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Tribuna:20 AÑOS DE PARLAMENTO VASCO
Tribuna
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Que veinte años no es nada

Dice la canción que veinte no son nada y viendo la política vasca parece que es así, o al menos así me lo pareció el otro día cuando releía los diarios de sesiones que recogían al nacimiento del primer Parlamento vasco y de su primer Gobierno vasco correspondiente.Y es que todavía me quedo sorprendido al leer la convicción con que se defendió desde aquella misma sesión una visión foralista del país; ejemplo cuando el entonces diputado general de Vizcaya, José María Makua, acogía a los parlamentarios en la Casa de Juntas con una placa conmemorativa en donde se daba las gracias a Dios (sic) por haber repuesto los fueros en Euzkadi, así con "z", y rechazaba las protestas ingenuas de Euskadiko Ezkerra por aquella versión manipulada de la historia reciente de nuestra autonomía. Para quienes nunca habíamos visto un foralista en nuestra vida política, que ya era larga, ni teníamos conocimiento de que en la cárcel, en el exilio o en las manifestaciones antifranquistas hubiera tal especimen político, aquel descubrimiento fue tan inesperado como preocupante por lo que significaba de debilitamiento de sentimiento unitario. Poco años más tarde aquellos polvos estuvieron en la base de ruptura del PNV, que aún hoy en día persiste.

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Tampoco olvido las alusiones de varios de los oradores a la necesidad de que incorporase Navarra al Estatuto de Gernika, en virtud de las previsiones en él contenidas ni de los calificativos de "vascongados" con que el mundo de ETA Militar trataba de desprestigiar al nuevo Parlamento. Estos veinte años han demostrado que frente a tanto deseo abstracto en superar el Estatuto, nadie se ha atrevido a pedir seriamente que se ponga en marcha el proceso de referéndum previsto y necesario para la incorporación de Navarra, por la simple razón de que los votos navarros han ido claramente por otros derroteros, gracias en gran parte a los errores del nacionalismo vasco y al asco que produce la violencia de los milis en la ciudadanía navarra.

Igualmente desde aquélla época viene la tradición de que el PNV gobierne en minoría y en solitario, con el apoyo de HB. En 1980 el PNV obtuvo el 22% el censo y decidió gobernar en solitario y con rodillo frente al resto de los partidos, porque contaba con la necesaria abstención de HB. Hoy, en las últimas elecciones, la coalición PNV-EA ni siquiera tiene el 22% del censo, pero sigue gobernando en solitario y dice que va a seguir haciéndolo porque sigue contando con ese apoyo explícito o tácito de HB.

También entonces como ahora el Estado central se mostraba receloso con el proceso estatutario, y los veinte años transcurridos han demostrado que para el poder central el contenido del Estatuto no es una ley de aplicación obligatoria, sino una mera carta de peticiones de los vascos que el Gobierno central debe administrar con tiempo y con avaricia, en función de cálculos políticos. De manera que aún hoy en día se puede seguir hablando de un número significativo de competencias sin transferir, que alimenta a los radicales nacionalistas en su discurso.

Pero donde más obvio es el continuismo de situaciones es en lo relativo al mundo de la violencia. Poco antes de la aprobacion del primer Parlamento vasco, HB había concentrado a sus huestes en Estella para presentar en sociedad sus "bases para un Estatuto de Autonomía". No tuvo demasiado éxito en su empeño, pero en aquél texto se contenían afirmaciones sobre el concepto de quién es "vasco" muy preocupantes y que pasaron desapercibidas para la mayoría, pero cuyos efectos hoy los podemos palpar mejor que entonces. Decía HB en su propuesta estatutaria que, al contrario que el Estatuto de Gernika, sólo gozarían de la ciudadanía vasca aquellas personas nacidas en Euskadi o hijas de vascos, es decir "los nuestros", mientras que el resto debería pasar un examen de ciudadanía antes de tener sus derechos políticos. La evolución posterior de HB demuestra que tal concepción étnica no ha desaparecido, sino que se ha reforzado, e incluso otros grupos de ciudadanos se sienten tentados por esta visión exencialista del "ser vasco".

También ETA militar puso toda la carne en el asador para abortar la nueva institución vasca. Sólo en el primer trimestre de 1980 hubo 23 víctimas mortales por atentados de los milis, cifra que alcanzaba el centenar de muertos a fin de año. Ese baño de sangre tampoco pudo entonces frenar la construcción del país, pero sin duda ha tenido un alto coste para la democracia y para la convivencia, que hoy sigue siendo perfectamente constatable. Y si bien, por fortuna, las víctimas mortales son menos por la debilidad de ETA, este descenso se ve parcialmente compensado por la extension de la violencia callejera dirigida contra los "otros".

Y si embargo el Estatuto está ahí y nadie puede evitarlo. Hoy no hay ningún grupo social vasco, ni español, que dude de la conveniencia de que los vascos tengamos nuestro propio autogobierno. Incluso quienes llaman despectivamente "parlamento vascongado" se han incorporado al mismo y sostienen explícitamente a su Gobierno; y quienes entonces incluso votaron en contra del Estatuto se presentan hoy como adalides del constitucionalismo vasco.

Se quiera reconocer o no, hay una generación de jóvenes que han nacido con y bajo el Estatuto, hay una sociedad que se ha acostumbrado a ejercer la democracia y a elegir su Gobierno, y por lo tanto ya no es posible manipular a la ciudadanía con llamamientos retóricos y existencialistas a la independencia, a la cuestión territorial o a la unidad española. Se quiera reconocer o no, cualquier propuesta de avanzar en este país tiene que pasar por las urnas y no se va a poder imponer por la fuerza. Este es el resultado indeleble de veinte años de autogobierno y por eso nadie hasta ahora se ha atrevido a hacer aquí lo que hizo el Partido Nacionalista del Quebec: presentarse a unas elecciones autonómicas con el programa explícito y claro de proponer un referéndum de secesión. Y por eso también las fuerzas de obediencia estatal eluden pronunciarse sobre la validez de un eventual proceso democrático en este sentido. Y es que una cosa es pedir el derecho a decidir en abstracto, cuestión que puede durar toda la vida, y que se presta a todo tipo de verborrea política y otra bien diferente es el que un partido ponga ante los electores una propuesta concreta para decidir el futuro de los vascos.

¿Y de la izquierda vasca? Pues sigue por inventarse. Y es que veinte años no son nada.

Javier Olaverri Zazpe es abogado y fue parlamentario de Euskadiko Ezkerra entre 1980 y 1990.

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