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Crítica:TEATRO - 'LOS MISTERIOS DE LA ÓPERA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hacia el infierno

Javier Tomeo es un escritor raro. Publica a diario artículos con metáforas hortelanas y animalescas, y es uno de los autores españoles más admirados y representados en Europa, pero no ha escrito jamás una obra de teatro. Ávidos de teatro de texto que los meros autores no suelen proporcionar, los directores buscan por la novela y hasta el ensayo; encontraron una narración de Tomeo, la estrenaron en París y entusiasmó. Han seguido. Tenían razón. Los raros son muy útiles en estas artes.Los misterios de la ópera es la nueva narración adaptada al teatro por quien la dirige, Carlos Alfaro, que lo hace con aciertos visuales y sonoros, con un justo movimiento de actores y con una terminación del espectáculo perfecta, y eso es frecuente en el Teatro de La Abadía, cuyo director, José Luis Gómez, lo exige siempre y lo facilita.

Los misterios de la ópera De Javier Tomeo

Intérpretes: Jeannine Mestre, Manuel Carlos Lillo, Emilio Gavira. Voces: Jesús Aladren, Emilio Gavira. Vestuario: Sonia Grande. Sonido: Toni Vila. Iluminación: David Pujol. Espacio escénico, versión y dirección: Carlos Alfaro. Teatro de La Abadía.

El texto es vagamente misterioso, como siempre. Pasa en el sótano de la Ópera de París, como en El fantasma de la Ópera, de Maurice Leblanc, novela a la que se alude varias veces. El fondo lóbrego está representado por uno de los famosísimos dibujos de Escher, que es una perspectiva y sucesión de escaleras y arcos con efectos ópticos de inseguridad para quien lo mira. Es, creo, de los años treinta: lo cual nos lleva hacia un primer teatro y novela del absurdo: hacia Kafka, hacia los que veían una Europa rara y equívoca y peligrosa; venteaban lo que venía. La genealogía de esta obra está ahí, y a mí me recuerda sobre todo a Francisco Nieva, heredero también del absurdo, en sus primeras obras.

Una soprano perdida o escapada cuando iba a cantar a Wagner, y su pequeña historia de fracaso; una especie de juez especializado en interrogar sopranos perdidas; un ujier diminuto que se transforma en cantante -contratenor- para Madame Butterfly o en la clásica madre de la artista. Un agujero en el suelo con luces de llama roja, y una alusión del interrogador a que las respuestas de la cantante pueden implicar la salvación de su alma hacen pensar en la antesala del infierno. Hay otras posibilidades pero requieren un esfuerzo del espectador para suponerlas, y quizá no esté dispuesto a hacerlo, o no se despierta su curiosidad suficientemente. Hay humor, ironía, frases muy mentales. A veces aparece lo soez, lo desgarrado de palabra y gesto.

Actores

Hay citas de óperas: el sonido, la cámara de ecos, los doblajes de voz se añaden a la atmósfera de misterio, como las luces. Y los actores, sobre todo Jeannine Mestre, en su traje de valquiria, con gestos y movimientos de excelente actriz, con la voz colocada para lo odioso de su personaje. Y Emilio Gavira, que además de hacer muy bien sus personajes tiene una voz muy buena; o varias voces, según la acción. En Manuel Carlos Lillo no se adivina que ha tenido que incorporarse al papel porque lo hace con seguridad y solvencia.

Me imagino que las mejores ovaciones en el día del estreno iban para los actores, pero se sostuvieron muy en la presencia del autor y del director y sus colaboradores. El espectáculo es corto y eso le ayuda mucho.

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