Un lujo de novillos
Soltaron seis novillos -hierro Peñajara- de buena estampa y mejor catadura. Los seis eran un lujo; como para celebrar unas bodas de plata. No hay nada mejor en la celebración de las bodas de plata que gozarse con la compañía de seis ejemplares al estilo de los Peñajara, con sus armoniosas hechuras, con su capa colorá, con su bien puesta cornamenta. A novillos así cualquiera les da fiesta.Aunque depende. Hay en el censo de coletudos muchos novilleros (y no pocos matadores) que a los Peñajara y restante ganado de parecida condición no les dan fiesta ni nada. Sin ir más lejos, los novilleros de ayer en Las Ventas.
Uno, sin embargo, se llevó una oreja. Fue el debutante Sergio Aguilar. No es que el público la pidiera por mayoría (antes bien se trataba de una obvia -y vociferante- minoría), pero al presidente le debió dar lástima el infortunio del torero y se la concedió. Los presidentes, ya se sabe: lo suyo es practicar la elegancia social del regalo.
Peñajara / Castella, Aguilar, Álvarez Novillos de Peñajara, bien presentados, encastados y nobles
Sebastián Castella, de Beziers (Francia), nuevo en esta plaza: dos pinchazos, estocada corta tendida caída, rueda de peones -aviso- y descabello (silencio); pinchazo y estocada caída (silencio). Sergio Aguilar, de Madrid, nuevo en esta plaza: estocada ladeada y rueda de peones (oreja con escasa petición); estocada corta -aviso- y descabello (aplausos y salida a los medios); asistido de contusiones y puntazo, leves. Alberto Álvarez: dos pinchazos, estocada corta y rueda de peones (silencio); estocada trasera y descabello (palmas y saluda). Plaza de Las Ventas, 9 de abril. Cerca de media entrada.
El infortunio del torero consistió en que sufrió varias y muy dramáticas volteretas. La primera, en el tercio de banderillas. Había cuarteado dos pares al segundo novillo de la tarde sin relieve alguno, intentó después un quiebro y el novillo le alcanzó y revolcó. De nuevo en la palestra, Aguilar quebró un par de banderillas; al embroque, el novillo le prendió por la pierna volteándolo de mala manera, y el novillero resultó con la taleguilla destrozada.
Magullado y dolorido tomó Aguilar los trastos toricidas y toreó por derechazos y naturales. No es que le resultaran plenos y bellos mas se le advertía buen corte, formas distintas a las de sus compañeros de terna e incluso a las de la mayoría de la militancia novilleril. El modo de coger los engaños y presentarlos, de citar y embarcar, de cerrar las tandas mediante los pases de pecho hondos, se alejaba de los trucos habituales en la neotauromaquia pegapasista y se aproximaba a las normas del toreo clásico, que es el bueno.
La nobleza del novillo contribuyó al éxito del torero. En segundo lugar le salió otro boyante, volvió a banderillear para el olvido y al reunir un par de dentro afuera sufrió un acosón. Sergio Aguilar no ganaba para sustos. En plena faena de muleta, que esta vez instrumentaba sin ajuste ni acierto, debió sentir un dolor (acaso se tratara de una torcedura) pues la cortó de súbito pegando un respingo. Peones todoterreno le aplicaron un masaje, que no le quitó la cojera. Continuó cojeando Sergio Aguilar durante el resto de la faena, con mayor intensidad al acudir al toro que al quitarse si de eludir su embestida al remate de los pases se trataba, y el público agradeció muy de veras su valentía. Cobrada la estocada perdió el equilibrio y el novillo le arrolló sin herirle. Desmadejado y en brazos se llevaban las asistencias a Sergio Aguilar pero a medio camino,coincidiendo con que el novillo doblaba, recobró las fuerzas y acudió a adornarse ante el agonizante animal. Esta vez ya no hubo oreja sino aplausos en reconocimiento a su pundonor.
Toda la historia de la función empezó y terminó con Sergio Aguilar, su concepto del toreo bueno, que abarcaba a las suertes de capa; sobre todo las gaoneras, o lances de frente por detrás, interpretados a la antigua usanza. Empezó y terminó con Sergio Aguilar la historia pues sus dos compañeros alternantes se perdían en la vulgaridad y en el acusado espíritu de conservación. Alberto Álvarez, que entró a quites y los ejecutó variados, en los turnos de muleta toreaba fuera de cacho, con abuso del pico, y daba el pase corto, por añadidura sin la templanza que requiere el toreo dominador y bien hecho.
El debutante francés Sebastián Castella aún tuvo peor resultado. No sólo por su toreo insustancial sino porque venía precedido de un gran cartel. Llegó avalado por el sello de torero revelación y fenómeno, y tras someterse al control de calidad de la cátedra se marchó acarreando unas hermosas calabazas.
Los novillos no tuvieron la culpa de nada. Aparte de que en aquel lujo de novillada no podía haber maldad, quiso el azar (o el enredo; quién sabe) que le correspondieran los dos más nobles y guapitos de cara. Lo cual, visto el resultado, no se sabe si es suerte o desgracia.
Se da la circunctancia de que este torero ha sido contratado tres tardes en Madrid, Feria de San Isidro incluída. Ya veremos qué pasa.
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