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El caballo de madera

El niño moreno no sobrepasaba los cinco años y escuchó la música que venía del piano cabalgando sobre el palo de Cinzano, un caballito de madera, del que se sirvió el compositor y pedagogo Fernando Palacios para hacer más cercana una de las piezas de Juegos de niños, composición de piano a cuatro manos de Bizet, vivida con caras de gozo por un público mayoritariamente joven y heterogéneo el domingo por la mañana en los conciertos familiares del teatro Lara.Se había vuelto a poner el cartel de "no hay localidades", prueba fulminante de que este tipo de actividades tienen su sitio y se ven correspondidas con el éxito si se hacen con rigor e imaginación. El ciclo Música en familia comenzó con dos producciones propias en febrero y marzo, inventadas y estimuladas por el inquieto compositor Rafael Liñán, una de ellas, Trrromps, con la colaboración del estupendo Spanish Brass Luur Metalls, y la otra bajo la sugerente denominación Todo en la vida es percusión. Los dos programas restantes, el de esta semana y Rosamunda, la rana soprana, ya han sido rodados en otros lugares y cuentan con la sólida experiencia en estas lides de Fernando Palacios. El ciclo, coordinado con esmero y competencia por Ruth Prieto Menchero, no es más que el primer paso de un proyecto pedagógico que alcanzará su velocidad de crucero después del verano y en el que se contemplan conciertos para bebés, para escolares, cuentos musicales, óperas familiares, música del siglo XXI y apadrinamiento de centros. De momento no cuentan con ningún tipo de subvención, aunque los ingresos por taquilla les permiten mantener el viento en las velas.

En general, los conciertos didácticos son organizados por las orquestas o por los teatros y miran siempre con el rabillo del ojo el ejemplo de Leonard Bernstein con la Filarmónica de Nueva York, pero también son muy estimados los trabajos de las agrupaciones inglesas, en especial los de la London Sinfonietta volcados en la difusión de la música de nuestro tiempo, y desde una perspectiva social los esfuerzos de la Filarmónica de Los Ángeles o de la Sinfónica de Chicago por llegar hasta el barrio más escondido de sus respectivas metrópolis. En España, el proyecto pionero y más completo es el llevado a cabo por la Filarmónica de Gran Canaria. La importancia de los conciertos didácticos salta a la vista, entre otras razones por el envejecimiento del público que asiste a los conciertos de música clásica. Es casi una cuestión de supervivencia, algo que preocupa a las orquestas o teatros, y que debería interesar mucho más de lo que se percibe a los políticos y a la sociedad. Se está llegando a situaciones tan alarmantes como la dificultad de renovación de abonos cuando se producen fallecimientos en ciclos tan simbólicos como los de la mismísima Filarmónica de Berlín.

Al margen de las cuestiones sociológicas están los valores propiamente educativos. "La oportunidad de acceder a la música debería ofrecerse a todo el mundo, sin excepción. Por constituir un verdadero lenguaje y por ser a la vez una creación humana privilegiada, la música tendría que formar parte obligada e insoslayable de todo proceso educativo", ha escrito la eminente Violeta Hemsy de Gainza. Los conciertos didácticos deben, aunque parezca una perogrullada, enseñar a escuchar. No siempre contemplan esta intención. En demasiadas ocasiones sirven simplemente para justificar un presupuesto, para engordar unas cifras de divulgación social o para llenar un hueco en la actividad escolar. Los programas y los enfoques no difieren de los conciertos habituales. En cualquier caso, es preferible la fiebre de conciertos divulgativos que no el vacío, pero si a lo puramente cuantitativo se uniese un criterio pedagógico, otro gallo nos cantaría.

Criterio no le falta al ciclo Música en familia, que se ha instalado como un vendaval de aire fresco desde su arranque. Una prueba de ello es su actual Juegos de niños, pensada por Bizet como una evocación de los juegos de su infancia: el columpio, la peonza, el caballo de madera, los soldaditos de plomo, la gallina ciega, las burbujas de jabón.

Nada que ver con los juegos familiares de los niños de hoy y, sin embargo, en ese contraste, en ese descubrimiento desde la infancia de la tradición familiar e histórica del juego, hay un elemento añadido de ternura para la comprensión de la música. Palacios se ayudó de marionetas para contar historias, o invitó a los niños a subir al escenario para jugar a cosas de otros tiempos, pero sobre todo estimuló la escucha sin interferencias de la música de Bizet, una música que más de uno asociará durante algún tiempo con las cuatro esquinitas y quizás algún otro con un aluvión de notas encima de un caballo de madera. Cinzano se llamaba y saltaba excitado por las escalas.

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