_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desmemoria

Quizá el aspecto más saludable de escribir para los demás en este periódico, sobre todo cuando se polemiza a contracorriente, es la posibilidad que uno tiene de conocer la respuesta del público antagónico en el apartado Opinión del lector, junto al chiste de El Roto. Yo he tenido la oportunidad de ir recibiendo una abundante ración de coscorrones a lo largo de los últimos años. Hubo de todo, desde personas que reaccionaban airadas ante mis posturas nunca ambiguas hasta otras que se sintieron heridas por algún desplante y me lo hicieron saber con cortesía. A veces replico, utilizando el mismo espacio epistolar y, aunque sea duro o sarcástico, me mueve siempre un afán democrático por contrastar ideas. Aprecio de verdad al adversario, porque me obliga a razonar.Eso, razonar, es lo que he hecho a propósito de una carta que me dirigía un joven (8-2-2000), en la que se confesaba "hasta los cojones" de que gentes "mayores" como yo, de esas que ahora tenemos "entre 40 o 50 años", le hablemos "de la guerra civil, de Franco y de la madre que nos parió", ya que "a los hijos de la democracia" (aquí empezó a hablar en plural) "no nos interesa la manipulación de la historia".

Deduje por el contexto que el término manipulación está utilizado en el sentido de manosear o incluso, metafóricamente, de estudiar, profundizar, y esto me heló la sangre en las venas, porque a pesar de la manifiesta unicidad de mi ardoroso lector -por más que él lo desee, sólo se representa a sí mismo-, no deja de inquietarme que cierta política descerebradora, auspiciada desde discursos jamás inocuos, esté logrando a hurtadillas su objetivo: el de una ciudadanía sin referentes, inculta y orgullosa de serlo, despreciativa con los hechos históricos del ayer e incapaz de analizarlos, adicta a noticias descafeinadas que le vienen envueltas en espectáculo y que, tras ser consumidas como un Big Mac, se olvidan con la misma facilidad que nace el día. Me refiero, en suma, al homo desmemoriado, el más fácil de manejar, el que se confiesa apolítico o pasota, el que raramente reacciona si le pisan la dignidad, pues ni siquiera llega a enterarse.

A los pocos días de su triunfo electoral, Aznar declaró ufano que la dialéctica entre derecha e izquierda es una antigualla y que, en su España que va bien, lo que buscan los votantes es buenos administradores, como él. Borrón y cuenta nueva, vino a decir, el pasado no existe, adiós ideologías, bienvenido Fukuyama. Compárense estos razonamientos con otras dos frases de mi joven lector: "Estamos cansados de estos rollos. Vivimos cara al futuro".

Muy al contrario, yo creo que el futuro se construye tratando de no caer en trampas anteriores, y ésa es mi finalidad cuando hablo de una guerra que ni siquiera conocí o cuando traigo a la palestra los abusos del Pleistoceno que para algunos fue el franquismo, tratando de compararlos con abusos actuales de quienes hoy controlan nuestra existencia de manera sutil, pues al igual que, de haber vivido entonces, no hubiera deseado morir de un balazo, tampoco ahora deseo hacerlo a golpes de stock options, fraudes multimillonarios, subvenciones obscenas a colegios de ricos o Tierras Míticas que sólo buscan disneyficarme. Por eso, recuerdo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_