo por él, revolcándole y tirándole derrotes con saña.

No se pudo incorporar Morante; las cuadrillas y las asistencias se le apiñaron en torno y lo llevaron rápidamente a la enfermería, invadidos todos por la angustia. En el público también quedó la sensación de angustia. El percance había sido terrible y cada quien guardaba para sí los más negros presagios. Minutos más tarde circulaban por el callejón noticias esperanzadoras: la cornada, en un muslo, no parecía tan grave como se pudo prever.

Río / Manzanares, Rivera, Morante Toros de Victoriano del Río (5º y 6º, sobreros, en sustitución de sendos inválidos), discretos de presencia, inválidos, y la mayoría, absolutamente; dóciles, excepto 3º y segundo sobrero -éste, sin trapío-, que sacaron casta

José Mari Manzanares: estocada ladeada y rueda insistente de peones (oreja); pinchazo hondo, rueda de peones y tres descabellos (silencio); estocada caída (silencio). Rivera Ordóñez: bajonazo perdiendo la muleta -aviso- y se echa el toro tras larga agonía (silencio); estocada ladeada (vuelta con algunas protestas). Morante de la Puebla: estocada en la suerte de recibir (dos orejas); cogido al muletear al sexto. Enfermería: Morante sufre una cornada grave en el muslo izquierdo, con dos trayectorias, de 10 y 20 centímetros, que producen destrozos musculares. Plaza de la Maestranza, 29 de abril. 7ª corrida de feria. Lleno.

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Cornada grave

Pero la noticias no llegaron al público, naturalmente, que tenía el ánimo quebrado por la consternación. Y en estas compareció Manzanares, que debía dar muerte al toro; y se puso a pegar derechazos. ¿Quién querría ver derechazos en aquella hora siniestra? ¿Cómo se le podría ocurrir a nadie intentar aprovecharse de la encastada nobleza del toro que acababa de poner en el filo de la tragedia a un compañero? Las protestas del público no le hicieron desistir y seguía. Sólo cortó la faena cuando, una vez, el toro le acudió incierto, y resolvió entonces irse a la barrera para tomar la espada de verdad.

No siempre, afortunadamente, mas en esta fiesta aún aparecen los listos que pretenden aprovecharse de los ríos revueltos y de la ingenuidad de los públicos. En ocasiones son pegapases, virtuosos de la pinturería que suele enmascarar el toreo de trampa y cartón. Claro que no les vale del todo pues los toreros de raza los ponen al descubierto. Y así ocurrió en la Maestranza.

Ocurrió en la Maestranza que se hizo presente Morante de la Puebla para lidiar al tercer toro, y en cuanto se abrió de capa ya había borrado todo lo anterior. Se dobló con el toro muleteándolo a dos manos y ese toreo auténtico ya dejaba en el olvido (o quizá sumía en el ridículo) al sucedáneo que imperó en las lidias anteriores.

El toro, de genio y casta, complicó el toreo de Morante con sus derrotes y sus coladas. Tomaba codicioso los dos primeros pases en tanto al tercero se vencía o se colaba. Dos tandas de redondos que instrumentó Morante las cerró mediante hermosísimas trincherillas. Y se echó la muleta a la izquierda. Y desgranó dos emocionantes series de naturales, por ligadas y hondas, a despecho de los peligrosos gañafones del toro.

Y, de ahí en adelante, recrecido e inspirado, ardiente su corazón de torero, desarrolló una deslumbrante teoría de suertes, cambios de mano, pases de la firma, trincherazos, el molinete belmontino, que llenaron de luminarias la Maestranza. Y, como colofón, el broche de oro, la quintaesencia de la suerte suprema: una estocada en la suerte de recibir.

Cuando el toreo se produce así no se precisan ni lupas ni analíticas. El alma lo siente y lo comprende. Y tampoco hace falta molestarse en comparar. Todo está muy claro. La estética de Manzanares al muletear a su primer toro (por cierto, un bombón) se quedaba en la indiscutible finura con que trazaba los derechazos pues, al rematarlos, ya estaba quitándose de allí, y su breve incursión al natural consistió en tirar el pase por la periferia. Rivera Ordóñez ni siquiera pudo hacer gala de estética, y a dos ejemplares de intolerable invalidez les conpuso sendas faenas, voluntariosas y adocenadas, la segunda de ellas premiada con una vuelta al ruedo que protestó parte del público.

El segundo toro de Manzanares padecía tal invalidez que torearlo resultaba imposible y el diestro hubo de abreviar. El quinto saltó a la arena dando tumbos y el público, que ya estaba harto de inválidos, consiguió que volviera al corral. El sobrero padecía los mismos males. Y el sexto, que también fue devuelto. El sobrero, escaso de trapío, desarrolló la casta propia de los toros bravos. Con ese toro iba Morante de la Puebla a redondear su triunfo. Y le presentó er cartucho de pescao para embarcarlo por naturales. La cogida tremenda le privó de salir por la puerta del Príncipe. Pero legitimó la grandeza de su torería.

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