La memoria insumisa FRANCISCO DE SERT
Un pueblo sin memoria no es nada, por ello no acaba de entenderse el cuarto de siglo de silencio sobre un régimen que sojuzgó a los españoles durante 40 años: la dictadura del general Franco. El libro de Nicolás Sartorius y Javier Alfaya se revuelve contra este silencio, para muchos consecuencia de la muerte en la cama del dictador, es decir, con el poder casi intacto. El desmantelamiento pacífico de la dictadura conseguido a través de pactos sucesivos gracias a la presión de la calle, el sacrificio de la izquierda y el buen hacer de la corona, fue ejemplar. Mas, por el propio hecho pactista dejó muchos reductos de poder en manos de antiguos franquistas más o menos reconvertidos que darían lugar al 23-F, al GAL y al caso Lasa-Zabala. Para los autores del libro se ha confundido además amnistía política con amnesia histórica, reconciliación con olvido. Los españoles no pueden desarrollar una conciencia antidictadura sin conocerla, y por consiguiente tampoco una sólida conciencia democrática.Los resultados electorales del 12 de marzo podrían ser una buena muestra de ello. El alto índice de abstención sobre todo entre las clases menos favorecidas, con frases como "no nos va tan mal, que se lo monten ellos", el pragmatismo de gran parte de las clases medias intoxicadas por los medios televisivos y la prensa en manos de la derecha, que sólo les hicieron ver la bondad del momento económico, unido a la falta de ideología en el discurso de la izquierda con pactos precipitados y mal contados, han sido la causa de estos lodos. Produce cierto desasosiego cuando se da el nombre y la disposición de José Bono, presidente de Castilla-La Mancha, el más pragmático de los barones socialistas, como candidato a la secretaría general del PSOE. Es con ideología, ilusión y algo de utopía como se derrotará a la derecha, y no con una de sus armas consustanciales como es el pragmatismo.
La desmemoria es flagrante en el caso de Manuel Fraga, el sempiterno ministro de Información y Turismo, principal represor y censor cultural en el tardofranquismo, responsable de los tristes hechos de Montejurra como ministro de Gobernación en la transición, y autor de la desgraciada frase "la calle es mía", quien gobierna Galicia con mayoría absoluta desde los inicios de su autonomía.
La memoria insumisa no es sólo un revulsivo contra el olvido, también dinamita los dos pilares en los que la derecha justificaba moralmente la dictadura: primero, la reiterada frase "Franco nos salvó del comunismo". Durante la Segunda República, el PCE fue un partido minoritario, casi testimonial, y durante la guerra civil, debido al Pacto de No Intervención de las potencias occidentales y a la ayuda recibida de la URSS, los comunistas adquirieron un cierto protagonismo, pero continuaron siendo minoritarios. Era absurdo e impensable en un Ocidente mediatizado por el fascismo un régimen comunista en España.
El segundo pilar: "Franco nos salvó de participar en la II Guerra Mundial", no se aguanta ni con hormigón. En la entrevista de Hendaya entre Hitler y Franco, la derecha afirmaba que los argumentos del dictador fueron providenciales para convencer a Hitler de permanecer neutrales y evitar la invasión de la Península. En la documentación aliada y alemana y en declaraciones de Ramón Serrano Súñer (el cuñadísimo), que asistió a la entrevista en calidad de ministro de Asuntos Exteriores, todos coinciden en afirmar que, pese al estado paupérrimo del país, Franco estaba muy ilusionado en participar en la guerra, y pedía en contraposición Gibraltar y una parte del Marruecos francés, a lo que se negó Hitler por no crear un problema con su aliado la Francia de Vichy.
La derrota del fascismo en la II Guerra Mundial dio una esperanza a los demócratas españoles. Los pactos de San Juan de Luz, suscritos por el PSOE, los monárquicos, los democristianos, los liberales, y los nacionalistas catalanes y vascos con las potencias vencedoras en la contienda, a instancia de la Gran Bretaña, entonces gobernada por los laboristas, con la aquiescencia de gran parte del alto mando del ejército español y la exclusión de los comunistas, intentaron restaurar una monarquía democrática sin vencedores ni vencidos: la monarquía de todos en la persona de don Juan de Borbón. Las potencias aliadas presionadas por EE UU -entonces en los inicios de la guerra fría y el macartismo, ofuscados por un anticomunismo visceral- y el Vaticano regido por el germanófilo y antisemita Pío XII, prefirieron una dictadura de extrema derecha a un régimen democrático en España. El argumento de la derecha de que una monarquía liberal en los cuarenta duraría lo que un caramelo a la salida de un colegio debido al peligro comunista tampoco tenía sentido. Pues el Tratado de Yalta y la guerra fría habían levantado un muro infranqueable entre el Este y el Oeste -que Churchill denominó Telón de Acero- además, España estaba en el extremo occidental del continente. Lo que sí hubiese conseguido España con la democracia es entrar en el Plan Marshall en vez de la represión, el hambre y la carencia de libertad de la posguerra. Hasta el punto de que casi 50 años después, cuando por fin entramos en Europa con una monarquía democrática similar a la que preconizaba don Juan, arrastrábamos con respecto al resto de países del Mercado Común un retraso de 30 años.Con el fracaso de los Pactos de San Juan de Luz se inicia la larga travesía del desierto para la democracia española. La dictadura con el apoyo de las bayonetas y la bendición de la Iglesia es un poder inexpugnable. La firma del Concordato con la Santa Sede y el Tratado con EE UU finalizan con el aislamiento al que había sometido el mundo libre al país, y se inician esos 25 años de paz, amnesia y miseria para la mayoría del pueblo español. Sólo los comunistas mantienen una posición beligerante a la dictadura: un partido minoritario y heroico vinculado a la URSS que apoyará la represión de Hungría por los rusos en 1956, al tiempo que impulsará la Política de Reconciliación Nacional.
Con la llegada a la secretaría general de Santiago Carrillo, el partido se va desvinculando de los soviéticos, condena la agresión a Checoslovaquia del 68 e inicia la apertura democrática, el socialismo en libertad: el eurocomunismo; invención del mítico Berlinguer, secretario general del PCI, por desgracia prematuramente desaparecido y gran ideólogo y esperanza de la izquierda europea. La aceptación de la monarquía democrática fue la culminación del proceso y el gran sacrificio de los comunistas en aras de una transición pacífica en España.
La reacción de la derecha, hoy, tocando arrebato ¡que vienen los rojos! ante el pacto de IU con los socialistas el 12 de marzo, y que parece que funcionó entre una clase media amilanada ante el peligro rojo, es una prueba más del olvido del pasado. Uno de los grandes pecados del franquismo fue ser el artífice de la desintegración de España. El perverso y férreo unitarismo, basado en definiciones sin sentido, casi surrealistas, o en ridículas leyendas del pasado, unido al genocidio cultural de Cataluña y Euskadi, amén de la apropiación indebida de la historia y sus símbolos, hicieron posible que España, base de reflexión en la generación del 98, preocupación en la del 27, cantada con fervor por el exilio tras la derrota de la guerra civil, y fuente de interminables discusiones entre Sánchez Albornoz y Américo Castro, sea sólo hoy un Estado sin contenido.
La vertebración de España es el problema por resolver con urgencia. Pascual Maragall, carismático líder del socialismo, vencedor en número de votos contra Pujol en las últimas elecciones a la Generalitat de Cataluña, representa un progresismo moderno y plural, con tradición de pacto con otras fuerzas de la izquierda -en el Ayuntamiento de Barcelona gobernó primero con el PSUC y luego con IC- y que además tiene desde la periferia una nueva formulación de España. Maragall es para muchas sensibilidades el secretario general idóneo de un socialismo renovado. El libro de Sartorius y Alfaya, La memoria insumisa, es una aportación objetiva y crítica a nuestro pasado inmediato desde la izquierda, de utilidad para los ya maduros al refrescarnos la memoria de un triste periodo, y de imprescindible lectura para los jóvenes que no conocieron aquellos años oscuros y romos de la dictadura de Franco.
Francisco de Sert es conde de Sert
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