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Riccardo Chailly cree que el director narra su pensamiento a través de la batuta El músico prepara una 'Aida' "anticartón piedra", con escenografía de Eduardo Arroyo

Dice que la orquesta es un gran instrumento y que la batuta es la prolongación física del brazo, pero que además tiene un componente metafísico. "La mano izquierda sostiene la expresión musical, la batuta debe reflejar la sensibilidad del director, narrar sus pensamientos". Ése es, más o menos, el ideario musical de Riccardo Chailly, uno de los grandes directores de orquesta de Europa, hombre comprometido con el repertorio del siglo XX que ayer dirigió en Madrid a la Sinfónica de Londres con un programa que reunió a dos de sus favoritos: Mahler y Béla Bartók.

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Una irresistible ascensión

Dice que ha perdido interés por la ópera lírica ("faltan obras modernas, ésa es la verdad"), pero se le ve encantado de que Canal + vaya a programar cuatro piezas dirigidas por él durante el mes de abril, y se le iluminan los ojos cuando habla de su nuevo proyecto, una Aida con escenografía de Eduardo Arroyo, que se estrenará el 31 de mayo en Amsterdam: "Es una idea muy bonita, anticartón piedra, nada de esa África obsoleta y casi inexistente que se suele escenificar". Hombre apasionado y accesible, músico en constante crecimiento, Chailly anda empeñado a sus 48 años en el diálogo entre lo viejo y lo nuevo, un intento por no repetirse que reparte entre el Concertgebouw de Amsterdam, la Sinfónica de Londres y la recién creada Orquesta Verdi, de Milán. Allí trata de abrir repertorio, en busca de caminos "más flexibles y más libres, mezcla de tradición y modernidad, románticos y ópera italiana, clásicos y contemporáneos del siglo XX".

Entusiasmo

Todo eso lo hace Chailly a base de un entusiasmo contagioso, apoyado en un espíritu de cirujano de la música. No es casual, por tanto, que sus batutas sean especiales. "La batuta es la prolongación física del brazo, pero también la prolongación metafísica del cerebro del director. Con ella debes narrar tus pensamientos. Yo tengo una relación cambiante con ellas. A veces prefiero dejarlas, sobre todo en los adagios, en las partes lentas, donde me parece que la orquesta debe fluir con más libertad. A la vez, cuando me emociono sudo mucho, y es incómodo tener el pedazo de madera en la mano. Por eso me las fabrica un timpanista del Metropolitan de Nueva York que se llama Horowitz, como el gran pianista: les pone una goma antisudor, la misma que se pone en el material que utilizan los cirujanos para operar".

Tras doce años de duro trabajo en Amsterdam, Chailly cree que los sectores más reaccionarios han cedido finalmente a la lógica de los tiempos. "Mi padre espiritual es Willem Mengelberg, que empezó con 26 años y estuvo 50 dirigiendo la orquesta. Yo no dejo de recordar que su labor consistió en tocar a los clásicos, pero también a los contemporáneos, y que eso mismo es lo que quiero hacer yo. Pasamos cinco años muy malos, con críticas muy negativas. Tenían miedo a perder la identidad del pasado, pero después han entendido que no se anulaba la tradición, sino que se sumaban cosas nuevas, y que eso da una identidad más rica a la orquesta".

En Londres también encuentra una motivación similar: "Es un instrumento muy heterogéneo, lleno de intuición, capaz de moverse en la misma temporada entre Bartók, Debussy, Varèse, los lieder, Brahms y Beethoven".

Fascinado con Mahler, de quien ha grabado sus diez sinfonías, Chailly lo encuentra unido a Bartók (de quien también ha hecho un Tutto Bartók) por más cosas de las que en apariencia se ven. "Los dos son grandes pioneros. Mahler es el gran orquestador, un compositor al que es obligado guardar fidelidad porque distribuye muy claramente las soluciones acústicas, marca muy a fondo el equilibrio de las distintas secciones. Así como a Beethoven o a Brahms se les puede interpretar, Mahler escribe tan nítido y transparente que lo único que se puede hacer es tratar de meterse dentro de su escritura. Leerlo con los oídos, no con los ojos".

Bartók es, en cambio, "uno de los más difíciles de dirigir. Su música está llena de complejidades polifónicas, y el canto popular, el de los gitanos, juega un papel fundamental en sus partituras, que están llenas de contrapuntos. Él iba a grabarlos y luego transcribía lo que cantaban, como hizo Messiaen con los pájaros. Pero resulta que Mahler también bebía de esas fuentes: grababa en la memoria lo que oía por las calles austriacas y luego lo utilizaba".

Chailly cree que ambos anticiparon mucho de lo que vendría después, aunque subraya que en Mozart estaba ya apuntado todo el futuro: "El minimalismo, lo dodecafónico, la música espacial, los contrapuntos... Lo hacía todo, era el genio que confirmó su talento único abrazando todas las formas musicales posibles".

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