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Una irresistible ascensión

Tenía 35 años Riccardo Chailly cuando la extraordinaria orquesta del Concertgebouw de Amsterdam le eligió como su quinto director titular de una historia centenaria. Lleva ya 12 años en el puesto y no para de crecer artísticamente. Su comprensión del mundo de los sonidos -y del otro, naturalmente- no parece tener fin. Bruckner, Mahler, Shostakóvich, Puccini o Rossini tienen bajo su mirada unos tintes líricos y transparentes en los que la dulzura y hasta la ternura siempre emergen por encima del dramatismo. Chailly es hoy uno de los grandes humanistas de la música orquestal. Culto, intelectual, refinado, riguroso y sutil, Chailly esconde detrás de su amable sonrisa una visión lúcida, profunda e incluso inquietante de la música. Sus visiones son un modelo de equilibrio entre el corazón y la cabeza, entre la razón y la pasión, entre la realidad a flor de piel y el sueño de algo que va más allá de lo previsible.Es, al menos aparentemente, un hombre tranquilo. Emana serenidad y centra sus esfuerzos en la transmisión de emociones y en el enriquecimiento de los límites musicales. Así, graba discos de jazz, danza o cine alrededor de Schostakóvich, o redescubre a Zemlinsky, o muestra perfiles nada evidentes de Mahler. Desde hace unos meses dirige también la Orquesta Verdi de Milán. Y, de cuando en cuando, como en esta gira por Zaragoza, Oviedo, Lisboa y Madrid, se pone al frente de una Sinfónica de Londres con la que mantiene un idilio muy particular.

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Riccardo Chailly cree que el director narra su pensamiento a través de la batuta El músico prepara una 'Aida' "anticartón piedra", con escenografía de Eduardo Arroyo

No descansa Chailly, pero en su periplo incluso le queda algo de tiempo para la ópera. Sus Rossini, sus Verdi, sus Puccini sacan a la luz aspectos muchas veces olvidados, desde el lado camerístico y abstracto del belcanto de Rossini hasta un Puccini situado más en la estética del cambio de siglo del XIX al XX que en la continuación de la tradición vocal italiana, más cerca, por así decirlo, de Mahler que de Verdi. Esta primavera dirigirá en Amsterdam Aida, de Verdi, con la colaboración escenográfica del pintor español Eduardo Arroyo, y después se tomará un descanso lírico hasta 2002, en que volverá con Turandot, de Puccini-Berio.

Entre las últimas aportaciones al mundo del disco destacan una Cuarta de Mahler con Barbara Bonney y una luminosa Bohème con Alagna y Georghiu. Es difícil predecir hasta dónde va a llegar Chailly. Pero llama poderosamente la atención su humildad. Tal vez de ella se alimente su sabiduría y su irresistible fuerza interior.

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