_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'The Elián show'

En la película The Truman show, el protagonista (Jim Carrey) está siendo filmado día y noche mientras duerme, despierta, vive, come, trabaja, ama... Él ignora lo que ocurre, pero millones de televidentes hacen algo peor: fingen que ignoran, creen estar viendo en vivo, en sus pantallas, la vida completa de un hombre. Los demás actores, incluyendo a la "esposa" del telehéroe, conocen la verdad. Están actuando. Y los productores de la telenovela ininterrumpida, para no hablar de los dueños de la compañía, no sólo saben la verdad: la organizan y la explotan.Elián González ha vivido el Truman show, esta vez de verdad. Sobrevivió al naufragio de su madre balsera y cayó en manos de sus parientes en Miami. Allí mismo, la solución del problema se presentaba clara e inmediata. Independientemente de la decisión de la madre de Elián, al perecer ésta, la patria potestad le pertenece al padre sobreviviente, Juan Manuel González, residente en Cuba. No había, en esencia, más que decir o más que hacer: el niño le pertenece al padre. Así lo decidieron, desde un principio, las autoridades encargadas de hacer cumplir la ley en los Estados Unidos: la procuradora general de justicia, Janet Reno, y el Servicio de Migración y Nacionalización de los Estados Unidos (INS).

Pero una solución tan simple como ésta hubiese frustrado al exigente y ávido público del Elián show. Los familiares cubanos del niño, por razones sentimentales fáciles de comprender, decidieron quedarse con él. A esta respetable razón se unió muy pronto otra menos digna: convertir a Elián en bandera de la lucha anticastrista del exilio cubano en Miami. A este carro se treparon de inmediato los políticos norteamericanos que explotan a su favor las cuatro décadas de tensión entre Washington y La Habana. Los nostálgicos de la guerra fría que llevan diez años sin más bandera que Cuba, vieron renacer sus arrestos bélicos. Y para colmo de oportunismo, los principales contendientes a la presidencia de los Estados Unidos, el demócrata Al Gore y el republicano George W. Bush, se sumaron a la postura de la histeria heroica: salvemos al niño de las garras del déspota cubano. Démosle el abrigo de lo que Bush llama, con crispante chovinismo, "la tierra de la libertad". Pero Bush, al menos, es un opositor en campaña. Más deslucido, más oportunista, más waffle, se ha visto Gore, capturado entre su puesto como vicepresidente del Gobierno de Clinton y sus aspiraciones a ganar el voto de la Florida en noviembre.

Por su parte, Fidel Castro, ni tardo ni perezoso, agarra al vuelo la nueva oportunidad entre las muchas (o las todas) que los Gobiernos norteamericanos le ofrecen desde tiempos de Eisenhower: posar como el defensor de la soberanía cubana frente a la agresión norteamericana. La ciega persistencia de esa política de agresión iniciada por Ike y seguida por Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush y Clinton ha sido el más seguro aval para la larga permanencia de Castro en el poder. Él es el paladín de la patria, la coraza contra el imperialismo, el soberano de la soberanía. Él puede convocar, con la máscara de un niño beatífico de seis años, a multitudes que así renuevan su fervor revolucionario, su apoyo a Fidel y su probada convicción: sin el Líder Máximo, los gringos nos devoran en una hora. El Circo Máximo.

Usado por Fidel Castro, por el exilio en Miami y por la derecha norteamericana, Elián González es sólo un simpático niño de seis años de edad. ¿Qué será, después de esta experiencia, a los dieciseís? Sólo el tiempo lo dirá: lo que el tiempo -nuestro tiempo- nos ha dicho ya, es que el hambre de sensación y espectáculo del público global cresohedonista es insaciable. Elián, por encima de todo, ha alimentado la sed de sensación, novedad, sentimentalismo, escándalo, pasiones inflamadas y experiencias vicarias del mismo público que asiste en el cine a las hazañas de Arnold Schwarzenegger y en la caja idiota a los stripteases familiares y personales de parejas mal avenidas, niños maltratados, adolescentes rebeldes y un largo etcétera. Shirley Temple, armada de pistolas de alto calibre, procede a diezmar a sus compañeritos del Good Ship Lollypop. Andy Hardy confiesa que el juez su padre lo castiga a latigazo limpio. Judy Garland, del otro lado del arcoiris, descubre que su madre es la bruja maldita. Y Elián González es un querube fotogénico que alimenta la agenda política del exilio cubano, del gobierno cubano, de los candidatos presidenciales norteamericanos, de la prensa, la televisión y los ávidos hogares globales. That's entertainment. Y como lo dijo el sociólogo Neil Posterman, todos estamos dispuestos a ser entretenidos hasta la muerte.

Solución sencilla: Elian, reunido con su padre, se instala tranquilamente en España. Ni vive en una dictadura ni deja de hablar español ni es perturbado por la revista Hola, que no se especializa en niños conflictivos sino en nenas satisfechas. Vive en una democracia de su propia cultura hispanoamericana. Y quizás, antes de que cumpla dieciséis años, un presidente de los Estados Unidos se dará cuenta de que la prolongada estancia de Fidel Castro en el poder se debe en enorme medida a la ayuda que durante cuarenta años le han prestado nueve presidentes norteamericanos. Quizás, a los dieciséis años, Elián González pueda vivir en una Cuba libre del autoritarismo soberbio de Castro y de la soberbia agresión de Washington.

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_